Puede demostrarse de un modo extremadamente simple que los términos “guerra híbrida”, “guerra de cuarta generación”, “guerra postmoderna”, constituyen ellos mismos armas de las nuevas guerras que vivimos, las guerras comunicativas o guerras-imagen: siempre se atribuyen como amenazas a enemigos con intenciones aviesas pero no se utilizan para describir los procedimientos de nuestros aliados. Vamos a ver dos ejemplos, el primero de los cuales conduce al segundo.
La Guerra del Golfo de 1.991 se convirtió en un mal ejemplo de cómo dirigir una guerra-imagen, pues implantó un modelo de control absoluto del territorio informativo al cual se podía aspirar todavía en aquella época, pero que, apenas una década después, con la popularización de Internet, ha devenido inalcanzable. En cualquier caso, el rodillo militar que consiguió la liberación de Kuwait, generó opiniones divididas en el mundo árabe, pero el rodillo informativo de que hizo gala EEUU con la CNN como punta de lanza, generó un sentimiento unánime de humillación. De ese sentimiento nació, cuatro años más tarde, Al-Jazeera, que vino a presentarse en público como “la CNN en árabe”. Aunque patrocinada por el gobierno catarí, Al-Jazeera pretendió siempre una independencia de la que las agencias de noticias estatales de Oriente Próximo no hicieron gala jamás. Occidente, los EEUU, pero también las monarquías del golfo (salvo, obviamente, el gobierno de Doha), encontraron allí justa réplica a sus tropelías. Financiar directamente tales puntos de vista podía traerle a los emires más de un problema, así que, desde el principio, se diseñó como un proyecto que debía adquirir su propia financiación. Al-Jazeera se diversificó, las noticias dieron paso a los programas de entretenimiento y, éstos, cómo no, al fútbol.
No se trató del único gesto de Qatar. Sin romper declaradamente con el liderazgo de sus vecinos saudíes, ha mantenido una línea propia de actuación que les llevó a financiar numerosos movimientos con evidentes simpatías hacia Irán, como los Hermanos Musulmanes de Egipto; su constitución de 2.003 consagraba nada menos que la libertad de culto; y ha puesto cantidades ingentes de dinero sobre la mesa (quiero decir, en los bolsillos de los dirigentes de la FIFA), para conseguir un imposible mundial de fútbol en 2.022. Por lo visto hasta ahora, la nueva rama dinástica llegada al poder en Riad, puede caracterizarse de muchos modos, pero no utilizando el término “condescendencia”. El 24 de mayo de 2.017 diferentes medios de Arabia Saudí y de Emiratos Árabes Unidos, difundían un supuesto discurso del emir de Qatar, el jeque Tamim, diciendo que “Irán es un contrapeso en la región que debe ser tenido en cuenta” y que las relaciones de su país con Israel “son buenas”, tabúes ambos, que nadie puede mencionar en la península arábiga sin recibir la ira de los dioses, quiero decir, de los custodios de los santos lugares. El servicio de prensa de Qatar, se apresuró a declarar tales noticias como “falsas” y denunció un ataque informático que, de hecho, lo mantuvo fuera de Internet durante unos días. El vídeo del acto en el que supuestamente se realizaron tales declaraciones, incluso en la versión difundida por las agencias que daban cuenta del discurso, no mostraban en ningún momento al jeque Tamim hablando. De hecho, dichas agencias no han recogido en ningún momento la negativa del gobierno catarí a reconocer tales declaraciones como propias.
El 5 de junio de 2.017, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Bahréin, retiraron sus embajadores de Doha, cortaron las vías de comunicación aéreas, marítimas y terrestres con Qatar y prohibieron a cualquiera de sus ciudadanos hacer negocios con dicho país. La construcción y la obra pública, dos emblemas del emirato, han sufrido obstáculos y cancelaciones. Aunque se supone que los proyectos relacionados con el mundial no han tenido problemas, la información en torno a ellos se ha convertido en un secreto de Estado y, por supuesto, los bien untados dirigentes de la FIFA no van a decir una palabra al respecto. Desde las redes sociales, surgió la campaña “BeoutQ”, que animaba a piratear la señal de los canales de beIN Sport, de capital catarí y que, en esencia, controla la retransmisión de los partidos de fútbol de múltiples ligas. Al menos 2.000 ciudadanos de Qatar han perdido su trabajo y permisos de residencia, claro que la aplicación recíproca del bloqueo, ha dejado en las mismas condiciones a 11.000 ciudadanos de los cuatro países bloqueadores.
La primera en una lista de 13 exigencias de Arabia Saudí para terminar con el bloqueo consiste en el cierre de Al-Jazeera y la doceava también hace referencia a otros medios de comunicación vinculados con el emirato. Las otras once piden un realineamiento de la política catarí con las directivas marcadas desde Riad. Así pues, una vez más, esta vez entre “nuestros buenos amigos” las monarquías del golfo, volvemos a tener lo mismo: un conflicto que se inicia por imágenes (entiéndaselas como las correspondientes al discurso de un emir o las emitidas por Al-Jazeera); una guerra que no se libra mediante ejércitos, sino por bloqueo económico y en la que resulta mucho más importante la declaración del bloqueo que los efectos reales que conlleva; y, por encima de todo, una victoria cifrada en la destrucción de un creador, difusor y receptor de imágenes, una cadena de televisión. Eso sí, fuera de plano, el sufrimiento real y tangible de seres humanos que pierden sus trabajos, sus vidas y sus familias.