domingo, 15 de noviembre de 2020

Consejos de la abuela para pensar creativamente (2 de 2)

   Como dije, si después de pasar veinte años intentando vender humo, comienzan a llamarte las agencias, gobiernos y empresas más poderosas del mundo, resulta comprensible y hasta perdonable, que a uno lo ciegue cierta hýbris. Más criticable parece que la cosa llegue al nivel de proclamarse el profeta de una nueva religión (De Bono, H+ (Plus): A New Religion 2006) y rellene libros y libros con no importa qué. Las primeras páginas de Aprende a pensar por ti mismo, brillan como ejemplo de lo que decimos. Se inician con el patético intento de De Bono por presentarse a sí mismo como la figura encargada de sacar al pensamiento occidental de un error catastrófico. Saldremos de él, gracias al “pensamiento lateral” o, al menos, mediante la autoglosa continuada de su creador. El “error” lo provocó Aristóteles al considerar que el pensamiento debe regirse por categorías en las que las cosas entran o no. Ese principio de exclusión en el que las cosas son o no son (por supuesto De Bono ni se huele que el problema pueda radicar, precisamente, en el "ser"), ha generado la pobreza y miseria del pensamiento occidental, atrapado en un sistema categorial que sólo le ha permitido el desarrollo científico y tecnológico en el que nos hallamos inmersos. Aristóteles debería haber aprendido de De Bono, quien, antes de acusar al estagirita de pensar de modo encasillado, afirma: “Platón era un fascista” (Aprende a pensar por ti mismo, Paidós, Barcelona, 1995, pág. 21). De seguir a nuestro ínclito gurú, deberíamos considerar al concepto de causa una casilla cuya utilización ha tenido la nefasta consecuencia de parir buena parte de nuestras producciones culturales. Por contra, “fascista” ni conforma una casilla ni conduce a ninguna catástrofe cuando se hace caer en ella a alguien que propuso la abolición de la propiedad privada, la prohibición de que los fabricantes influyeran en las decisiones políticas y el gobierno de los sabios. De Bono viene a sumarse así a la gruesa caterva de quienes creen que pensar sin casilleros, abrazar la lógica difusa y reformular el principio de tercio excluso, significa lo mismo que “todo vale” y que si “todo vale”, el “credo quia absurdum” debe convertirse en la profesión de fe de un pensamiento del futuro que se limita a repetir lo más rancio del pasado. 

   De acuerdo con esta “lógica fluida” de De Bono, un pensamiento creativo debe:

   1º) Atravesar las etapas TO (¿Qué quiero hacer?), LO (¿Qué información tengo y necesito?), PO (¿Cómo llego hasta allí?), SO (¿Qué alternativa elijo?) y GO (¿Cómo pongo esto en práctica?) Anotemos, de paso, que, como puede apreciarse sin mucho esfuerzo, tenemos aquí otra vez, cinco de los famosos seis sombreros, ahora sin colores.

   2º) No atravesar sucesivamente estas etapas porque hay que volver a etapa(s) anterior(es) siempre que resulte necesario.

   3º) No volver de una etapa a la anterior indefinidamente porque entonces no se hace nada.

   A estas alturas no puede sorprender que estas tres indicaciones contradictorias figuran en la misma página de Aprende a pensar por ti mismo (pág. 213). Una vez más, si, después de haber seguido estos consejos, no consigue llegar a pensar con claridad en nada (lo cual resulta mucho más que probable), sólo a Ud. cabe atribuirle la culpa, porque como ya sabemos “a muchísima gente le ha funcionado”. Siempre le queda el recurso de acudir a una de las herramientas de la creatividad que él propone.

   Una de las que ensalza con mayor énfasis se llama “provocación” y consiste en desafiar las ideas preestablecidas sobre un determinado problema. ¿Cómo? muy fácil, desafiando las ideas preestablecidas sobre el problema que nos atañe. De Bono no da mayores explicaciones de dónde debemos buscar tales provocaciones, simplemente, deben plantearse. Dicho de un modo resumido, para tener un pensamiento creativo hay que… tener ideas creativas. No obstante, aunque las explicaciones brillan por su ausencia en los escritos de De Bono, abundan los ejemplos o, mejor dicho, abundan las citas del mismo ejemplo: un coche con ruedas cuadradas. Este ejemplo, que a De Bono le sirve para atribuirse la idea del tipo de suspensiones que utilizan los vehículos todoterreno, aparece una y otra vez como ejemplo de “provocación”. ¿Debemos extraer la conclusión de que la solución a mi problema, que consiste en que mi empresa de pintalabios se ha venido abajo con las mascarillas, pasa porque le ponga ruedas cuadradas a mi coche? No, nos dirá De Bono, porque debemos buscar una provocación “pertinente”. 

   Esta misma cuestión, en los mismos términos, se repite una y otra vez con cada método, cada herramienta, cada consejo que De Bono tiene la bondad de compartir con nosotros por el módico precio de sus libros. Tomemos el caso de una “muy potente”: el azar (sic). El “método” consiste en lo siguiente, se escriben seis palabras en una página. A cada una de ellas se le asigna un par de cifras de las que aparecían los relojes con manecillas. Miramos el segundero y elegimos aquella que corresponda a la cifra a la que éste se halla más próximo. Elijamos, por ejemplo avispa, coleóptero, mantis religiosa, ciempiés, libélula y hormiga. Da igual la que salga, ¿de qué modo podré relacionarla con mi negocio de pintalabios? Veamos cómo lo hace De Bono. Tiene que resolver un problema de aparcamiento de coches, le sale la palabra “lentejuela”. El razonamiento transcurre como sigue: 

"Es obvio que nunca se habría seleccionado esta palabra para resolver un problema relacionado con un aparcamiento. Las lentejuelas son útiles cuando hay muchas de ellas. Así que dividamos el aparcamiento en secciones y asignemos una a cada departamento. Dejémosles decidir cómo van a utilizarlas" (Op. cit. 152)

 Supongamos que se trata de evitar que alguien pinte graffitis en una pared. La palabra que surge por azar es “bikini”, luego

“Esto sugiere inmediatamente que si en la pared hay algo atractivo es más probable que la gente no gire la cara. Otra sugerencia es convertir la pared en un lugar para poner carteles. La organización que venda las parcelas para poner carteles se encargará del mantenimiento. Esto podría aplicarse aunque sólo se utilizara una parte de la pared” (Ib. 153).

¿De qué modo, qué deducción lógica, qué proceso mental que pueda seguir todo el mundo, ha conducido desde “lentejuela” a asignar las plazas a los departamentos? ¿y del bikini a una empresa que se encargue del mantenimiento de una pared? ¿Alguien no especialmente dotado para la creatividad podría obtener mediante este procedimiento ideas creativas como estas? Digamos, en nuestro ejemplo, que ha salido “libélula” ¿debo fabricar pintalabios estilizados como el cuerpo de las libélulas? ¿debo regalar mascarillas transparentes, como las alas de las libélulas, con cada barra que compren las clientas manteniendo su precio? Dado que las libélulas suelen merodear por las piscinas, ¿debo fabricar una línea de pintalabios para las bañistas? ¿Todo ello? ¿nada? Una vez más, la respuesta de De Bono nos mostraría la exactitud de las herramientas para la creatividad con que su talento incomparable ha tenido a bien bendecirnos: depende. Debemos elegir la respuesta más “pertinente”, “razonable” o “adecuada” para nuestro caso. En ningún momento se nos explicará cómo debemos entender lo que significa “pertinente”, “razonable”, “adecuado” porque ellos, y no toda la palabrería de De Bono, encierran la clave de lo que puede considerarse “creativo”. Obviamente, para un negocio de pintalabios la solución no puede hallarse ni en la forma de las ruedas de los coches ni en las libélulas, ya que no proporcionan modelos de pensamiento “pertinentes”. Sin embargo, James Clark Maxwell dedujo las ecuaciones que rigen los campos electromagnéticos suponiendo que el espacio lo rellenaban celdas hexagonales elásticas entre las cuales circulaban bolitas, un modelo ni “pertinente”, ni “adecuado”, ni “razonable”. Por tanto, el verdadero reto que afronta cualquier procedimiento que quiera merecer el calificativo de “ciencia de la creatividad” consiste en acotar de un modo tan nítido lo “pertinente”, “adecuado” y “razonable”, que hasta un egresado de la Universidad de Oxford pueda encontrar la solución al problema de que se trate.


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