Mostrando entradas con la etiqueta Merkel. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Merkel. Mostrar todas las entradas

jueves, 8 de septiembre de 2011

¡Más Europa, es la guerra!

   Lo he ido insinuando por aquí y por allá, pero quiero decirlo con todas las letras: creo en Europa, creo en la vieja, decadente y burocratizada Europa. Si consultan con cualquier experto, discrepará mientras sonríe complacientemente. Les hablará de la potencia China, del imperio americano al que, aunque en crisis, todavía le queda mucho por colear, les mencionará que el número de patentes europeas desciende año tras año, incluso puede que les hable de la India o Brasil. Desconfíen. Probablemente será el mismo experto que puso por modelo a los "tigres asiáticos" hasta el mes antes de que se derrumbaran, el mismo que renombró a Irlanda como el "tigre celta" y que no se enteró de nada de lo que estaba pasando en Grecia hasta que fue tarde. Es cierto que las patentes europeas van disminuyendo progresivamente, pero también lo es que los científicos norteamericanos envidian proyectos como el LHC. Saben que en Europa es más fácil conseguir fondos para ciencia "pura" y temen que, a medio o largo plazo, eso suponga una ventaja estratégica. En cuanto a la India, ha progresado de modo asombroso, desgraciadamente le queda mucho para llegar a ser una potencia de índole mundial. Y, por supuesto, está China, que crece a un ritmo del 9% anual, mientras Europa no consigue pasar de un raquítico 2%. Lo que no se suele mencionar es que China necesita crecer a porcentajes de dos cifras para crear empleo y, creciendo a porcentajes de dos cifras es casi imposible evitar la inflación. Esta es una palabra de resonancias bíblicas en China. La inflación derivada de un patrón monetario fijado a la plata fue lo que desencadenó las turbulencias que culminaron en la guerra civil y el triunfo del Partido Comunista. Nadie mejor que ellos sabe que la inflación tumba gobiernos. Combinar creación de empleo con dominio de la inflación, desarrollo de las "zonas especiales" con el mantenimiento de la mayor parte de la población dedicada a la agricultura, no es un reto menor. Claro, que si estuviésemos hablando de Europa, sería una fruslería.
   Hagamos un poco de historia. En 1648 termina la Guerra de los Treinta Años. Para nosotros, seres medicalizados, es difícil imaginar la catástrofe que supuso esta guerra. El hambre, las enfermedades, que no los combates, dejaron despoblada centroeuropa. En buena medida, la guerra termina porque la escasez de habitantes ha dejado a los contendientes sin recursos económicos. Países en cuyo suelo no se combatió, como España, inician un declive del que ya no saldrán. Para cualquier región del mundo, la historia hubiese acabado aquí por unos cuantos siglos. Sin embargo, en esta guerra participa Descartes. Leibniz, Newton y Leeuwenhoek, entre otros muchos de una brillante generación de científicos y matemáticos, ya están en el mundo cuando termina. El siglo XIX se inicia con el ciclo de guerras napoleónicas. En 1848, las revoluciones románticas ponen de manifiesto que los problemas iniciados por ellas no han terminado. Pues bien, Hegel escribe su Fenomenología del Espíritu mientras oye los cañones de Napoleón a las puertas de Jena. Antes de que termine el siglo, Europa acaba de hacer una aportación a la humanidad que, para bien o para mal, lo cambiará todo: la revolución industrial. No contenta, el nuevo siglo lo inicia, otra vez, con una guerra. Aunque no es muy destructiva desde el punto de vista militar o económico, se lleva por delante una generación de jóvenes en los campos de Verdún o el Somme. Una década después, ya está alcanzando su madurez una nueva generación de científicos brillantes, la de Einstein o Heisenberg. Como todos estos retos parecían pequeños, decidimos hacernos el harakiri. 1945 es el año cero para Europa. No ha quedado nada en pie de lo que fue, ni militar, ni económica, ni arquitectónica, ni moralmente hablando. Devastada, medio hibernada por culpa de una guerra fría, veinte años después está asombrando al mundo con una revolución en la cultura de masas. Salimos de nuestro estado de hibernación a finales de los ochenta y todavía hay quien se asombra de que tengamos las articulaciones rígidas.
   "Bueno, se me dirá, todo eso es historia, el futuro..." El futuro es brillante. Como se decía en el filme del majadero de Lars von Trier, esto es Europa y aquí todo el mundo ha traicionado a todo el mundo. No sólo nos hemos traicionado, nos hemos peleado, combatido, humillado, violado y exterminado de todas las maneras que cabría imaginar. En cualquier otro lugar del planeta eso hubiese significado la perduración de odios atávicos. En Europa nos ha hecho llegar a la conclusión de que es hora de intentar lo que nunca antes habíamos intentado: entendernos y convivir. Países sin una tradición cultural, sin un idioma, sin una política común, han decidido crear un proyecto de Estado.
   Un amigo mío que no es hermeneuta, me planteó una cuestión digna de tal: "¿cómo voy a compartir yo cosas con un granjero escocés? ¿qué tengo yo en común con un granjero escocés?" Pues ésa es la gracia de toda esta historia. Como han demostrado los chats, los foros y demás, con quien estamos dispuestos a compartir cosas es con quien no tenemos nada que ver, aunque sí posibilidades de comunicarnos. Con quien lo tenemos todo en común, lengua, cultura, costumbres y normas de comportamiento, es con nuestro vecino de al lado, ése al que no podemos ver ni en pintura y al que, por no comunicarle, ni siquiera le damos los buenos días. Al nivel de países, un caso que a mí me resulta particularmente triste es el de Iberoamérica. Desde río Bravo a Tierra del fuego, una pluralidad de pueblos comparte un idioma y un bagaje cultural común (por mucho que pueda considerarse que fueron impuestos). ¿Para qué les ha servido? Pues, hasta ahora, desgraciadamente, para que se entiendan sin problemas cuando se insultan. Bolivia perdió su acceso al mar a resultas de la Guerra del Pacífico (o del guano o del salitre) en 1883. El tratado de paz entre ambos países tardó 21 años en firmarse. ¡¡Y el artículo correspondiente en la Wikipedia todavía está sometido a discusión!! Por lo que tengo entendido, a los niños bolivianos se les sigue inculcando el odio a Chile como si la guerra hubiese terminado ayer.
   En esta Europa en la que no compartimos lengua ni cultura, tenemos un país llamado Polonia. No es que le hayamos quitado su salida al mar, es que nos lo hemos repartido un par de veces. Prácticamente todas las sagradas tierras de nuestros padres fueron holladas por botas francesas y la inmensa mayoría también por botas alemanas. ¿Inculcamos el odio al vecino en nuestros hijos? ¡Hombre, la verdad es que ganas no nos faltan! Pero, en lugar de eso, los europeos han creado las becas Erasmus. Mediante ellas, miles de estudiantes europeos pasan seis u ocho meses en universidades de otro país. Es el mayor instrumento de integración jamás puesto en marcha. Ha contribuido, de modo fundamental, a fomentar no ya el entendimiento o la comprensión, sino el amor entre los pueblos... o, por lo menos, el sexo. Y es que, seamos francos, nuestra opinión acerca de otro país mejora sensiblemente cuando uno consigue, por fin, echar un buen polvete en él (aunque sea con nuestra/o novia/o de toda la vida). Si de verdad se quiere consolidar la integración en Iberoamérica, en lugar de grandilocuentes discursos, haría falta generalizar unas becas de este tipo. Aunque no es preciso ir tan lejos. Nada contribuiría más a la unidad de España que unas becas Erasmus internas. Estudiantes de Sevilla podrían ir becados al País Vasco, Cataluña, Canarias o Galicia y todas las viceversas posibles. Con un instrumento de este género, la rémora de los nacionalismos (vasco, catalán, gallego, canario, español, etc.) que llevamos arrastrando más de dos siglos, desaparecería de nuestras vidas tan rápido como suelen hacerlo los preservativos usados. Pero, claro, políticamente no interesa.
   Llegamos así a la razón por la que tengo que creer en el proyecto Europa: detesto las fronteras. Nadie ha matado más gente ni ha causado más infelicidad que el tipo que las inventó. Se pueden argumentar muchas cosas a favor de ellas. Yo entiendo algunos de esos argumentos, pero nada me evitaría ser feliz si me diesen una goma con la que borrar de los mapas todas las fronteras. Por eso, un proyecto que pretende anular las fronteras entre 27 ó 30 países, las fronteras por las que tanta sangre se ha vertido, sólo puede contar con mi más caluroso y entusiástico apoyo. Y de nada me sirve que se me argumente que esta Europa es la Europa del capital o la Europa de los políticos. Ambos son argumentos que implican un error deductivo. Si se dice que ésta es la Europa del capital, se están presuponiendo los planteamientos marxistas. Leyendo detenidamente a Marx uno encontrará que, según él, el capital se mueve de modo contradictorio y anula las fronteras a la vez que las reconstituye. Pero cuando Marx dice eso, está simplemente, describiendo una situación. Lo que el proletariado debe hacer es aprovechar ese carácter contradictorio del capital en su propio beneficio. En lo que a nosotros se refiere, decir que ésta es la Europa del capital es, en realidad, un argumento para participar en ella y aprovechar los resquicios que ofrece para transmutarla en otra cosa.
   Aún más grave es el oxímoron que pasa por rechazar el proyecto de construcción europeo como un proyecto "de los políticos". En efecto, esta afirmación revela una grave contradicción en nuestras ideas. Por una parte, asumimos que el nivel de estulticia en la sangre de los políticos es bastante más alto que en la población en general. Por otra, nos oponemos a hacer lo que los políticos nos piden porque consideramos que siempre favorecerá sus intereses, dado que son... ¿muy inteligentes? Si, efectivamente, son tontos, desearán cosas que, en realidad, están lejos de favorecerles. Comprobar que es ésta, precisamente, la situación, es fácil, basta con observar el rictus que se les queda a nuestros gobernantes, empezando por Frau Merkel y Herr Schäuble, cada vez que se menciona en su presencia la palabra "eurobono".

viernes, 29 de julio de 2011

Deutschland, Deutschland über alles


   Alemania es un país fascinante. La secretarias corren para llevar un papel de su mesa a la que está al lado. Los sapitos disponen de túneles para cruzar las autopistas. Los punkis compran su billete de metro como todo buen vecino. No se pueden construir puentes nuevos porque los ecologistas se ponen de uñas. Los albañiles van a las obras en un Mercedes, trabajan seis horas y jamás piropean a las mujeres. Las bibliotecas, a pesar de dos guerras mundiales, tienen el número uno de las revistas científicas que se publicaron en el siglo XIX. A los estudiantes se les da facilidades y a los investigadores hasta se los anima a investigar (¡qué cosas!) Cualquiera que haya visitado la escuela unos cuantos años habla un inglés más que decente y la gente es realmente culta por más que lean la Bild Zeitung.
   Por supuesto, no todo es positivo. Viajan mucho al extranjero, hacen voluntariados en países remotos y aprenden idiomas imposibles, como el español, en tiempo récord, pero siempre da la impresión de que nada de eso les lleva a profundizar en las culturas en las que han vivido. Vienen, toman el Sol, comen paella, beben sangría, aprenden a soltar tacos y, sin embargo, siguen creyendo que los andaluces nos pasamos el día corriendo porque perdemos mucho tiempo durmiendo la siesta. Hay en ellos una especie de incapacidad, más acentuada que en cualquier otro pueblo, para dejar de pensar como alemanes, por mucho que conozcan otras posibilidades.
   Como consecuencia, o como causa de lo anterior, parecen mantener cierta idea de que los problemas del mundo se solucionarían si todos viviésemos como ellos. Por mucho que se intente hacerles ver que su modo de vida es una consecuencia directa de su poderío económico y que, de ninguna manera, es exportable, se mantienen firmes en su idea de que si en todos los países la gente hiciera voluntariados, fuese a su trabajo en bicicleta, estudiase lejos de casa y tardase más de cinco años en terminar una carrera, los problemas del mundo desaparecerían.
   Una chica alemana me preguntó en cierta ocasión si no había desatado un escándalo en mi país un artículo sobre el método empleado para matar a los perros en las perreras públicas. Me dijo que ella era partidaria de liquidar a los perros que no tuviesen dueños, pero que en España se empleaba un método que los hacía sufrir innecesariamente. Le respondí, primero, que desconocía ese artículo y, segundo, que difícilmente una noticia así causaría escándalo en la España de entonces. Era principios de los años 90, un par de años atrás había surgido el chiste aquel de "eres más raro que un puesto de trabajo". El índice de paró alcanzó el 25%, en Andalucía el 33%. En una familia de cuatro miembros que vivía frente a mi casa, ninguno de ellos había tenido trabajo en los últimos diez meses. No era la primera racha así. Ya carecían de paro, de ayuda familiar, de todo. Ese era el problema de la España de entonces y frente a él todo palidecía. Traté de explicárselo a mi interlocutora, le pregunté si conocía a algún parado de larga duración. Todo fue inútil. "Si toda la humanidad se preocupase por el sufrimiento de los perros sin dueño..." "¡claro! los españoles, como estáis acostumbrados a disfrutar del sufrimiento de los animales por aquello de los toros..."
   Bien, tomemos ahora estos dos principios, a saber, "nuestro modo de vida es el correcto y si logramos expandirlo por el mundo los problemas se solucionarán" y "sean cuales sean mis experiencias, siempre permaneceré apegado a mi modo de ver las cosas", y coloquémoslos en la cabeza de un tiburón financiero. ¿Cuál es el resultado? Muy simple: "nosotros los alemanes tenemos un instinto especial para descubrir dónde están los árboles de los que cuelga el dinero". Adivinen cómo se llamaban esos árboles. Se llamaban "hipotecas subprime", "bonos griegos", "bonos portugueses" y, lo que es mejor, "seguros sobre impagos de deuda". Sumemos a estas ideas el hecho de que, mientras el resto de socios del euro estén en la picota, Alemania va a seguir financiando su abultado déficit a precio de costo, a pesar del agujero de sus bancos y la ineptitud de su gobierno.
   Ahora ya tenemos los elementos para entender a qué está jugando Alemania. Simplemente, la totalidad de su sistema financiero está con el culete al aire. Han asumido tal cantidad de riesgos que es imposible que salgan indemnes de esta. Sí, ya sé, me dirán, "pero los tests de estrés..." Riánse Uds. de los tests de estrés. Ya falsificaron los resultados de la primera ronda y han hecho lo mismo con esta segunda. La única posibilidad de que el sistema financiero alemán no se hunda, pasa porque los griegos paguen íntegramente su deuda como sea. En definitiva, los bancos alemanes necesitan que se les aparezca un ángel... o una angelota.
   El gobierno alemán no parece más estúpido que el resto de los gobiernos europeos. De hecho, como lo ha demostrado la epidemia de E. Coli, tampoco es más estúpido que la media de los gobiernos federales. ¡Incluso se ha comprometido a cerrar todas las centrales nucleares! Lo que diferencia al gobierno alemán de los de Italia, España o Francia es su cabeza rectora (es un decir), Frau Merkel. La Sra. Merkel encarna todas las virtudes de la mentalidad alemana, en especial, la capacidad para mantener la calma en situaciones de crisis. Claro que con la Sra. Merkel uno nunca sabe muy bien si mantiene la calma porque conoce la salida del problema o porque carece de imaginación suficiente para darse cuenta de lo que se le viene encima. El caso es que tiene que elegir entre opciones cada vez más difíciles con unas elecciones, como quien dice, a la vuelta de la esquina.
   Una de sus opciones es salvar su sistema financiero a costa de hundir la zona euro. Lo de hundir la zona euro le proporcionaría la reelección automática, pero lo de salvar a los banqueros no está tan claro. Además, sin euro ¿a quién le van a exportar sus productos? ¿a los mismos que nosotros nuestros pepinos? La otra posibilidad es salvar al euro a costa de hundir su sistema financiero. Esta opción le costaría perder las elecciones, seguro. Finalmente, puede salvar a ambos exigiendo la creación de un ministerio de finanzas europeo. Y esta opción le costaría directamente la cabeza. De modo que la buena de Merkel ha optado por hacer lo que mejor sabe hacer, dar una de cal y otra de arena. Advertir a los bancos de que algo de dinero sí que tienen que perder y arrojar cantidades cada vez mayores de euros al agujero negro que su actitud ha contribuido a crear y que se llama Grecia. Y mientras la señora Merkel va como María, un pasito adelante y dos atrás, Europa, la Europa que se fabricó a medida de Alemania, se desliza suavemente hacia el desagüe.
 
   P. D.
   Si Ud. también está indignado con el comportamiento del gobierno alemán, le propongo un bonito acertijo: adivinar dónde veranean sus integrantes.