Cabe dentro de lo posible que hoy veamos jugar por última vez a Ben Roethlisberger, el fabuloso quaterback de los Pittsburgh Steelers que, a los 35 años y con múltiples lesiones a cuestas, parece demasiado cansado para continuar. Roethlisberger, entrará en el “hall of fame” de la NFL como uno de los jugadores más grandes de la historia, se lo considera el onceavo jugador mejor pagado del mundo en todos los deportes y se lo sancionó con seis partidos tras recibir una denuncia por agresión sexual en 2010. Todo el mundo coincide en que Roethlisberger, que tenía por aquel entonces 28 años, apareció en un club nocturno frecuentado por estudiantes de una pequeña localidad del estado de Georgia. Invitó a beber a un grupo de chicas y uno de sus guardaespaldas condujo a una de ellas en estado de ebriedad por un pasillo hasta un reservado. Posteriormente Roethlisberger realizó el mismo recorrido. Lo que ocurrió allí carece de otros testigos presenciales más allá de la chica y Big Ben. Diferentes llamadas de parroquianos del club indujo a la policía a realizar una investigación que terminó en nada, se retiró la petición de obtener el ADN de Roethlisberger y no hubo acusación formal. La NFL, sin embargo, decidió sancionarlo por violación del código de conducta fuera del terreno de juego, entre otras cosas, por sus problemas con el alcohol y porque hacía menos de un año que una empleada de hotel lo había denunciado por violación. Este caso sí llevó a una acusación formal contra él y ocho empleados del hotel por encubrimiento, pero parece haber terminado en acuerdo extrajudicial porque no se ha informado de la sentencia.
Roethlisberger no constituye en absoluto una excepción en la NFL. Este mismo año otra estrella emergente, Jameis Wiston, quaterback de los Tampa Bay Buccaneers, recibió una denuncia de una conductora de Uber por haberle realizado tocamientos no deseados durante el trayecto en que lo llevaba hasta un restaurante. Por fortuna para Winston, tenía un testigo que lo exoneró de cualquier responsabilidad, el también jugador de la NFL, Ronald Darby, quien compartía coche con él y aseguró que durante el trayecto no ocurrió nada que pudiera hacer sentir incómoda a la conductora. La investigación, de la policía y de la NFL, concluyó sin otra sanción para Winston que ver cancelada su cuenta de Uber. Tampoco constituye el primer borrón en la carrera de Winston, famoso en su época universitaria por haber alcanzado el máximo galardón que se le otorga a los jugadores de universidad, por su inestabilidad dentro y fuera del campo y por la denuncia por violación de una compañera de estudios. Aquel caso finalizó con un acuerdo extrajudicial del que no han trascendido los términos pese a que Winston contaba con una persona dispuesta a testificar a su favor, ¿lo adivinan? En efecto, su compañero de facultad y jugador Ronald Darby.
Por definición un quaterback, especialmente si parece llamado a triunfar en la NFL, resulta intocable, dentro y fuera del campo. Se los educa como sujetos a los que se les debe un respeto especial, protegidos por las reglas del juego y llamados a alcanzar el cielo. Todo el mundo a su alrededor debe impedir que se los moleste. Si quieren pedir una bebida en el avión, no llaman a la azafata, llaman a su entrenador, que pedirá lo que necesiten. La idea de que una mujer pueda decirles que no en serio, ni siquiera se les pasa por la cabeza. Como los actores famosos, como los multimillonarios productores de Hollywood, tienen el poder de hacer lo que quieran y arden de deseos por poner a prueba los límites de su poder. Aquí se halla la clave de todo este asunto.
Se plantean las cosas como si una agresión sexual, una violación, tuviese algo que ver con el sexo. Por tanto, se apresuran a concluir tantos "especialistas" como andan por ahí, depende del sexo, así que descubrir al agresor y a la víctima consiste únicamente en identificar quién es quién. El que sea hombre será el agresor y la que sea mujer, será víctima. Si una mujer llega a la conclusión de que la manera de ascender más rápido consiste en acostarse con su jefe, su profesor o el productor ejecutivo de una gran compañía, ella es la víctima y el hombre, el agresor. O, mejor todavía, se considerará que aquí no hay nada que pueda entenderse como violación, agresión o delito. De tan rutinario, se lo juzgará un modo típico de convivencia en las universidades, las empresas o los estudios cinematográficos. Como todo el mundo sabe, las mujeres, por el hecho de ser mujeres, “son más pacíficas y democráticas”, por ejemplo, Margaret Tatchter. Los hombres, por el hecho de ser hombres, “son dados a la violencia y la agresión”, por ejemplo, Gandhi. El que haya un señor llamado Kevin Spacey que agredió sexualmente a cuantos hombres jóvenes encontró en su camino, el que los fotógrafos Mario Testino y Bruce Weber hayan recibido acusaciones de abuso sexual de algunos de sus modelos, debe esconderse rápidamente debajo de la alfombra, no vaya a ocurrir que los hechos contradigan los eslóganes fáciles de repetir.
Si Roethlisberger se dispone a agotar los últimos tragos de una carrera exitosa sin que los desórdenes de sus encuentros sexuales la ensombrezcan, si Winston se dispone a vivir los mejores momentos de ella mientras va dejando a su paso mujeres que necesitan tratamiento psiquiátrico, si la camada de miserables que reina en Hollywood acaba reemplazada por otra generación no menos miserable, no se debe a que “sean hombres”, pues cualquier otro hombre menos rico, menos famoso, menos poderoso que ellos, hubiese acabado en la cárcel por esos comportamientos. Se debe a la misma estructura de poder que obliga a las camareras a practicarle una felación al “emprendedor” con el poder de renovarles su contrato, sólo que elevada a otra potencia porque aquí ya no hablamos de la base productiva del sistema sino de algo muchísimo más importante. Como ya he repetido muchas veces, el capitalismo parece una sardina podrida porque brilla pero apesta. Sin su brillo, su hedor resultaría insoportable, así que resulta trascendental que todo eso que lo hace brillar, quiero decir, su industria cultural, permanezca brillando, por mucho que reproduzca en cantidades extremas, los males que aquejan al sistema completo. Toda la podredumbre del placer entendido como beneficio marginal del poder, de los cuerpos tratados como objetos, del sexo convertido en mercancía a intercambiar en un mercado, de la necesidad de emporcar cualquier forma de belleza antes de que nadie pueda tomarla como estandarte para una protesta, debe quedar reducida a mera sombra imprescindible para dar sensación de profundidad a lo alumbrado por los focos.