domingo, 7 de noviembre de 2021

Notas a pie de página en la historia de Prusia (2 de 2).

   Resulta fácil imaginar la escena en la que el Teniente General von Trotha escuchó con displicencia el informe de situación que le hizo el gobernador del “África del Sudoeste alemana” Theodor Gotthilf Leutwein. Tras echar una ojeada a los pormenores de la estrategia que Leutwein había trazado le comunicó que él, von Trotha, no estaba bajo sus órdenes, las de Leutwein, sino bajo las órdenes directas del Kaiser, por lo que, a partir de aquel momento, asumía el mando de las operaciones. Olvidando por completo lo que Leutwein le había explicado, trazó su propio plan de acción y asumió que, del mismo modo que Feredico II se las había apañado para expulsar a franceses, rusos y austriacos de las sagradas tierras prusianas, él, von Trotha, tenía por misión expulsar a hereros y namaqua de sus propias tierras. Aquella había dejado de ser una guerra colonial para convertirse en, palabras literales de von Trotha, “una guerra entre razas”. 

   El 11 de agosto de 1904, 1500 soldados alemanes armados con los rifles más modernos, cañones y ametralladoras, se enfrentaron a más de 3000 guerreros herero en Waterberg, el último punto con pozos y manantiales antes del desierto del Kalahari. Tras una feroz batalla, los guerreros hereros y sus familias se vieron obligados a internarse en el desierto, camino de la actual Botsuana, donde los británicos los acogieron a cambio de no intentar ninguna sublevación. Pero las miles de víctimas herero que sucumbieron en aquella retirada apenas si supusieron el inicio de un genocidio tan sistemático y minucioso como sólo la mentalidad prusiana podía engendrar. Von Trotha ordenó disparar contra cualquier hombre, mujer o niño herero que sus tropas encontrasen en el camino y envenenar todos los pozos de agua que pudieran localizarse en el desierto. Las cosechas se quemaron y el ganado que no pudo entregarse a los colonos fue sacrificado y abandonado en el terreno. En Shark Island se construyó el primer campo de exterminio de la historia de la humanidad. En menos de cuatro años, sin cámaras de gas, sin el amparo de una administración eficaz y contando únicamente con su talento de matarife, von Trotha se las apañó para asesinar allí a más de 3000 personas. 

   Temiendo que las atrocidades de von Trotha dejaran sin mano de obra a los colonos, Leutwein, escribió al gobierno de Berlín denunciando su actuación. Pero el gobierno, que, como dijimos, carecía de cualquier autoridad sobre los militares, se limitó a tomar nota de los informaciones de Leutwein. Aún más, cuando los británicos les tiraron a la cara un pormenorizado informe de la carnicería que estaban llevando a cabo, el gobierno de toda Alemania, para esconder su incapacidad de tomar decisiones de calado militar, respondió lacónicamente que las poblaciones originarias del “África del Sudoeste alemana”, no podían encontrar amparo en ninguna convención sobre derechos humanos porque no eran humanos, eran “subhumanos”. Leutwein tomó entonces la decisión de dirigirse al Kaiser en persona y apeló al daño que para su imagen, la de Guillermo II, supondría la confirmación pública del informe que habían elaborado los británicos. Este argumento pesó seriamente en el monarca, que ordenó detener el exterminio de los herero y los namaqua cuando ya había sucumbido el 70% y el 50% respectivamente de sus poblaciones.

   Von Trotha regresó de inmediato a Alemania sin que ningún cargo se presentara contra él. Moriría de tifus en 1920. Leutwein, bajo mandato civil, sí tuvo que responder ante una comisión investigadora, que no lo encontró responsable de nada que mereciese la pena mencionarse. En los años treinta, con la llegada del nazismo, numerosas calles y edificios llevaron su nombre. Tras décadas de olvido, en 2006, el canciller Gerhard Schröder reconoció públicamente el genocidio llevado a cabo por los alemanes en Namibia y en mayo de este año 2021, el gobierno alemán alcanzó un acuerdo con el de Namibia y representantes de las tribus herero y namaqua que suponía el pago de más de mil millones de euros en compensación por aquellas atrocidades. Como parte de los actos de reparación, descendientes de von Trotha acudieron a poblados herero para pedir perdón y mostrar pública vergüenza por las atrocidades cometidas por su antepasado. Tras la Primera Guerra Mundial, Alemania perdió sus colonias y Namibia pasó a ser un “protectorado” sudafricano. Sudáfrica, desde luego, no la protegió demasiado. Se limitó a perfeccionar el régimen que Leutwein había pensado para aquellas tierras, hasta que unidades cubanas y aviones rusos les demostraron que el apartheid y el consiguiente aislamiento internacional sólo podía conducirles a desastres militares de incalculables consecuencias. Namibia alcanzó entonces la independencia. De un modo muy parecido, la debacle de la Primera Guerra Mundial convenció a Guillermo II de que su papel en la historia no consistía en conducir al pueblo prusiano a nuevas cotas de grandeza, sino, más bien, disfrutar de los bucólicos paisajes de la campiña holandesa hasta su defunción en 1941.

   Las espantosas muertes de aquellos miles de hombres, mujeres y niños podrían haber servido para algo si la opinión pública alemana e internacional hubiese tomado nota de ellas. No hubiese habido entonces ni “sorprendidos” ciudadanos alemanes que “no se enteraron” del holocausto, ni judíos que obedecieran órdenes sin atreverse a pensar lo que les esperaba tras ellas, ni mamarrachos que siguen negando hoy día lo que ocurrió en los campos de concentración. Pero, claro, se trataba de africanos y, por desgracia, las condiciones de vida y de muerte de los africanos, como mucho, quedan anotadas a pie de página en las historias oficiales del Occidente en el que campea el Espíritu Absoluto. Deberíamos escudriñarlas mucho más minuciosamente, no por altruismo, sino por egoísmo, porque ningún hombre es una isla, porque, más pronto que tarde, las medidas draconianas adoptadas contra poblaciones remotas por los gobiernos del mundo acaban convirtiéndose en las medidas que se adoptan contra todos nosotros. Ya saben, primero se llevaron a los herero, pero como yo no era un herero, no hice nada por impedirlo...


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