El “mundo feliz” que describe Aldous Huxley en su novela homónima, podría ser llamado el mundo del “soma”. El “soma” es una droga que cura todas las penalidades, las depresiones, los agobios de un mundo al que el condicionamiento de Skinner ha convertido en asfixiante. Se define como una mezcla de cristianismo, ideología y alcohol sin los efectos secundarios de ninguno de ellos y se lo toma de todas las formas imaginables. Por supuesto, los mayores consumidores son la clase más baja, los epsilon, que, esencialmente, viven enganchados a él entre una jornada de trabajo y otra. Pero, como siempre ocurre en estos casos, la desbordante imaginación de los distopistas ha sido desbordada por la realidad. Porque Huxley pensó que el Estado repartiría a su antojo la droga para mantener a la población aletargada y bajo su control. Así ocurrió ciertamente en nuestro país, cuando la dictadura de Franco administró considerables proporciones de “soma” en cada primero de mayo y en cada jornada de previsible conflictividad social. Ahora ya somos modernos y con la modernidad, el “soma” ha dejado de ser administrado por el Estado, ha dejado de ser gratis. Quien quiera su ración de “soma” tiene que pagar por ella. Por supuesto, tampoco lo llamamos “soma”, existe una palabra más moderna para el mismo producto: fútbol.
¿Se imaginan que a los epsilon de Un mundo feliz se les hiciera pagar tres veces cada ración de “soma”? Incluso ellos, con sus deficiencias cerebrales, se sublevarían. Pues bien, por la moderna droga que nos amodorra, que adormece todos nuestros sufrimientos y nos convence de que este no es el mejor sistema posible, pero sí el único capaz de funcionar eternamente, hay que pagar por triplicado.
Hasta 2011 los clubes de fútbol españoles fueron directamente subvencionados por todo tipo de administraciones públicas. A partir de dicho año la cosa cambió con objeto de que no cambiara nada. En lugar de subvenciones directas, se les adjudicó arbitrariamente todo tipo de subvenciones indirectas mucho más difíciles de cuantificar y mucho más fáciles de camuflar con dotes elementales de ingeniería fiscal. Un procedimiento muy habitual fue cargar al erario público la construcción y mantenimiento de los campos de juego y de entrenamiento. A cambio, el ente público en cuestión, el Ayuntamiento o la diputación, les cobraría a los clubes un arrendamiento que, normalmente, no suele ser otra cosa que simbólico. Para quienes esta manera de compartir gastos no fuese bastante, la administración siempre estaba dispuesta a insertar en sus camisetas publicidad pagada a precio de oro y que raramente entregaba a cambio algo más que cartelitos ininteligibles cuando no directamente invisibles. Pero claro, no bastaba. La voracidad de quienes andan metidos en este fangal no podía dejar de considerar estos centenares de millones pura calderilla comparado con todo lo que se podría sangrar al dinero público, así que se dejó de pagar a Hacienda hasta acumular una deuda que fluctúa siempre por encima de los 3.000 millones de euros. Esos 3.000 millones podrían habernos evitado al menos una de las rondas de recortes en sanidad y educación que Europa nos ha exigido. Pero, en lugar de estrangular semejante agujero negro de fraude, la Agencia Tributaria española brinda a estos defraudadores recalcitrantes la dulzura que reserva para los políticos y sus amiguetes. Se puede decir de otro modo, Ud. yo, cualquiera de los ciudadanos que anda por las calles de este país, está pagando los fichajes millonarios de los equipos españoles (como está pagando las inversiones en bolsa de la Iglesia) con sus impuestos y con los recortes que ha sufrido en su salario. Sin embargo, no es suficiente. Si quiere Ud. su correspondiente ración de “soma”, tendrá que pagar también su entrada o su abono a uno de esos canales que enchufa la moderna droga directamente en el salón de su casa para que sus hijos se habitúen a ella desde la tierna infancia. Y si se niega a volver a pagar por lo que ya ha pagado dos veces, Ud. y no el presidente de una federación que renunció a los 750.000€ que le correspondían por las quinielas para no verse afectados por la ley de transparencia, ni la FIFA, que plantó ante su sede el camión de una empresa especializada en la destrucción de documentos tras la imputación de Blatter, Ud. digo, será acusado de pirata y, por tanto, de delincuente.
Cuanto hemos dicho respecto del fútbol es válido respecto de esas otras drogas con menor efecto adictivo pero no menos alucinógenas llamadas “productos audiovisuales”. Las películas, las series televisivas, son sobradamente rentables sin necesidad de que las vea ningún espectador por el posicionamiento de marcas de que hacen gala. Ninguna película, ninguna serie, ningún guión, plano o secuencia puede entenderse si no es para mostrar, lo más cerca posible de lo subliminal, el nombre de quien ha pagado para que ese producto esté justamente ahí. Desde mucho antes de que las empresas tabaqueras convirtieran en mito a una improbable estrella cinematográfica como Humphrey Bogart, el cine era ya el “anuncio en gran formato” que denunció Adorno. Simplemente por ser espectadores ya hemos pagado, con nuestro consumo de propaganda, por presenciar estos lamentables espectáculos. Pero, ¡ay si es Ud. español! Si es Ud. español, una parte del dinero de sus impuestos no irá a mejorar la sanidad, ni la educación, ni las carreteras, irá directamente a los bolsillos de los productores cinematográficos, esos pobres necesitados. Aún más, su espectral presencia en salas de cine vacías, será contabilizada como entrada vendida, encerrando una estafa dentro de otra, la de recibir subvenciones por espectadores que, en realidad, no acudieron al cine.
Ahora bien, si pretende no pagar tres veces cada producto que consume, si pretende que no le estafen, si pretende defender el derecho elemental a que no le timen más de lo imprescindible, incluso si pretende ver un espectáculo no programado en su país por emisora alguna, Ud. y no Blatter, ni Villar, ni los productores cinematográficos, ni quienes hicieron que Harry encontrara a Sally para que la marca de aguas Evian ganara cuota de mercado, ni quienes inflan las cifras de espectadores, Ud. será un delincuente y un pirata, porque quienes se apropian algo de “soma” sin permiso de la clase dirigente es, por definición, un pirata y un delincuente.
Ahora bien, si pretende no pagar tres veces cada producto que consume, si pretende que no le estafen, si pretende defender el derecho elemental a que no le timen más de lo imprescindible, incluso si pretende ver un espectáculo no programado en su país por emisora alguna, Ud. y no Blatter, ni Villar, ni los productores cinematográficos, ni quienes hicieron que Harry encontrara a Sally para que la marca de aguas Evian ganara cuota de mercado, ni quienes inflan las cifras de espectadores, Ud. será un delincuente y un pirata, porque quienes se apropian algo de “soma” sin permiso de la clase dirigente es, por definición, un pirata y un delincuente.