domingo, 13 de octubre de 2019

Real Time con Bill Maher.

   Una de estas noches, zappeando por esas televisiones de Dios, me encontré con el episodio de Real Time with Bill Maher correspondiente al 20 de septiembre del corriente. Para quien no lo conozca, se trata de un programa de sátira política basado en entrevistas a expertos y en los monólogos del propio Maher. No me puedo decir un entusiasta del personaje ni del programa, pero algunas veces me quedo a verlo cuando me tropiezo con él porque proporciona una mirada a los debates políticos de EEUU desde la mentalidad norteamericana, habitualmente distinta al modo que tenemos de considerar las cosas quienes no vivimos en aquel país, como vamos a comprobar. Maher, más o menos autoproclamado libertario, ejerce de conciencia del sector más izquierdista del Partido Demócrata siempre bajo el presupuesto de que mejor un gobierno de dicho partido que cualquier otra cosa.
   En este programa en concreto, varias cuestiones llamaron mi atención. En primer lugar, el propio Maher, todo tolerancia y multilateralismo él, no puede dejar de suponer que en cualquier país declarado musulmán rige la sharia y asociar ambos hechos con un color de piel más bien negro. En efecto, tras citar la composición del gabinete de Justin Trudeau, con más mujeres que hombres y varios miembros de la comunidad sij, comentaba, bastante consternado, su reciente foto con el rostro pintado de negro. “Lo habían invitado a una fiesta a la que tenía que ir de beduino, ¿qué esperaban?” comentó Maher. Naturalmente, ninguno de sus invitados se atrevió a indicar que, contrariamente a una creencia bastante extendida, los beduinos no son muy negros que digamos. Más bien la discusión giró en torno al carácter racista de pintarse la cara simulando ser negro. Una de las analistas, Heather McGhee, señaló que Trudeau no podía justificar que no sabía que eso era racismo cuando había un vídeo de los años 70 en YouTube denunciando precisamente este tipo de actitudes. Afortunadamente la señora McGhee no ha presenciado la fiesta de los reyes magos en nuestro país. Además de que uno de ellos, Baltasar, el “rey negro” (y, por otra parte, el favorito de los niños), sólo recientemente lo ha encarnado de verdad alguien con ese color de piel, toda su hueste va de la misma guisa para regocijo general y sin que a nadie se le ocurra estar participando en una fiesta supremacista. No creo que el país en el que no tengo más remedio que residir se halle más libre de culpas que otro cualquiera, pero, desde luego, aquí nadie se atrevería a sostener, al menos en las fechas en que escribo esto, que “los padres negros no cuidan de sus hijos”. McGhee, ella misma de color, aceptó el reto de discutir esta afirmación puesta sobre la mesa por otro contertulio basándose “en un estudio”. Y esto merece un cierto análisis. Para empezar, ¿quién demonios se dedica a estudiar el modo en que se ejerce la paternidad en función del color de la piel? ¿con los fondos proporcionados por quién? ¿con qué finalidad? Y, todavía mejor, ¿quién podría fiarse de semejante estudio? Una de las cosas que chocan en este programa y otros semejantes de las televisiones norteamericanas es la “estuditis”, un fenómeno por el cual hay estudios hechos para todo, especialmente, encuestas. Por supuesto, EEUU es un país más grande, pero en España, si uno se tuviera que creer todos los estudios y encuestas que se hacen, tendrían que habernos preguntado a cada uno de nosotros tres o cuatro veces ya. Hace décadas que existen sospechas sobre la metodología, el universo de discurso y, en definitiva, la fiabilidad de la gran mayoría de estos “estudios”, presentados en los programas de televisión poco menos que como la verdad absoluta ante la cual hay que hacer genuflexiones. El propio Maher exhibió un “estudio”, que mostraba que los ataques a Brett Kavanaugh por parte de los demócratas en la comisión que debía aceptar su nombramiento para el Tribunal Supremo había influido en la derrota sufrida por dicho partido en tres elecciones en otros tantos distritos. Recordemos que el bueno de Kavanaugh formó parte de la jauría que acorraló a Bill Clinton a propósito de su relación con Monica Lewinsky y que ahora se ha descubierto que un juvenil Kavanaugh iba poniéndole el pene en la cara a la primera chica bebida que se cruzaba con él. Durante treinta segundos los presentes en el programa llegaron casi a reflexionar sobre esa peculiaridad de la política norteamericana que consiste en mirar con desparpajo cómo el presidente mete sus misiles donde le da la gana, pero escandalizarse en cuanto su pene está donde no debe. Ciertamente, en Europa nos tomamos las cosas de otro modo y si no me creen no tienen más que pensar en el actual inquilino del 10 de Downing Street. Sarkozy ligó con Carla Bruni gracias al Elíseo y unas alzaderas. Miterrand tuvo hasta hijas secretas ocupando el mismo cargo y aquí, en España, tenemos reyes borbones que lucen con orgullo la bien ganada fama de su apellido sin que nadie lo ignore ni lo publique, por no mencionar cierto presidente del gobierno abiertamente gay mientras todo el mundo hacía como que no veía lo obvio. Eso sí, cuando un supuesto humorista se sonó los mocos en la bandera encontró con facilidad el tonto togado de turno dispuesto a ofrecerle publicidad gratuita. Sin embargo, Maher mostró en este programa a Joe Biden follándose la bandera de su país sin que nadie, que yo sepa, lo haya denunciado todavía (minuto 5 y 18 segundos). 











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