No sé muy bien cómo se hace hoy día, me imagino que por crowdfunding o algo semejante, pero en mis tiempos, parte del dinero para los viajes de fin de curso se obtenía por fiestas celebradas en los propios centros escolares. En muchas ocasiones, recaudar algo que mereciera la pena significaba tener el menor número de manos posibles tocando el dinero pues, como todos sabemos, la humedad de la barra de un bar, con frecuencia, hace que los billetes se peguen a las manos. Para evitarlo se fabricaban unos vales que, en ocasiones, equivalían a los servicios que proporcionaban. Digamos que había papeletas que llevaban impreso “pincho de tortilla”, “refresco”, “cerveza”, etc. Dos, tres personas, se encargaban de venderlos por el precio establecido y, por tanto, sólo esas dos o tres personas se hacían responsables de lo que al final apareciera en la caja. La contabilidad resultaba transparente si se sabía el número de papeletas fabricadas con cada producto. Imaginemos un centro de enseñanza en que el dinero recaudado no sólo se utilizara para el viaje de fin de curso sino también para mejorar las instalaciones del mismo e, incluso, para contratar personal, cocineros y hasta actuaciones para las siguientes fiestas. E imaginemos que los vales sirviesen de un año para otro porque han conseguido hacerlos infalsificables, aunque, obviamente, sólo sirven dentro de los límites del recinto escolar. Si las fiestas fuesen cada vez mejores, la comida cada vez más rica y el colegio tuviese mejores instalaciones, sin duda, más personas querrían acudir a él y, como consecuencia, a sus fiestas. El centro podría permitirse pedir más por cada uno de los productos servidos durante las mismas. Muy pronto un grupo de despabilados encontraría la manera de hacer dinero comprando los vales y vendiéndolos al año siguiente o al otro, incluso algunos de ellos los guardarían durante años con la esperanza de que se revalorizaran de modo proporcional al tiempo pasado. En esencia una criptomoneda no es nada diferente de esos vales. Sirven para pagar servicios (pinchos de tortillas, refrescos, cerveza...) prestados en ciertas plataformas (fiestas de fin de curso), pero no los compran únicamente quienes desean estos servicios sino que, en previsión de que aumentarán sus demandantes, hay quienes lo acumulan durante un cierto tiempo para venderlos cuando juzgan que su demanda ha llegado a un tope. Debe quedar claro que, de acuerdo con nuestro ejemplo, tiene que celebrarse una fiesta, quiero decir, tiene que haber eventos clave que marquen con nitidez el aumento gradual de los asistentes o la esperanza de que los haya y si un día deja de haber fiestas, los vales, las criptomonedas, no valdrán nada. Aclaro esto porque el ejemplo que he puesto no sirve para todas las criptomonedas. Existe un caso particular de monedas constituido por aquellas en las que ni hay fiesta de fin de curso ni parece que vaya a haberla nunca. Simplemente, alguien ha impreso vales que equivalen a platos de comida tan exóticos y originales, que a la gente le ha hecho gracia y ha comenzado a comprarlos o, por seguir nuestro ejemplo, alguien ha decidido imprimir vales para la fiesta de fin de curso de los perros de una academia de adiestramiento. Digamos que, inicialmente, los compraron los dueños de dichos perros como guasa, pero pasado el tiempo mucha gente se ha sumado a la broma. En consecuencia los vales han alcanzado cierto precio no porque alguien vaya a intercambiarlos por el pincho de tortilla correspondiente, sino porque tiene la seguridad de que la tendencia seguirá y podrá venderlo en cualquier momento por un valor superior al de compra.
Hay tres detalles más de suma importancia para caracterizar el mundo de las criptomonedas. El primero es que, aunque existen más de 5.000 y que a esta cifra se le añade otra media docena cada día, en la práctica todo lo decide una, bitcoin. Por ser la primera, por haber adquirido un valor icónico y por capitalización, cuando el bitcoin sube, todas las monedas suben y buando bitcoin baja, todas las demás lo hacen. De aquí se derivan dos consecuencias de extremada importancia si ha pensado alguna vez en invertir en criptomonedas. Por una parte, el consejo habitual en el mundo de las finanzas de diversificar las inversiones, no sirve en el mundo de las criptomonedas. Da igual que se haga con una cartera de doce, de doscientas o de dos mil monedas diferentes, el día en que el bitcoin baje todas bajarán y el día en que suba todas subirán, por supuesto, en diferentes medidas y con diferentes velocidades, pero, al final, todas seguirán la tendencia marcada por bitcoin. Por otra parte y en consecuencia, si bien se puede determinar el valor de una moneda por su comparación con bitcoin, no hay modo de determinar el valor de bitcoin. Aunque se basa en la tecnología blockchain, aunque esa tecnología será omnipresente más pronto que tarde, aunque cada vez cuesta más trabajo producir bitcoins y aunque su cantidad total tiene un límite, nada de eso permite comparar su valor con otra cosa, por ejemplo, con el dólar norteamericano. No hay cálculo, no hay teoría, no hay hecho económico alguno que permita decir si el bitcoin se halla en estos momentos sobre o infravalorado y, mucho menos, en cuánto. Por tanto, segundo detalle, el mercado de las criptomonedas es puramente especulativo, sin que exista valor tangible alguno al que se pueda remitir ninguna de ellas. Si una empresa se hunde, quedará su solar que puede valer algo. Si un banco se hunde, supuestamente, hay un fondo de compensación para los ahorradores. Si una criptomoneda se hunde, no queda ni un papel para utilizar como marcapáginas en el libro que esté leyendo. El tercer detalle consiste en que si ha entendido todo lo que llevamos dicho hasta aquí, sabe ya más de criptomonedas que el promedio de las personas que tienen todos sus ahorros invertidos en ellas. Estos tres detalles permiten una caracterización sucinta pero exacta del mercado de criptomonedas: es explosivamente volátil.