Una de las razones por las que le he tomado particular cariño a mi “Caja morfológica del concepto de guerra híbrida” consiste en que el primer revisor escribió: “Se recomienda aceptar este excelente artículo sin modificaciones”. En los 150 años (o algo así) que llevo enviando textos a las revistas de filosofía, las revisiones que aconsejaban su publicación siempre venían a decir: “bueno, no le llega ni a la suela del zapato a lo que yo podría haber escrito si hubiese tenido tiempo, pero venga, publíquenlo”. Sinceramente, encontrar una revisión que calificaba mi artículo de “excelente” y que solo proponía modificaciones tipográficas me emocionó.
Resulta comprensible que la introducción de nuevas metodologías provoque incomprensión y, de modo general, la incomprensión conduce a no reparar en información explícitamente ofrecida. Este hecho se exacerba en el caso de la combinatoria, cuyas potencialidades escapan por completo a la mentalidad del común de los mortales. Así, por más que se especifique el número exacto de 331.779 definiciones posibles para la guerra híbrida y 129.564 definiciones para la filosofía, los revisores siguen leyendo que existen “infinitas” definiciones. Se niegan a entender que un número grande, aunque finito, tiene unas implicaciones totalmente diferentes del inexhaurible infinito. De modo semejante, aunque se les diga que las cajas morfológicas abarcan todo lo que tradicionalmente hemos entendido como la “esencia” de las cosas, que permiten abandonar, por fin, la noria del ser, que esa sí que nos obliga a dar vueltas y más vueltas hasta el infinito, siguen pidiendo una “esencia”, que se les diga qué es una guerra híbrida o qué es la filosofía, como si ahí pudiera haber alguna novedad. En este momento, se produce ya la desconexión definitiva, las críticas pierden pie con lo escrito negro sobre blanco y se comienza a sacar afirmaciones de contexto y a negar cualquier afirmación encontrada al azar sin otra justificación que el simple “esto no es así”. Pero en este punto parece haber mayor prudencia en el ámbito de la estrategia militar que en el ámbito de la filosofía, pues en este último, los revisores presentan como crítica todas aquellas alusiones y desarrollos filosóficos que no conocen y que ni siquiera parecen haberse tomado la molestia de buscar en Google. Sin embargo, a los perspicaces filósofos se les pasa por alto una crítica clave de las cajas morfológicas, que el tercer revisor de la revista de estrategia, el que finalmente decidió a favor de publicar el artículo, vio con perfecta claridad. En efecto, las cajas morfológicas, tal y como aparecen en estos artículos gemelos, no exhiben pesado alguno de las diferentes definiciones de un concepto. Puede objetarse (y hay fundamento para hacerlo), que esta aceptación de todas las definiciones por igual distorsiona la radiografía de la situación que las cajas morfológicas presentan. Puede contraargumentarse, sin embargo, que precisamente este otorgar la misma importancia a todas las definiciones acaba constituyendo la base para la creatividad porque elimina nuestro sesgo valorativo y, por tanto, nos obliga a pensar fuera de nuestro modo habitual de entender las cosas, factor clave para engendrar nuevas ideas.
En total, las tres revisiones a las que la revista de estrategia sometió mi artículo contabilizaban 1.100 palabras. Las dos revisiones de la revista de filosofía constaban de más de 1.200 palabras y uno de los revisores afirmaba que “como estos podría hacer muchísimos otros comentarios”. Comparar estas revisiones desata inmediatamente la risa. A este revisor la redacción le parecía descuidada, carente de orden y con frases incomprensibles. Al otro revisor de filosofía, la redacción le parecía “clara”. Igualmente desternillantes resultan las coincidencias entre los diferentes revisores que recomendaban no publicar los artículos. Sin, aparentemente, plantearse lo que sus afirmaciones significan para sus respectivas disciplinas, tanto un revisor de la revista de filosofía como uno de las revista de estrategia, negaban la aplicabilidad de las cajas morfológicas a su campo de estudio argumentando que en él las palabras pueden significar cualquier cosa, que presentan una equivocidad que las hace adaptarse a lo que se le antoje a quien las usa. Lo cual no impedía al mismo revisor de la revista de estrategia rechazar la publicación porque “el trabajo queda circunscrito a un ejercicio mental” (¿qué otra cosa queda si a los términos de una disciplina los caracteriza su equivocidad?) Pero si un revisor de filosofía rechazaba la publicación de mi artículo porque en filosofía las palabras significan cosas diferentes dependiendo de quien las emplee, el otro revisor de la revista de filosofía rechazaba la publicación de mi artículo porque “el trabajo realizado parece no ser algo más que un mero juego con palabras”, acusación chistosa donde las haya en el mundo de la filosofía.
El artículo dedicado a la guerra híbrida contenía una crítica a cierto alto mando de la Guardia Civil por tergiversar una cita. Ninguno de los revisores consideró que mereciera un comentario esta circunstancia. El artículo dedicado a la filosofía contenía una crítica a cierto profesor de filosofía por omitir una cita. Una parte de los comentarios del revisor que podía efectuar “muchísimos otros” consistía en una larga parrafada para disculpar a quien había omitido la cita con el argumento de que esta no pertenecía a Jacques Maritain, como yo decía, sino a Gustavo Bueno o a Aristóteles mismo (!?)
El artículo explicaba que las cajas morfológicas habían demostrado su aplicación en una gran variedad de campos y que tenían pretensión de aplicabilidad en todas las áreas del saber, lo cual no evitó que uno de los revisores de la revista de filosofía considerase “injustificada” y “arbitraria” “la extrapolación de un método… [de] la astronomía”. Al parecer, los filósofos saben lo que pasa en el cielo sin necesidad de mirar por telescopios.
Existen dificultades no sé si llamarlas formales o materiales, para escribir un artículo sobre una caja morfológica que consiste en la enorme cantidad de fuentes que obliga a citar, lo cual genera problemas muy sensibles para mantenerse en el cómputo total de palabras que habitualmente exigen las revistas. Eso conlleva la búsqueda de criterios que permitan limitar el número de definiciones tenido en cuenta, algo que entendieron perfectamente los revisores de la revista de estrategia pero que los filósofos consideraron decisiones “arbitrarias” o “injustas”.
Que dos revisiones de filosofía ocupen más espacio que tres revisiones del mundo de la estrategia, que los filósofos se nieguen a mirar por el telescopio de un astrónomo, que se prefiera reconocer la propia ignorancia a efectuar una elemental búsqueda en Google, defender cualquier cosa que vaya en contra de lo que se dice en un artículo, por incidental que resulte para lo que se quiere concluir y utilizando no importa qué argumentos, que se consideren “arbitrarias” o “injustas” decisiones adoptadas para someterse al formato solicitado, sostener ora una cosa, ora la contraria, para aumentar el número de críticas obviando, sin embargo, las que en justicia podrían hacerse, todo ello resulta compatible con un rechazo visceral y furibundo a lo propuesto. Pero, por si no hubiese quedado claro, hay pasajes de las revisiones en las que su autor casi acaba por confesar lo que realmente piensa. El segundo revisor de la revista de filosofía escribió que “no se puede hablar "desde fuera" de la filosofía, y podría decirse que este es el error esencial del artículo” y, más adelante, insistió en que había que rechazar el artículo porque las nuevas definiciones de filosofía “se hacen desde "fuera" no de la filosofía, como él [yo] dice, sino de una filosofía propia” (cursiva mía). “Hay que tener una filosofía reconocida y aceptada por todos, hay que pertenecer a una escuela, para hacer cosas nuevas, señor mío”, parece haber pasado por su mente al escribir estas líneas. La filosofía, como la entiende la mayor parte de quienes pueblan el ámbito de la filosofía hispánica, consiste en rumiar los textos, en amasarlos como panaderos, en prolongar rancias tradiciones escolásticas y, únicamente después de haberse empapado de sus prejuicios, de sus presupuestos, de sus anteojeras hasta el punto de no poder abandonarlas ya nunca, puede darse el minúsculo paso adelante de llamar la atención sobre un pasaje poco citado, una nota a pie de página, al que se le otorgará una explicación que todo el mundo podrá entender porque apenas si se aparta de lo ya dicho siempre por todos. A quien lo haga se lo aplaudirá como al primer gran filósofo del siglo XXI hasta que aparezca otro escolarca que haga exactamente lo mismo.
En conclusión, nuestro experimento confirma que la filosofía acoge con mucho menos entusiasmo la creatividad que otras ramas del saber a las que la filosofía se considera muy superior en términos de tolerancia o racionalidad. En la filosofía contemporánea la fuerza de la tradición puede mucho más que la fuerza de la razón y pocos de quienes cuentan la anécdota hubiesen dudado en condenar a Galileo. Por supuesto, se necesitan nuevos experimentos, nuevas metodologías, aplicarlos a otros ámbitos lingüísticos, para apuntalar o descartar esta conclusión. No obstante, de este resultado pueden extraerse ya recomendaciones para las revistas de filosofía. Por ejemplo, allí donde se dice que constituye un requisito imprescindible para la aceptación de un manuscrito su originalidad, que añadan entre paréntesis: “no excesiva”. De este modo las revistas podrían disminuir el volumen de recepción de manuscritos y ahorrarse tiempo dándole capotazos a sujetos como yo. En esta época en la que no tenemos tiempo para nada, la sinceridad supone una considerable economía, cuestión sobre la que quizás escriba próximamente. Mientras tanto, dejo aquí una versión apenas modificada del artículo, el programa utilizado para generar cajas morfológicas y la hoja de excel que contiene 129.564 definiciones de filosofía. Quienes llevan 2.500 años dando vueltas en la noria del ser no apreciarán en ella valor alguno, pero a quienes andan siempre a la búsqueda de nuevos juguetes con los que jugar, seguro que les proporcionará momentos de gozo. Podéis tomar de ellas las que queráis, podéis llevaros la docena, el centenar, los miles de definiciones que más os gusten, imaginar en qué mundos jugarían un papel trascendental, construir los textos filosóficos en los que podrían hallarse incluidas, seguir sus reglas de competencia y colaboración con otras definiciones, medir las distancias respecto de las definiciones clásicas, etc. etc. Pero no olvidéis nunca reír y filosofar.