Me gustan las noches electorales porque, a diferencia del resto del año, todo el mundo es feliz, todo el mundo ha ganado y todo el mundo ha cumplido sus objetivos. Cualquier majadero que no ve más allá de sus narices, puede proclamar: “la República Catalana ha derrotado a la monarquía del 155" y la legión de papagayos repetirán la consigna convencidos de que así ha sido... así ha sido, en efecto, como se han ocultado los hechos detrás de tantas "victorias".
Les voy a contar un secreto que los independentistas desconocen por completo: Ciudadanos ha ganado sus primeras elecciones y resulta fácil augurar que no serán las últimas. Ha ocupado el espacio político del PP, ha atraído el voto de los aterrorizados por el procés, ha demostrado que puede movilizar a los abstencionistas y ha alcanzado unas cotas que muy pocos podían imaginar cuando Albert Rivera consiguió entrar en el Parlament con un discurso que por aquel entonces muchos consideraban extremista y que hoy todos asumen. Su éxito es tan memorable que ni ellos mismos se lo creen, de ahí un error estratégico que, probablemente, les ha perjudicado. En la fase final de la campaña, movida, con toda seguridad, por sus analistas, Inés Arrimadas se dedicó a atacar al PSOE en su deseo de arañarle votos. Como han demostrado los resultados, la mayoría de sus votos no salían de ahí, sino de todos esos votos que sus analistas no contabilizaban porque no se habían producido hasta ahora. Sin ese error, sus resultados podían haber sido incluso mejores. En cualquier caso, semejante triunfo consiste en poco más que un brindis al sol que no le permitirá gobernar. Sin embargo, en esta debilidad estará su fuerza, pues la carencia de poder ejecutivo real que tiene hasta ahora Ciudadanos, ha impedido que veamos si y en qué pueden diferenciarse sus políticas de las de otros, lo cual constituye para ellos una enorme ventaja.
El vencedor moral de la noche resulta difícil de identificar. ¿Quién ha vencido? ¿el PDeCat? ¿Junts per Catalunya? ¿Puigdemont? ¿Los tres? ¿Ninguno? Muchos se esfuerzan por asegurar que, como el misterio de la Santísima Trinidad, se trata de tres personas en una, pero eso es lo que los psicólogos llaman personalidad múltiple y suele requerir un arduo tratamiento para que la cosa no se desmande más allá de lo pintoresco. En el PDeCat se habían tomado en serio lo que Puigdemont había repetido de no presentarse a las próximas elecciones y habían llegado a confeccionar un programa electoral centrado en la economía y con ligeras alusiones independentistas. Craso error. Como todo el mundo sabe, con Puigdemont nunca se sabe. Vive en el brumoso mundo paralelo que caracteriza la capital comunitaria. Su autoproclamación como candidato no fue demasiado mal recibida. Más de uno esperaba quedar por detrás del PSC, como decían las encuestas, para sacar los cuchillos y hacer limpieza. Hay que recordar que el PDeCat está plagado de gente acostumbrada al reparto generalizado de poltronas, que vio como cierto mal transitorio, tener que compartir las prebendas con ERC y gente ajena a las procelosas aguas de los partidos políticos. Ahora se encuentran con que “el mal transitorio” se convierte en la costumbre. Los despachitos se van a repartir en función de hasta qué punto puedan aparecer en la foto como los bobblehead del President y no en base a la jerarquía del partido o del trabajo realizado en él, pegando carteles, organizando mítines o haciendo la pelota al cacique de turno. El propio grupo parlamentario tendrá 19 miembros ajenos al PDeCat, cuya organización en absoluto está claro si va a correr a cargo del partido o se va a realizar directamente desde Bruselas. Por si fuera poco, hay mucha labor por realizar de esa que los independientes no son capaces de hacer. La “mayoría absoluta” de los independentistas no pasa de ser virtual. Han perdido dos escaños respecto de las pasadas elecciones y ocho de sus correligionarios se hallan en la cárcel o disfrutando de la cerveza belga. Van a tener enormes trabas legales, primero para configurar la mesa del Parlament y, después, para conseguir sacar adelante una investidura. Como poco necesitarán la abstención de Cantalunya en Comú. Se imponen, pues, negociaciones arduas y alambicadas, de ésas a las que están acostumbrados los profesionales de la política y que difícilmente se pueden hacer por videoconferencia. Puigdemont tendrá que echar mano, pues, de un partido al que viene ninguneando sistemáticamente pero con el que no puede romper porque no sería nada sin él. Resulta, sin embargo, muy fácil adivinar qué va a hacer: lo que sea más indigerible para quienes se han sentido los triunfadores morales de la noche electoral.