Frecuentemente, dentro del pensamiento occidental, se señala a Parménides como el nombre en el que podemos encontrar ya algo en lo que nos reconocemos, como aquél con el mérito de haber introducido un cierto giro en la historia de la filosofía. Suele subrayarse esto diciendo que a él se le atribuyó el adjetivo “filósofo” por primera vez o que creó la metafísica misma. En Parménides, reconocemos un cierto salto a otro nivel, un cierto trascender, una relación privilegiada con algún problema filosófico de primer orden. A destacar tal relación privilegiada dedicó Heidegger un notable libro de 234 páginas. Notable, digo, como ejercicio de interpretación, pues sólo a base de interpretar, y mucho, se pueden sacar 234 páginas del centenar corto de versos que nos han llegado como “texto” de Parménides. Reconstruir el pensamiento de un filósofo a partir de un porcentaje no sabemos cómo de exiguo de sus escritos, resulta tarea en la que no vamos a adentrarnos aquí. Más bien llamaremos “Parménides”, a lo que habitualmente se entiende por el pensamiento de dicho filósofo, a lo que forma parte del acervo habitual de saber por parte de quienes practican tal disciplina, a lo que figura en cualquier libro de historia de la filosofía al uso y que, por tanto, constituye el suelo sobre el que ha brotado nuestro modo occidental de entender las cosas.
Tradicionalmente se le atribuye a Parménides la afirmación de que “sólo queda un camino narrable: que es”. Se suele vincular este fragmento con este otro: “es necesario decir y pensar lo que es”. Habría, por tanto, una identidad entre pensamiento y ser en Parménides. Sólo el ser resulta pensable y, en consecuencia, sólo se puede hablar del ser. Del no-ser, por contra, no se puede decir ni pensar nada. En estos dos fragmentos hay también otras cosas, pues contienen tres términos cuya relación no parece clara de entrada: camino, narración y pensamiento.
¿Significa lo mismo pensar y narrar? ¿constituye el pensamiento una narración? ¿debemos hacer sinónimos al camino, la narración y el pensamiento? ¿pueden narrarse cosas que no pueden pensarse o pueden pensarse cosas que no pueden narrarse? Parménides, desde luego, según el modo habitual de interpretarlo, ha hecho lo primero, pues nos contó cómo se hallaba conformado el camino del error, pese a que, se nos dice, todo lo que ahí nos cuenta no forma parte de su pensamiento. Podríamos especular indefinidamente con las respuestas más adecuadas a tales cuestiones, pero, por fortuna, dichas especulaciones, no van a modificar sensiblemente lo que aquí tenemos que decir.
Hay, no obstante, algo incluido en las afirmaciones anteriores que la interpretación tradicional de ellas no clarifica, a saber, la posibilidad de emplear el ser para referirse a sí mismo. En efecto, la idea de que “sólo queda un camino narrable: que es”, parece haber implicado que podemos hablar despreocupadamente acerca de lo que el ser es. A partir de este punto nos encontramos una y otra vez con afirmaciones acerca de que el ser es esto o aquello. Resulta lógico que la interpretación tradicional no se pare a mencionar este hecho pues forma parte de una tradición, precisamente la nacida con Parménides, que acepta esta posibilidad como presupuesto básico de nuestro pensamiento occidental. Desde este momento, el pensamiento occidental pasará a considerar que se puede decir lo que el ser es, que la aplicación reflexiva del ser a sí mismo resulta aproblemática, todavía más, que señalar qué es el ser equivale a mostrar el ser, e, incluso, que la filosofía no puede tener otro deber más que hablar acerca de lo que el ser es. Y, sin embargo, en el propio Parménides tal supuesto cortocicuita, mostrándose como extremadamente cuestionable, cuando no directamente aporético. Sin embargo, este carácter aporético no aparece allí donde la interpretación tradicional ha querido encontrarlo. De lo contrario, tendría que haber puesto en tela de juicio sus propios cimientos. De este modo, se le reprocha a Parménides su desprecio de los sentidos o la ingenuidad de identificar pensamiento y ser, sin atreverse a denunciar la tremenda cesura entre uno y otro a la que conducen los planteamientos parmenídeos.
Decíamos que a partir de estas dos afirmaciones, el modo habitual de interpretar a Parménides se dedica a señalar todo aquello que el ser es y así tenemos que el ser es eterno, inmutable, único, ingénito, incorruptible y homogéneo. Pero, para otorgarle un sentido unívoco a estas atribuciones, necesitamos también concluir que todas ellas se realizan del mismo modo y en el mismo sentido, quiero decir, que no hay regiones en el ser. Si hubiese tales regiones el ser podría mantener su carácter homogéneo en la medida en que unas podrían transformarse en otras por deformaciones continuas. Eso sí, cada región tendría características propias, con lo que el ser de una cosa no coincidiría con el ser de otra. Todavía peor, si hubiera regiones en el ser, entonces hablar de cómo es el ser resultaría extremadamente complicado pues habría que aclarar y justificar qué región concreta del ser se utiliza para hablar de qué región concreta del ser, dicho de otro modo, no habría modo de hablar del ser “en general”. Tan terribles complejidades introduce esta posibilidad que nadie ha asumido el reto de emprender este camino planteado en estos términos. Obviamente nos hallamos ante una demostración de que decir lo que el ser es no conduce tal cual a mostrarlo, de que la aplicación del ser a sí mismo no lo hace transparente, sino que lo convierte en un abigarrado ejercicio de justificaciones continuas que harían impracticables el discurso mismo.