La única cosa buena que tiene la llegada de septiembre, es que comienza la liga de football americano. Mi interés por esta forma de espectáculo nació mucho antes de que hubiese ninguna cadena en España que transmitiera los partidos. Después pude contemplar uno o dos con cierta regularidad, después vinieron los resúmenes... El año pasado acabé viendo cuatro partidos cada semana, más otro de la liga universitaria y la totalidad de las Bowls. Al principio lo que atrae, por supuesto, son los trompazos que se pegan los jugadores. He visto alguno de los que no me cabe la menor duda, que me hubiesen matado de recibirlo yo. Tampoco hay lugar para mucho más porque, cuando uno comienza a contemplar partidos, tiene muchas dificultades para localizar el balón y entender lo que ha sucedido en la media docena de segundos que dura cada jugada. Poco a poco, con las repeticiones y si tienen suerte de oír buenos comentaristas, podrán ir entendiendo qué va pasando. No hay que desanimarse si uno se pasa toda una temporada en esta tesitura. A este nivel, el football americano aparece como el típico deporte de los EEUU, una pantomima para que todo se resuelva en el cara a cada entre dos jugadores. ¡Hasta han conseguido que el baloncesto se convierta en eso!
El enganche se produce cuando uno se da cuenta de que, en realidad, estamos ante el deporte más en equipo de los que se practican en Norteamérica. En una jugada, cada jugador tiene una función específica, función que debe cumplir a la perfección si quiere que la jugada salga adelante. Ningún quarterback puede lanzar, ningún running back puede correr, si no hay media docena de jugadores que bloquean a los defensas rivales e impiden que los alcancen. Hasta los más alejados del balón tienen un papel que, de progresar la jugada, puede ser definitivo. Estos detalles, que yo alcancé a comprender sobre la tercera temporada que pude ver, tienen aún un trasfondo tras ellos. Existe, en efecto, otro nivel en el juego, un nivel que, más allá de los golpes y las jugadas espectaculares, lo hace definitivamente atractivo. En el fondo, todo es un juego psicológico o intelectual, una especie de endiablado ajedrez en cuatro dimensiones.
La temporada de la NFL es la más corta de todos los juegos de masas. Un equipo que llegue a la final, apenas habrá jugado 20 partidos. En la primera semana de febrero todo ha terminado, hasta siete meses después. Pues bien, una de las tareas que acometen los equipos técnicos de cada equipo es revisar todas y cada una de las jugadas defensivas y ofensivas realizadas durante la temporada, así como las jugadas que han realizado el resto de equipos de la competición. Es un trabajo exhaustivo, meticuloso, que lleva a una serie de tomas de decisiones en la temporada siguiente. Si un equipo elije una jugada concreta en un momento concreto de un partido es porque hay toda una serie de razones para elegir esa jugada en ese momento concreto de ese partido y de esa temporada. Algunas se repiten insistentemente. Otras son casi secretas y aparecen en el momento más inesperado. La mayoría van orientadas a preparar una sorpresa para el rival. Hay quienes se quejan de que el juego ha convertido a los jugadores actuales en una especie de robots, con poca o ninguna capacidad de decisión sobre el juego. Es cierto, pero eso no lo empequeñece nada si uno lo toma como lo que son al fin y al cabo, peones de una partida de ajedrez con 20 asaltos.
Una de las cuestiones que más echan para atrás a quienes tratan de iniciarse en este juego es la infinidad de reglas que lo controlan. Tengo entendido que el reglamento del football americano es más gordo que el Quijote. En cierta ocasión vi un partido en el que hubo una jugada. El reloj siguió corriendo, el minuto y algo que quedaba para el final del segundo cuarto se consumió y los jugadores se fueron al vestuario. Nadie se quejó, nadie protestó. Durante la semana se montó un enorme escándalo porque un periodista deportivo descubrió que, en ese tipo de situaciones, el reloj tenía que pararse, con lo que el equipo atacante hubiese tenido más posibilidades de anotar. Ni los miles de espectadores, ni los árbitros, ni los cuerpos técnicos, ni los comentaristas de la radio y la televisión se dieron cuenta. Conociendo el nivel de lectura medio de los norteamericanos, dudo muchísimo que los miles de espectadores que llenan los estadios en medio de un frío glacial, tengan un conocimiento exhaustivo del reglamento más allá de algunas reglas básicas.
En esencia, lo que hay que saber es que en este deporte, a diferencia del rugby, está permitido lanzar el balón una vez con la mano hacia delante en cada jugada y que cada equipo tiene cuatro oportunidades para avanzar diez yardas. El resto, es simplemente cuestión de ver partidos (si tienen la posibilidad, con los magníficos comentarios que pueden oírse en las cadenas mexicanas), tener paciencia y, sobre todo, jugar al Madden NFL, jueguecito que sólo se diferencia del football real en que no duelen los golpes.
Otro día, cuando estén enganchados a este espectáculo puro, ya les hablaré de los jugadores universitarios que ven truncada su carrera por una invalidez, de los ríos de esteroides que circulan por los vestuarios, de la cojera sistemática de todos los jugadores retirados o de las trifulcas entre los mismos. Aunque, en realidad, todo esto se lo pueden imaginar si les indico un detalle: es el deporte que más dinero mueve en el mundo.