domingo, 2 de mayo de 2021

La ciencia de la creatividad (9. Pequeños hombres inteligentes)

   Durante la Segunda Guerra Mundial, las minas marinas se enganchaban a un lastre mediante un cable, de modo que quedaran flotando en un punto fijo y a una altura tal que impactara bajo la línea de flotación de los barcos enemigos. La estrategia para eliminar estas minas consistía en un cable sumergido arrastrado por dos barcos alejados entre sí. El cable hacía doblarse el de la mina de tal modo que ésta acababa o explotando por el aumento de la presión del agua o aflorando a superficie. 

Tomado de Karen Gadd, TRIZ For Engineers: Enabling Inventive Problem Solving,
John Wiley & Sons Ltd, Chichester, 2011, pág. 11

Si quisiéramos diseñar un cable que superase este procedimiento de desminado, habríamos de sujetar la mina a su lastre por medio de algo continuo, que se convirtiera en discontinuo justo en el momento en que el cable de los barcos desminadores entran en contacto con él. Tenemos aquí una típica contradicción como las que TRIZ reconoce, de hecho se trata de la contradicción entre continuidad y discontinuidad que aparece en la segunda antinomia kantiana. Este constituye el modelo de problemas resolubles mediante la aplicación del protocolo de los “pequeños hombres inteligentes”. Se trata, por supuesto, de una ficción puesta en marcha con un triple objetivo:

   1º) Romper la inercia psicológica, el modo habitual de pensar los problemas, ofreciéndonos una visión alternativa de lo que ocurre dentro de ellos.

   2º) Seguir una de las reglas básicas de cualquier propuesta para solucionar problemas, descomponerlos en partes simples y, de resultar posible, en sus partes más simples.

   3º) Proporcionar empatía con el problema. Puede considerarse un axioma básico que los seres humanos resolvemos mejor aquellos problemas con los que podemos identificarnos o, al menos, aquellos en los que podemos identificarnos con las partes implicadas. En Puente de nieve sobre el abismo, la esposa de Altshuller, Valentina Zhuravlyova, describía un personaje capaz de resolver ecuaciones “por el método Stanislavski”. Literalmente, se metía dentro de ellas, las vivía, identificaba la x con un señor pequeño que por mucho que se esforzaba, por mucho que se elevaba al cuadrado, al cubo, permanecía pequeño. En cuanto quisiera, la alargada y malencarada y le pondría las manos encima y lo desintegraría. Resultaba preciso, pues, resolver la ecuación para ver cómo terminaba la historia y, preferentemente, quitando de en medio aquella y tan agresiva para que el señor x pudiera vivir en paz.

   Esencialmente un pequeño hombre inteligente puede hacer cualquier cosa que hace un ser humano, puede agarrarse a otros hombres inteligentes, puede limpiar una tubería por dentro, incluso puede atrapar trozos de suciedad con las manos mientras sus pies van puliendo una superficie. Y, por encima de todo, saben cuándo ha llegado la hora de marcharse y abandonar el escenario de actuación. A veces, sin embargo, se vuelven perezosos y desean permanecer en el sitio. Entonces hay que echarlos por la fuerza. En ningún caso debe permitirse que la empatía que despiertan en nosotros nos obligue a dejarlos hacer lo que deseen, así que mejor no tomarles demasiado aprecio porque a veces habrá que disolverlos en ácido o triturarlos. Por tanto, debemos evitar que se conviertan en homúnculos, esos pequeños hombrecillos, literalmente como nosotros, que, desde aquí advertimos que se habían metido en nuestros cerebros y ya no sabemos entender una neurona o un conjunto de ellas, con independencia de su naturalidad o artificialidad, más que como un ser humano pero en pequeño. Estos pequeños hombres inteligentes de los que habla TRIZ no tienen carácter, emociones ni personalidad. Difícilmente se los podrá manejar con la habilidad suficiente si se los piensa como queriendo destacar sobre sus semejantes. Todos deben tener las mismas características y rasgos, aún más, salvo por la posición que ocupan, debe considerárselos indistinguibles unos de otros. De este modo se evita que la empatía entorpezca el funcionamiento de este protocolo. 

   En general el protocolo de los pequeños hombres inteligentes se considera un protocolo no estructurado o, al menos, no tan estructurado como otros, aunque ha habido intentos por dotarlo de cierta estructura. Esto quiere decir que hay que probar con diferentes opciones. Nuestros hombrecillos deben probar a realizar diferentes acciones para solucionar el problema y, una vez más, recordemos, cualquiera de ellos debe hacer exactamente lo que hacen los otros. ¿Qué hacen, pues, para lograr el resultado deseado? ¿cómo? ¿qué ofrecería una solución mejor, pensar que cada uno de ellos actúa inteligentemente o pensar que el sistema como un todo se comporta de forma inteligente? ¿Se necesita que se transmitan entre sí alguna información? ¿cuál? ¿Qué tipo de campos servirían para transmitir estos mensajes? ¿Qué sustancias pueden interactuar fuertemente con estos campos?

   Para volver con nuestra mina, Altshuller imaginó que los pequeños hombres inteligentes conformaban el cable que la unía al lastre. Cada uno de ellos vería venir el cable desminador y, justo en el momento oportuno, soltaría una mano del hombrecillo situado por encima de él y agarraría el cable. A continuación cogería el cable con la otra mano mientras la primera volvía a agarrarse al hombrecillo por encima de él y, finalmente, dejaría marchar el cable quitaminas mientras se volvía a agarrar con su segunda mano a su congénere. La idea se hallaba a un paso de la solución final, un sistema de puerta rotatoria como se ve en esta figura. 

Tomado de Karen Gadd, TRIZ For Engineers: Enabling Inventive Problem Solving,
John Wiley & Sons Ltd, Chichester, 2011, pág. 11
 

El cable desminador, no importa por dónde llegue, acaba entrando en la muesca que le espera en cualquier lado de la puerta. Su propia fuerza de arrastre hace girar la polea y acaba saliendo por el otro lado sin haber conseguido que la mina abandone su posición. 

   Sin duda, todo esto sonará esotérico, poco útil y alejado de cualquier campo medianamente serio. La verdad se halla en el punto opuesto. Los pequeños hombres inteligentes forman parte de la tradición de pensamiento más audaz de Occidente. Al fin y al cabo, tanto el geniecillo maligno de Descartes como el diablillo de Maxwell pertenecen a la estirpe de estos pequeños hombrecitos inteligentes. 

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