domingo, 11 de diciembre de 2022

La Primera República.

   Me gustan los deportes espectaculares, así que no tengo el más mínimo interés por el fútbol. No obstante, la derrota de España ante Marruecos y la posterior victoria de ésta ante Portugal me ha proporcionado un sin fin de risotadas por motivos múltiples. Uno de ellos es descubrir que a la altura del siglo XXI España sigue dividida en dos grandes mitades, la de aquellos que ignoran nuestra historia y la de aquellos que hacen todo cuanto está en sus manos por ignorar nuestra historia.

   Como he explicado varias veces aquí, constituye un error común (y catastrófico) considerar que el Islam es algo así como un monolito que se extiende sin variantes desde Alhucemas hasta Mindanao y, por lo mismo, considerar que el Islam hoy es igual que en los tiempos de la predicación de Mahoma. Cuando uno lee el resultado de aplicar estos simplismos a la historia de España el resultado es descacharrante. Ocho siglos de la historia de este país, ocho siglos, 800 años, más de los que han transcurrido desde el descubrimiento de América, los ocupa la historia de al-Ándalus. El primer hecho fundamental para entender al-Ándalus consiste en que Táriq Ibn Ziyad desembarcó en la península al mando de unos 9.000 hombres y que con ellos conquistó sin demasiados esfuerzos todo el territorio comprendido entre Gibraltar y la Meseta Central, dominando una población de unas 700.000, almas ,algo que de ninguna de las maneras puede conseguirse únicamente manu militari. Las posteriores oleadas norteafricanas tampoco alteraron la base demográfica de al-Ándalus y, de un modo muy parecido a lo que ocurrió con los visigodos, implicó en la llegada de unos miles de hombres armados que se convertían en la élite dirigente y que acababan diluyéndose en el sustrato existente. Un reciente estudio genético muestra que un 10% de los habitantes de este país todavía tiene genes norteafricanos algo que cuadra mucho más con lo que acabamos de describir que con muchas otras paparruchas que nos han contado.

   Como consecuencia de lo anterior, una tensión permanente recorrió la historia de al-Ándalus entre la población andalusí, descendiente directa de los pobladores originarios de la península, y las minorías llegadas del Sur, detentadoras del poder. Pero a ella había que añadir otra. La prosperidad de la dinastía omeya generó deslumbrantes ciudades, entre las que destacaba por encima de todas Córdoba. Sus habitantes se distinguieron muy pronto por su refinamiento,  sus intereses culturales y su preocupación por la justicia y la política. Sin embargo, buena parte de la población andalusí siguió residiendo en pueblos de base agrícola, a veces, en condiciones de pura subsistencia. Esto generó otra tensión, perpendicular a la anterior, entre los habitantes rurales y algo que a todas luces podríamos llamar burguesía. Con frecuencia estas tensiones desembocaron en conflictos, levantamientos y guerras civiles, más o menos encubiertas como guerras dinásticas. Problemas de esta índole provocaron a principios del siglo XI la desintegración del reino en una serie de taifas. En Córdoba las revueltas populares destituyeron a Abderramán V (1024), a Yahya al-Muhtal (1027) y a Hisham III (1031). Hartos de tribus venidas del Norte de África a modo de ejércitos pagados con impuestos abusivos, Córdoba fue la última en declararse reino independiente, pero la primera en toda Europa en declararse una república. En contra de lo que cuentan nuestros libros de historia, ni la Primera República española nació en el siglo XIX, ni la primera república islámica en el siglo XX.

   En 1031 un consejo de notables decidió entregar el poder a Abú'l Hazm Yahwar bin Muhammad de la familia de los Banu Yahwar que venía ocupando cargos públicos desde antes del colapso del califato. Yahwar bin Muhammad, sin embargo, renunció a proclamarse califa. Exigió compartir su poder con otros dos miembros de su familia y se consideró a sí mismo un delegado de la confianza popular, no la persona encargada de mandar o de prohibir. Todas sus decisiones se hicieron siempre en presencia de una asamblea de notables, en la cual todos podían hablar y dar su parecer. Aunque muchos consideran que en realidad, el poder permaneció en manos del clan de los Yahwar, no constan represalias contra los contrarios a sus decisiones ni mandatos impuestos por las buenas a dicha asamblea. De hecho, incluso quienes testimonian de su avaricia y de haber triplicado sus riquezas durante su gobierno, le reconocen a Yahwar bin Muhammad sensatez política, buen hacer y preocupación por las aflicciones de los ciudadanos de a pie. Por supuesto, como todos los que ocuparon un cargo antes que él y después que él, prohibió la venta de alcohol, pero también disolvió la milicia bereber que atemorizaba a la población, creó algo parecido a un ejército popular, hizo los impuestos soportables para todos, llevó una contabilidad minuciosa de cómo y para qué se gastaba cada moneda del erario público, colocó guardias en los palacios califales aunque no los habitó nunca, acudió, como uno más, a las ceremonias, a los ritos populares de Córdoba y a visitar los enfermos, regularizó la práctica médica, convirtió la ciudad en tierra de acogida para todos los exiliados del resto de reinos taifas y medió entre ellos para que vivieran en paz y armonía. Aunque es verdad que su mandato no se extendió mucho más allá de los muros de la ciudad, le devolvió el esplendor de los primeros años del califato omeya. Básicamente no hay críticas a su gobierno ni siquiera entre los historiadores que más aceradamente le lanzan puyas y todos le reconocen haber encabezado una época de prosperidad. Sin embargo, él nunca se consideró elegido para nada y reclamó para sí meramente el papel de guardián del califato hasta que llegase alguien que mereciera “el reconocimiento de todos”. Hasta tal punto obró regido por esta idea que dejó en manos del consejo de notables elegirle sucesor. Cuando murió, el consejo eligió a su hijo Abú'l Walid Muhammad quien durante 21 años más mantuvo la prosperidad, la tolerancia y el afán por cuidar el bienestar de los ciudadanos. Pero Abú'l Walid Muhammad tenía dos hijos, en los cuales acabó delegando el poder. Entre ellos surgió una rivalidad que les llevó a enfrentarse fratricidamente hasta que en 1070 la taifa de Sevilla se anexionó Córdoba. 

   La que verdaderamente merece el nombre de I República española, pues, no sólo presagió la que aparece en los libros deseosos de olvidar nuestra historia como I (1873-4), sino que también anticipó lo que habría de ocurrir con la que se denomina “Segunda República” (1931-9). Y todo eso sucedió aquí, en este país empeñado en sepultar bajo toneladas de olvido cualquier cosa que le recuerde que otra España es posible porque la historia muestra que ya existieron otras Españas posibles.

domingo, 4 de diciembre de 2022

En qué consiste el fascismo.

   Supongamos que enviamos una sonda espacial a inspeccionar un planeta, pero no vuelve. ¿Qué debemos hacer? La mayor parte de los seres humanos responderían: mandar X sondas espaciales más. Altshuller llamaba a eso "inercia psicológica" y consiste en que los seres humanos, cuando adoptan una línea de pensamiento ya siguen por ella con independencia de cuántas paredes haya que atravesar a cabezazos. Y, por supuesto, si no se derriban al primero sólo hay que… dar más. "Más" siempre figura en la solución que dan los seres humanos. ¿Hay delincuencia en las calles? más policía. ¿Las tasas de criminalidad no descienden? más libertad para la acción policial. ¿La criminalidad sigue aumentando? se los dota de armas más potentes. ¿Si un antibiótico no funciona ante una infección hay que suministrar más cantidad? ¿Si un sistema de entrenamiento genera lesiones en los deportistas hay que entrenar más? ¿Si el carrito de la compra tiende a irse hacia un lado, para mantenerlo en línea recta, tenemos que empujar más? Habitualmente "más" forma parte del problema, no de la solución.

   Las grandes unificaciones nacionales del XIX condujeron a la idea de que cualquier problema que surgiese podría solucionarse con más nacionalismo y así llegamos a esa trituradora de vidas humanas que fue la Primera Guerra Mundial. Como todas las guerras, solucionó bastante poco, pero agravó sin límites todos los problemas. Naturalmente, todo el mundo pensó que resolverlos exigía una guerra más grande. Sin que nadie entendiera muy bien por qué Europa se precipitó al abismo de su autodestrucción. Después, de entre ruinas innecesarias, horrores insondables y sufrimientos sin cuento, los europeos se tropezaron, al fin, con la evidencia de que todos nuestros problemas debían solucionarse de otra manera y no con más locura. Vinieron generaciones y generaciones que inventaron soluciones nuevas, que crearon nuevas posibilidades y que soñaron con otros horizontes. Desde las altas esferas se consideró que tanta creatividad era peligrosa, así que, lentamente se procedió a estrangularla. En los años noventa toda la destrucción de mediados de siglo parecía tan lejana que reapareció la vieja cantinela del “más”. Hoy día abundan quienes creen haber descubierto que las ideas que hace un siglo condujeron a la catástrofe, mañana nos llevarán al paraíso. Hasta tal punto estamos perdidos y desorientados que ya ni siquiera somos capaces de identificar el peligro. Menudean sesudos expertos que sientan cátedra afirmando que es difícil definir qué entendemos por "fascismo", pese a que el fascismo ni se oculta, ni se disimula, ni se esconde. Aún más, hay textos sobre él, textos escritos por quienes lo fundaron y por quienes lo practicaron, que no dejan mucho lugar a dudas de cuál es su naturaleza. Drieu de la Rochelle decía claramente que el fascismo no tenía un programa y Mussolini hasta le negaba la posesión de ideas. El fascismo no se asienta en ideas. No hay ninguna idea que merezca el calificativo de “fascismo”. El fascismo consiste en la acción. Como afirman sus “teóricos”, viene encarnado en una "actitud", una "mentalidad", un "espíritu", etéreo y transparente, que puede encontrarse en cualquier lugar y en ninguno y que por tanto, puede apropiarse de cualquier cosa según las circunstancias y los intereses. El fascismo no es una ideología, usa y se disfraza de cualquier ideología, según convenga. Todas las ideologías tienen cabida en el fascismo y a él llega gente que procede de todo el arco político. Las alimenta todas, hasta el punto de que las élites del comunismo italiano de los años 30 brotó de los centros de adoctrinamiento fascistas. No se trata de que el fascismo sea conciliador ni tolerante, se trata de que no tiene ideas propias y tiene que tomarlas de aquí y de allá, del presente y del pasado, de las rancias tradiciones patrias y del extranjero no importa cómo de remoto, de negar las ideas de los otros, pero siempre en la cantidad mínima, lo imprescindible para aparentar que defiende algo distinto de la barbarie en estado puro. Muchos intelectuales quedan encandilados por el fascismo como las polillas por la luz. Creen que esa amalgama es un crisol del que nacerá algo nuevo y después tienen que permitir la pública humillación o abandonarlo en cuanto pretenden pensar dentro de él por su propia cuenta. Dentro del fascismo sólo piensa uno, sólo uno tiene pensamiento propio mientras todos los demás tienen que limitarse a interpretarlo. Aplastando a esos intelectuales que se acercan a él, pulverizando sus méritos previos, el fascismo demuestra la naturaleza de su disciplina, que no consiste en afirmar unos principios, consiste en defenestrar a cualquiera que los tenga. Hay quienes se sienten cómodos en las “ciudades seguras” que ofrece el fascismo. Cierran los ojos al hecho evidente de que el fascismo siempre necesitará reforzar la disciplina aniquilando a alguien y que, llegado el caso, el líder correspondiente elegirá ese alguien a capricho. “¿Yo?” claman entonces quienes se sentían seguros bajo la bestialidad fascista, "pero si yo no he hecho nada”. Precisamente por eso nuestro buen hombre se ha convertido en víctima del fascismo, porque ni ha hecho nada, ni ante su desaparición nadie hará nada. Como actividad, como acción, el fascismo no tolera ni la resistencia ni la pasividad, o se está con él, o se está en la lista de enemigos futuros.

   El discurso del fascismo es el discurso de la nuda retórica, la que se lleva a cabo no para convencer ni para disfrutar del uso de la palabra, la que se emplea para demostrar el propio poder de hablar y por tanto, de reducir al otro al silencio, la que no tiene finalidad alguna en las palabras ya que, en el fondo, no importan. Importa la acción y por eso el discurso del fascismo es el discurso de la acción, la acción hecha discurso, la palabra como martillo, como insulto, como agresión, cuya referencia son los golpes y no los pensamientos. Cuando brota de la boca de los fascistas es un farfulleo de contradicciones que a las personas de sano juicio les parece la diatriba de un loco. Aman por encima de todo a la Patria y a algún líder extranjero que no dudaría un segundo en arrasarla. Sólo quieren a inmigrantes que sean buenos trabajadores pero no tan buenos que les quiten los puestos de trabajo a los nacionales, ni tan malos que no sirvan para emplearlos como esclavos. Se ponen cachondos con sus banderas, pero cambiarían los colores nacionales por los del billete de 100$. Critican las corruptelas de quienes enchufan a sus parientes, pero defienden que la familia tiene que estar por encima de todo. Se vuelcan por obtener buenos resultados en las elecciones autonómicas, pero quieren eliminar las autonomías. Lo darían todo por España, salvo el dinero que efectivamente tienen en sus bolsillos. Reivindican nuestra gloriosa historia ignorando las vergonzosas derrotas que la pueblan. Afirmar una cosa, su contraria y negar ambas constituye la base del discurso fascista. Ahora ya podemos entender los problemas que nos embargan. 

   Convertir el juego político en un apéndice del mercado, decir no importa qué porque de lo que importa nadie se atreve a decir nada, vaciar los programas políticos de cualquier contenido porque quien tiene un programa puede verse refutado por la experiencia, ha conducido la vida política de nuestras democracias a la entrada misma de las cuevas fascistas. Hasta tal punto el fascismo nos envolvía antes del primer triunfo de Le Pen que los votantes vieron en él la autenticidad de algo que tantos políticos encarnaban a modo de copia. El votante percibe en el fascismo la honestidad de quien no tiene vergüenza, la sinceridad del criminal confeso, la valentía del matón de barrio y como les han hecho olvidar en qué consisten de verdad esas virtudes, creen que en el fascismo hay algo que merece la pena. Al fascismo no se lo va a parar con genéricas alarmas para salvar nuestras democracias, ni aireando verdades históricas manoseadas políticamente, ni, desde luego, pactando con él para apaciguarlo. Al fascismo lo pararán las nuevas ideas, los programas enérgicos y llenos de contenido, los objetivos claros, tangibles y alcanzables, políticas dirigidas a solucionar los problemas reales de los ciudadanos o ya no lo parará nadie.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Sueños y pesadillas del críquet.

   El 25 de marzo de 1992 en Melbourne, Inglaterra y Pakistán se enfrentaron en la final de la Copa del Mundo de ese deporte que nadie puede entender a menos que hable inglés llamado criquet. Contra todo pronóstico, Pakistán logró humillar al antiguo poder colonial y comenzó una racha de victorias de los equipos asiáticos sobre la, hasta entonces, imbatible potencia occidental. Aquel histórico triunfo supuso la retirada del que había sido capitán y emblemático jugador pakistaní Imran Khan. En buena medida el ascenso del poder asiático en el criquet es la historia de la prodigiosa carrera de Khan y, paralelamente, de las retransmisiones televisivas de dicho deporte. Un ídolo viviente en su país, respetado y admirado fuera de él, bien visto por las élites políticas londinenses, Khan recibió muy pronto propuestas para ocupar cargos ya bajo la dictadura de Muhammad Zia-ul-Haq. Esencialmente los partidos políticos pakistaníes se lo rifaban y él se dejó querer por unos y otros pero con la idea clara de que no sería segundo de nadie. El 25 de abril de 1996 fundó su propio partido, el Pakistán Tehreek-e-Insaf (Movimiento pakistaní por la Justicia). Khan mostró en política la misma habilidad que había demostrado para los enfrentamientos sobre el redondeado campo de los estadios de críquet. 

   Comenzó su andadura por las arenas movedizas de la política pakistaní utilizando su carisma para defender a capa y espada al gobierno del golpista Pervez Musharraf. A nadie se le escapó que este inicio, más que simpatía por Musharraf, mostraba sus intentos por granjearse amigos en el ejército y, más concretamente, en sus servicios secretos, el ISI, un auténtico Estado dentro del Estado que viene poniendo y quitando primeros ministros con tal fruición que ninguno ha conseguido jamás terminar su mandato de cinco años. Pero, como digo, Khan es cualquier cosa menos tonto. Hacia 2007 ya se había dado cuenta de que Musharraf tenía los días contados y se pasó a bombo y platillo al Movimiento Democrático de Todos los Partidos, lo cual le costó arresto, maltrato y cárcel. El hecho de que un tambaleante Musharraf no lo quitara de en medio por entonces demuestra que el ejército ya tenía planes para él. Pero la caída de Musharraf favoreció a quienes había expulsado del poder con su golpe de estado, Benazir Bhutto y su partido, el PPP. Musharraf, pensaba haber alcanzado un pacto con Bhutto que le permitiría seguir conservando esferas de poder o, al menos, no ser perseguido por sus múltiples tropelías, pero el ejército ya lo había puenteado y dos meses y medio después de volver de su exilio, Bhutto fue asesinada en un atentado. 

   En 2013, la hora parecía haber llegado para Khan. Sin embargo, las urnas le dieron la victoria al tradicional rival del PPP, el PLM (N) de Nawaz Sharif. No obstante, el “plan Khan” ya estaba en marcha y a partir de 2014 inició una campaña de agitación popular denunciando el “robo” de las elecciones de 2013, cosa que permitió al ejército manejar al gobierno de Sharif a su antojo. Finalmente, Khan llevó a su partido a ganar 116 de los 270 asientos del Parlamento, en medio de acusaciones de una flagrante intervención de los militares a su favor en 2018. Como Primer Ministro, Khan favoreció la atención sanitaria para los más pobres, la desaparición formal de las áreas tribales tradicionalmente hostiles a cualquier cosa procedente de Islamabad y hogar tradicional del ISI, saneó las cuentas públicas a cambio de hundir la rupia y encarecer de modo asfixiante el coste de la vida, abrió las puertas a la llegada de capital chino, restauró las relaciones con las monarquías del golfo e incendió las redes sociales negándose a llamar terrorista a Bin Laden o justificando la negativa de los talibanes a la educación de las niñas. Desde su oficina se defendió la independencia de los EEUU y acabó en el despacho de Putin el día en que éste iniciaba la invasión de Ucrania. Sin embargo, durante su gobierno, el ISI ha mostrado un grado de colaboración con las administraciones norteamericanas bastante mayor que en la década anterior.

   Lo que pasa en los despachos de las altas esferas de Pakistán es fácilmente descifrable, pero lo que ocurre en los despachos castrenses es otra cosa. Sin que nadie sepa muy bien por qué ni cómo un abismo absolutamente inusual se abrió en el monolítico ejercito pakistaní entre el general Qamar Javed Bajwa, Jefe del Estado mayor y el teniente general Faiz Hameed, jefe de los servicios de inteligencia, hasta el punto de que llegaron a mostrar sus desavenencias ante los periodistas. Bajwa se deshizo de Hameed en junio 2021, pero con los años, Hameed se había convertido en íntimo amigo de “su chico”, Imran Khan, así que Bajwa propició un voto de confianza que expulsó a Khan del cargo el 8 de marzo de este año, siendo la primera vez que un primer ministro pakistaní lo pierde de este modo (el modo habitual es un golpe de estado). Desde entonces, Khan ha vuelto a la agitación popular, promoviendo marchas, manifestaciones y protestas contra el gobierno, los militares y, en última instancia, EEUU, a los que acusa de haber urdido su destitución. El gobierno tampoco se ha quedado quieto y ha orquestado una acusación contra él por “terrorismo” y malversación. Durante la marcha que Khan ha organizado desde Lahore hasta Islamabad, un tiroteo acabó con seis personas heridas, entre ellas un Khan que sigue conservando un enorme tirón popular. Sus seguidores no dudaron en calificarlo de atentado y mostraron su furia en las calles del país. En un hito sin precedentes, el actual jefe del ISI, cargo que hasta hace poco conllevaba el secreto absoluto sobre su identidad, se presentó ante la prensa para negar cualquier relación del ejército con lo ocurrido. Pero la bomba estalló pocos días después, cuando Khan desveló un informe (obviamente elaborado por Hameed) en el que se daba cuenta del enriquecimiento personal y familiar de Bajwa que oficialmente debe pasar a la reserva el día 29 de este mes.

   Mientras los mimbres que han sostenido a Pakistán desde la independencia parecen rasgarse por todas partes, el país va camino del abismo. Su deuda es tan enorme que China y las monarquías del golfo se han negado a financiarla. Las caudalosas inversiones de Pekín han sembrado el país de resentimiento por todas partes y particularmente en la estratégica región de Beluchistán, siempre levantisca y que parece al borde de una violenta explosión. Hasta los talibanes han comenzando a ningunearlos y se han multiplicado los incidentes en la frontera no delimitada con Afganistán. El salvavidas económico que podría suponer la ayuda del FMI vendrá, como siempre, condicionada a nuevos ajustes fiscales que condenarán a la ya empobrecida población a caer por debajo de los límites de la subsistencia. Mientras tanto, niños descalzos juegan con palos y piedras en los descampados a rememorar el triunfo de Khan y los suyos en la Copa del Mundo de críquet.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Perdidos en la traducción (6)

   En 1970, Edgar Frank "Ted" Codd publicó A Relational Model of Data for Large Shared Data Banks, libro en el que exponía las ideas centrales sobre la creación y funcionamiento de las bases de datos relacionales. Por algún motivo, se sorprendió de que su empresa, IBM, no se apresurara a convertir sus planteamientos en programas funcionales, cuando, en realidad, eso se puede considerar el sello identificador de IBM. De hecho, no puso manos a la obra hasta que Oracle, basándose en el libro de Codd, comenzó a producir bases de datos comerciales. Pero la explosión de las mismas vino de otro lado. 

   En 1978, Wayne Ratliff trabajaba para el Jet Propulsion Laboratory (JPL), cuyo personal tenía por costumbre hacer una porra semanal sobre los partidos de la NFL. Aunque a Ratliff parece que no le interesaba demasiado el fútbol americano, pensó que podría superar a sus colegas generando predicciones que se basasen en las estadísticas que se publicaban sobre cada partido. Tomó entonces una vieja base de datos que se empleaba en el JPL llamada RETRIEVE y la adaptó para sus necesidades. Le dio el nombre de Vulcan por el origen del Mr. Spock de la serie Star Trek. No consta si Ratliff consiguió realmente batir a sus compañeros con sus predicciones, pero Vulcan demostró una enorme versatilidad para el desempeño de tareas diversas, tanto que los dueños de Ashton-Tate, la primera empresa en vender software por correo, se interesaron por la criatura de Ratliff, llegando a un acuerdo comercial con él. Había nacido dBase. 

   dBase escaló hasta dominar por completo el sector de las bases de datos domésticas en los años 80. Expandido primero a lomos de los ordenadores fabricados por Apple, su salto al entorno Windows le abrió la puerta de millones de hogares. En cierta medida, su popularidad lo mató. Hacia finales de los 80, los ordenadores habían dado paso en las empresas a las redes locales y con ellas llegó SQL, la tardía pero eficaz respuesta de IBM a las ideas planteadas por Codd. Los directivos de Ashton-Tate decidieron coger el toro por los cuernos y crear dBase IV, capaz de abastecer redes locales y entenderse con SQL. Sin embargo, al mercado llegó una versión desastrosamente lenta e inestable, que dejó la puerta abierta a rivales como Paradox y Clipper. Para entonces, un nuevo y más desafiante problema se hallaba en ciernes.

   Si las bases de datos habían seguido el paradigma de Codd, los lenguajes para redes cada vez más extensas que aparecieron en los años 90, habían crecido siguiendo el paradigma de los algoritmos, pues, en esencia, todo programa no constituye más que un algoritmo. En los algoritmos hay un nodo de inicio y una sucesión de pasos en forma de árbol que va escindiéndose en ramales, más conocidos como subrutinas. En consecuencia, cuando hay que tratar con datos, los lenguajes informáticos, al igual que los naturales, los entienden como objetos, quiero decir, como un nodo que se conecta con varias propiedades, campos o características. Sin embargo, una base de datos relacional como dBase, como todas las que siguen las ideas de Codd, contienen una sucesión de tablas, por ejemplo, todos los colores posibles de un coche, todos los motores posibles de un coche y todos los terminados de tapicería posibles en un coche. Cuando uno trata con objetos y aparece uno nuevo con rasgos singulares, por ejemplo, cuando uno trata el organigrama de una empresa y se crea un nuevo departamento, no tenemos más que tomar un nodo concreto y añadirle un ramal más a los que ya tenía. Pero cuando uno trata con tablas, la aparición de un objeto nuevo significa que hay que volver a reescribir todas las tablas porque hay que organizar lo contenido en ellas de otra manera. Todavía me acuerdo la que había que liar en dBase cuando, después de haber construido una base de datos y haber empezado a meter registros te dabas cuenta de que se te había olvidado especificar un campo. A cambio, buscar algo en una tabla resulta mucho más rápido y fácil que ir recorriendo todos los nodos en los que puede hallarse la información. Dicho de otro modo, acoplar programas que tomaban en consideración objetos con bases de datos que tomaban en consideración relaciones significaba perder alguno de los rasgos que hacían a unos y otras tan útiles… A menos que se encontrase otra solución.

   La solución consistió en crear lo que se llaman “motores de persistencia”. Un motor de persistencia consiste en un programa (o, como les gusta decir a los informáticos, una capa más de programación) que descompone los objetos en relaciones y que compone objetos a partir de relaciones. El motor de persistencia debe tener en cuenta la estructura del programa y la estructura de cada una de las bases de datos a las que se va a acceder desde él, de modo que si hay que incorporar una nueva base de datos, hay que añadirle líneas de código. A cambio, el usuario final puede hacer sus búsquedas y obtener resultados sin enterarse en absoluto de toda esta labor. Eso es precisamente lo que ocurre con nuestras búsquedas en Internet. La interfaz con la que buscamos, carga en la memoria RAM de nuestro ordenador un motor de persistencia que nos va a permitir acceder a datos colocados en bases de datos dispersas por todo el mundo y con estructuras dispares sin que nos demos cuenta de ello. Hasta tal punto no nos damos cuenta que los filósofos llevan tres décadas utilizando herramientas que demuestran el ridículo de uno de los principios básicos que ha movido a la filosofía durante esas tres décadas. En efecto, cualquier motor de persistencia hace cotidianamente para nosotros lo que los filósofos dieron por “imposible”, traducir entre dos lenguajes no ya con palabras o gramáticas “diferentes” o “alejados”, sino que presentan estructuras ontológicas toto caelo dispares, hasta el punto de que no existe un par de idiomas humanos que presenten una heterogeneidad semejante a la de un lenguaje basado en objetos y otro en relaciones. Por supuesto, los motores de persistencia no carecen de problemas y de desafíos por vencer, pero demuestran, en cada búsqueda que efectuamos con ellos, una funcionalidad que los filósofos vienen negando a cualquier género de traducción.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El péndulo de Peirce (2 de 2).

   Los supervivientes de la expedición a la Bahía de Lady Franklin fueron recibidos como héroes, tanto más cuanto que, en medio del frío, del hambre y de penalidades sin cuento, Greeley se había empeñado en que cargaran en todo momento con los aparatos científicos, entre ellos el péndulo de Peirce, y los cuadernos de notas con las mediciones. Fueron ascendidos y condecorados, aunque Greeley rechazó estos honores. Un mes después de su llegada, la prensa sensacionalista se cebó con la expedición removiendo truculentas historias de canibalismo que ellos negaron tajantemente aunque reconocieron haber usado carne de sus compañeros muertos como cebo para pescar piojos de mar. Lo cierto es que en el área en el que fueron encontrados no existe fauna marina o acuática de dimensiones superiores a esos piojos de mar que alcanzan como mucho los 4 cm.

   A comienzos de 1886, Peirce tenía sobre la mesa 100 volúmenes de datos en bruto sobre observaciones con péndulos que abarcaban buena parte de su trabajo desde 1880, además de los que la expedición de Greeley había aportado. Todos esos datos debían ser corregidos, normalizados, convertidos en mediciones de gravedad y de curvatura y puestos negro sobre blanco en un informe a publicar por el Coast Survey. Pero el Peirce que tenía que encargarse de ellos ya no era el joven científico que había impresionado a la Asociación Internacional de Geodesia. Su padre había muerto en 1880 y con él se había ido su paraguas protector. Por esas fechas se divorció de su primera mujer, la activista del feminismo Melusina Fay "Zina" Peirce, que lo había abandonado en 1875. Pero antes de su divorcio comenzó a frecuentar la compañía de la que acabaría siendo su segunda esposa, Juliette, de la que, por no saberse, no se sabe ni su apellido de soltera. Simon Newcomb lo denunció ante el comité ético de la Universidad John Hopkins y Peirce tuvo que presentar su carta de dimisión antes de que lo echaran en un incidente que recuerda al que viviría John Watson, el padre del conductismo, 40 años después. La sociedad bienpensante condenó al ostracismo a la pareja y la propia familia de Peirce acabaría dándole la espalda. No renunciando al “estilo de vida al que aspiramos”, en palabras de Peirce, y teniendo como único ingreso el sueldo que él cobraba del Coast Survrey, el matrimonio Peirce había iniciado una suave pendiente hacia la indigencia pues ese escaso sustento estaba lejos de hallarse garantizado. El Coast Survey, encargado de publicar los mapas de Norteamérica, había alcanzado enorme prestigio tras la guerra civil, atrayendo lo más preciado de las cabezas científicas del país. Peirce había entrado en ella como “ayudante de cálculo” bajo el auspicio de su padre que, a la sazón, dirigió el organismo desde 1867 hasta 1874. Pero Peirce asumió rápidamente funciones ajenas a la de la “calculadora humana” que se suponía que era. Su presencia en el Congreso Internacional de Geodesia se debió a una campaña de cartas enviadas a los más prestigiosos periódicos de la nación reclamando la presencia de EEUU en semejante foro por primera vez, campaña que el propio Peirce se ufanaba de haber orquestado. La fabricación de péndulos y la consiguiente contribución a la expedición a la Bahía de Lady Franklin supusieron otros tantos logros de Peirce. En 1885 había llegado a la presidencia de EEUU Grover Cleveland que incluyó en su programa la necesidad de “adelgazar” la administración y que rápidamente puso al Coast Survey en su punto de mira. A su vez, en el Coast Survey miraron hacia Peirce. Él, por su parte, absolutamente seguro de su capacidad de cálculo, por otro lado asombrosa, parece que no pensó en cómo sistematizar los datos ni en darles la estructura de un informe hasta que la inabarcable montaña de números estuvo sobre su mesa. Inició entonces un intercambio epistolar con la dirección del Coast Survey pidiendo ayuda, tiempo o permiso para tomar atajos, consiguiendo únicamente aumentar la desconfianza hacia su figura. A la ya insoportable presión se unió el hecho de que los datos del péndulo que los hombres de Greeley habían devuelto tras arrastrarlo por el hielo en su embalaje protector, había que incluirlos en el informe fuese como fuese. Ahora bien, por alguna razón, el péndulo, no el soporte, que había regresado hasta Peirce, pesaba cuatro gramos menos que el que partió del puerto de New York y los datos tomados con enorme celo por Israel mostraban discrepancias que sólo podían entenderse si, en algún momento, el aparato había sufrido congelación. Las cifras absolutamente precisas que Peirce había prometido con sus péndulos reversibles en 1876 dependían ahora de una sucesión de conjeturas que los convertían en pura especulación. Mientras pasaban los meses y Greeley calentaba a la opinión pública y a los altos cargos preguntando qué ocurría con el informe por el que sus hombres habían muerto, Peirce intentaba ganarse la vida con un curso de lógica por correspondencia, lanzaba ataques anónimos en la prensa contra la filosofía de Herbert Spencer y hasta se embarcaba en una polémica con Edmund Gurney en las páginas de una revista acerca del fundamento estadístico de la telepatía. Por fin, el 24 de abril de 1890, Peirce envió su informe. Temiéndose lo peor, la dirección del Coast Survey ordenó que lo supervisara… Simon Newcomb, el hombre cuya acusación había convertido a Peirce en un paria. Newcomb no tardó ni cuatro días en concluir que el informe no podía ser publicado por el Coast Survey porque, por alguna razón, Peirce se había dedicado a presentar primero los resultados, después las fórmulas de las que éstos se extraían, después los principios de los que se obtenían estas fórmulas y así sucesivamente hasta llegar, por último, a los datos originales, lo cual suponía “una inversión del orden lógico”. Todo el documento necesitaba ser reescrito de arriba a abajo, algo que el menguante presupuesto del Coast Survey no hacía practicable. A Peirce se le informó de que no se le renovaría su contrato y el informe jamás se publicó. Supuestamente archivado, a día de hoy se lo considera perdido.

domingo, 6 de noviembre de 2022

El péndulo de Peirce (1 de 2).

   Durante las sesiones de la Comisión Permanente de la Asociación Geodésica Internacional celebradas entre el 5 y el 10 de octubre de 1876, un joven científico norteamericano intervino para señalar que todas las mediciones con péndulos efectuadas en Europa habían incurrido en un error sistemático al no incluir en sus cálculos los leves desplazamientos producidos en el soporte por las oscilaciones del péndulo. Este tipo de errores habían acabado conduciendo a un callejón sin salida los intentos por determinar el valor de la gravedad en cada punto y, por ende, la forma exacta de la Tierra. Aunque semejantes apreciaciones generaron un acalorado debate, al final el joven norteamericano consiguió convencer a sus colegas europeos y regresó a su país con la promesa de construir un nuevo tipo de péndulos que ofrecería resultados exactos y que, en consecuencia, convertirían a los EEUU en la referencia para este género de investigaciones. Aquel joven científico que alcanzaba de este modo la culminación de su carrera se llamaba Charles Sanders Peirce y era, gracias a la intervención de su padre, el notable astrónomo y matemático Benjamin Peirce, profesor de la Universidad John Hopkins y asesor de cálculo del Coast Survey, uno de los principales organismos científicos del gobierno norteamericano. Del péndulo de Peirce acabaron construyéndose cuatro ejemplares. Con tres de ellos se efectuaron medidas en diferentes puntos del país mientras que el cuarto habría de llevarse hasta la Bahía de Lady Franklin, situada en el Ártico, allí donde Canadá casi pierde su nombre y se confunde con Groenlandia.

   Aunque en Europa se habían comenzado a construir laboratorios en los que se controlaba la presión atmosférica antes de hacer oscilar el péndulo, las anotaciones de Peirce dan cuenta de condiciones más precarias, haciendo recaer todo el rigor de las mediciones en lo que el propio Peirce pudo conseguir. Algunas de ellas incluyeron habitáculos completamente aislados, en los que la temperatura corporal del observador no tuviera incidencia sobre lo observado. Pero en otras, Peirce hasta tuvo que utilizar un cronómetro prestado por una avería del suyo. Como cualquiera que lo haya empleado sabe, de entre todos los dispositivos intrínsecamente malignos creados por el ser humano, el péndulo es el más maligno de todos los que se pueden poner en manos de un científico. Las oscilaciones de un péndulo dependen de una pluralidad de factores y, por encima de todo, del capricho del propio péndulo. Después de haber controlado las más insignificantes corrientes de aire, las más sutiles vibraciones del terreno o del entorno, las más nimias variaciones de la temperatura y absolutamente todos los factores en su instalación y manejo, un péndulo puede seguir ofreciendo resultados irregulares sin que nadie entienda demasiado bien por qué. Coloque ahora un aparatejo tan endiablado como este en el círculo polar Ártico.

   La expedición a la Bahía de Lady Franklin estuvo comandada por el teniente Adolphus Greely un hombre con el carácter necesario para liderar semejante misión pero demasiado dotado para el mando, hasta el punto de que se sorprendía cuando alguien que no fuese él decía algo que le pareciese sensato. El encargado de manejar el péndulo de Peirce sería Edward Israel, un joven astrónomo recién graduado a quien uno de sus profesores había designado para incorporarse a esta expedición. En mayo de 1881 Peirce e Israel se reunieron en un sótano habilitado por el Coast Survey para que el primero enseñara al segundo el manejo del péndulo. Del informe de Peirce sobre estas reuniones podemos colegir que, por el suelo y la construcción del edificio, no pudieron efectuar ninguna medición real, limitándose Peirce a indicarle a Irwin cómo habría de proceder en condiciones ideales. El 9 de junio de 1881, los 24 hombres de Greeley partieron hacia la estación ártica con todos su dispositivos científicos a bordo del Proteus. En medio de unas temperaturas inusualmente cálidas para aquellas latitudes, llegaron a su objetivo el 11 de agosto y, tras construir un campamento, Greeley ordenó a sus hombres iniciar las mediciones que constituían el eje de la misión mientras el Proteus iniciaba el viaje de regreso. Unos meses después, dos de los miembros de la expedición alcanzaban el punto más septentrional del globo al que el ser humano había llegado hasta entonces.

   En 1882, el barco que debía llevarles provisiones y recoger al médico de la expedición cuyo contrato vencía ese año, no pudo alcanzar la Bahía de Lady Franklin por las condiciones climatológicas. En 1883 el Proteus acabó aprisionado en los hielos cuando intentaba llegar hasta ellos y un segundo barco tuvo también que renunciar al intento. Siguiendo las órdenes, Greeley decidió mover el campamento hacia el sur, hacia un punto en el que, teóricamente, se le habrían dejado provisiones caso de que los barcos no pudieran alcanzar la base original. Sin embargo, la tripulación del Proteus, tras abandonarlo, sólo pudo dejar para Greeley y sus hombres provisiones para 40 días. Cuando éstos llegaron allí, en condiciones terribles y casi sin alimentos, no pudieron seguir avanzando y tuvieron que acampar en mitad de la nada. Con todo el mundo dando la expedición por perdida, la mujer de Greeley inició una infatigable gira por los despachos de los altos cargos del gobierno hasta que consiguió que el Secretario de la Marina enviara cuatro buques al rescate de su marido. El 22 de junio de 1884 contactaron con la expedición ¡2.000 millas al sur de la Bahía de Lady Franklin! 17 hombres, incluyendo a Edward Israel, habían muerto de hambre, de frío o ahogados. Uno había sido ejecutado por Greeley por robo reiterado de raciones de comida. Sólo quedaban seis supervivientes y el propio Greeley. 

domingo, 30 de octubre de 2022

Sobre voluntad y justicia.

   Ya he explicado reiteradas veces aquí que existe un país llamado Portugal del que los españoles deberíamos aprender mucho. Pero, por eso precisamente, porque tiene mucho que enseñarnos, hacemos lo posible por no conocerlo ni por equivocación. Nos vanagloriamos de haber visitado Praga, San Petersburgo, Venecia, Nueva York, Londres… Pero pregunten por una plaza de Lisboa o una playa del Algarve y verán. En Portugal existe una cosa llamada Conselho Superior da Magistratura, que manda tanto como nuestro Consejo Superior de Deportes, pero en su caso para los jueces. En 1974, la Revolución de los Claveles acabó pacíficamente con la dictadura de Salazar y, pese a que los jueces que ejercieron durante la dictadura continuaron haciéndolo durante los primeros años de la democracia, la Constitución portuguesa de 1976 no tuvo el menor empacho en declarar que “los tribunales son órganos de soberanía con competencia para administrar justicia en nombre del pueblo” y que “los tribunales son independientes y están sujetos únicamente a la ley”. El Conselho consta de 17 miembros, de los cuales el parlamento por mayoría de tres quintos elige siete vocales, el Presidente de la República nombra 2 y los otros ocho los eligen los propios jueces. El modelo portugués no es una anomalía en Europa, bien al contrario, sigue la pauta del sistema judicial italiano o del francés, en el que la mayoría de los integrantes de los órganos del poder judicial lo nombran los propios magistrados. Existe otro tipo de modelos, en los que dicho órgano tiene un papel puramente administrativo, pues se accede a él, como a cualquier otra plaza del funcionariado, por méritos, limitándose su poder al de sancionar a los jueces que transgredan la ley. Este año, Polonia pasó de un sistema “a la francesa” a un sistema puramente español, lo cual, de entrada, no suena demasiado bien, pero a él le han añadido un Tribunal Disciplinario que responde únicamente ante el gobierno y todo tipo de sanciones para jueces que antepongan la legislación europea a la polaca o cuestionen la constitucionalidad de la leyes nacionales.

   La Constitución española, que la hizo gente de derechas y de izquierdas pero muy sabia en comparación con lo que vino después, remitía la elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) a una futura ley orgánica de la judicatura dejando de facto dicha elección en manos de los jueces. La ley orgánica se fue retrasando y no vio la luz hasta 1985. Para entonces, Felipe González ya se había hartado de que los jueces le vinieran con zarandajas acerca de que las mayorías absolutas no eran óbice para saltarse las leyes cuando a uno le viniera en gana robar más de lo habitual. La ley del 85 entregaba al Congreso el nombramiento de diez de los 20 componentes del órgano de gobierno judicial y al Senado los otros diez. Todavía mejor, ni siquiera tenían que ser jueces ni fiscales, bastaba con que tuvieran “suficiente reputación en el ámbito judicial” (por ejemplo, profesores de derecho). Eso sí, para disimular un poco las cosas y que las futuras elecciones no sacaran tan suculenta presa de sus garras, establecía la necesidad de que todos ellos fueran nombrados por una mayoría de tres quintos de las respectivas cámaras. La imagen de un Felipe González que ya había abandonado la chaqueta de pana, pero que iba por Europa de progre y de legítimo heredero de la República nos evitó un rapapolvos como el que le ha caído en estos días a Polonia. Los jueces no se lo perdonaron y se cebaron con deleite en las decenas de corruptelas de las que el socialismo sembró nuestro país durante 14 años. Pero mientras el PP dejaba constancia pública, con una sonrisa, de cada acción judicial, privadamente tomaba nota de lo que estaba ocurriendo para que a ellos no les pasase lo mismo. En cuanto tuvo mayoría absoluta, el tío del bigote promovió una revolucionaria reforma judicial que, en realidad, se limitaba a decir que los miembros elegidos por las cámaras saldrían de listas promovidas por las asociaciones de jueces y fiscales políticamente orientadas, es decir, que los partidos políticos señalarían a las asociaciones de jueces y fiscales los nombres de entre quienes acabarían eligiendo a los miembros de CGPJ. Esta reforma no le gustó a nadie, salvo a las asociaciones de jueces y fiscales, claro. En 2012, el flamante ministro de Justicia, Ruiz Gallardón, anunció a bombo y platillo una nueva reforma que se proponía devolver a los jueces el autogobierno con la esperanza de que éstos recordasen tal gesto de magnanimidad en los futuros juicios sobre corrupción del PP. Pero cuando el proyecto de ley llegó al Consejo de Ministros, de esa novedad no quedaba nada. Tan diluida llegó la “reforma” que nunca se tramitó. Al parecer, PP y PSOE habían alcanzado un acuerdo para renovar la cúpula del órgano y el PSOE pidió durante las negociaciones de la misma parar la futura ley, algo que el PP le concedió sin necesidad de un segundo ruego… Hasta hoy. Todos y cada uno de los integrantes del CGPJ llevan ocho años en el cargo. La prescriptiva renovación quinquenal no se ha llevado a cabo desde 2013. Cada cierto tiempo, los partidos hacen el amago de negociar, pero no negocian. Se limitan a proponer miembros inasumibles para el resto de partidos y ante la negativa de los otros, se levantan de la mesa sin más. El PP acusa al PSOE de "no tener voluntad de renovar el CGPJ", el PSOE acusa al PP de "no tener voluntad de renovar el CGPJ" y los dos acusan al tercer partido más votado de "no tener voluntad de renovar el CGPJ". Para dejar más claro de qué va todo esto, en 2020 se prohibió que los miembros en funciones del CGPJ hicieran nombramientos, “reforma” que hubo que desmontar a toda prisa unos meses después porque, lisa y llanamente, la justicia española estaba al borde del colapso. Ese año, un informe sobre el Estado de Derecho en España de la Comisión Europea subrayaba la escandalosa situación del órgano en el que se visibiliza la independencia del poder judicial y, de pasada, también ponía el acento en que “no se ha implantado una estrategia global específica de lucha contra la corrupción”. Para solucionar estos desmanes, el gobierno de Pedro “el hermoso”, amparado en las impolutas huestes de la progresía más izquierdista ha comenzado a alentar una futura reforma “a la polaca” que “desbloqueará la situación” y que se limita a quitar el obstáculo de los tres quintos para que los políticos forjen un órgano de gobierno judicial a su imagen y semejanza laminando inventos fascistoides como que en un Estado de Derecho el poder judicial debería ser independiente. Si a estas alturas Ud. tiene la menor duda de que los padres de nuestra patria están tratando de impedir que los jueces sigan persiguiendo algunas de sus corruptelas más evidentes por el procedimiento de nombrarlos ellos mismos, tengo un negocio que proponerle a propósito de un billete de lotería que no puedo cobrar. Póngase en contacto conmigo en tocomocho@todotimos.com.