domingo, 24 de enero de 2016

Descartes y nosotros

   Siguiendo una larga tradición platónica, Descartes trata la intuición como algo que aparece de un modo instantáneo, inmediato. A ella se llega por un tránsito gradual, pero, en último término, hay un momento en el que no se tiene e, inmediatamente después, hay un momento en que se tiene, sin que entre ambos medie nada. La regla tercera lo dice al distinguir entre intuición y deducción apelando al carácter sucesivo, al ir paso a paso de ésta frente a la inmediatez de aquélla. Naturalmente, al poseer un carácter sucesivo, la deducción depende de la memoria, dependencia de la cual está libre la intuición, radicalmente aferrada al presente. Por eso, casi todo lo que se nos dice de ella es lo que no es. No es el testimonio de los sentidos, no es el producto de la imaginación, no es un proceso o una sucesión como la deducción, no puede ser una concepción errada, sino una concepción no susceptible de duda, por parte de una mente no nublada. Tantas negaciones tienen un fin muy concreto, a saber, dibujar con total nitidez una línea que separe el instante en el que se produce de todo lo demás.
   En los Principios de filosofía, el último e inacabado escrito de Descartes, el movimiento es tratado de un modo semejante a como se ha hecho con la intuición. Su recorrido configura un continuo sin paradas instantáneas de ningún tipo, pero la adquisición del movimiento, la impulsión, el choque, los elementos que introducen temporalidad en ese recorrido, serán todos procesos instantáneos en los que se adquiere súbitamente una velocidad. Las siete reglas que introduce para entender los choques entre los cuerpos, separan los diferentes casos de un modo tajante y exclusivo en función del tamaño de los cuerpos y sus respectivas direcciones, sin que sea posible caso intermedio alguno entre ellas.  
   La consecuencia lógica de lo anterior es su concepción del tiempo, en la que cada instante está cerrado en sí mismo, es completo y, por tanto, independiente de los demás. Aunque un tiempo discontinuo, por su simple transcurso, podría ser razón explicativa de la transformación de las cosas, una consecuencia de tal planteamiento es que el presente es el punto desde el que se va a entender todo. Por tanto, argumenta Descartes, el instante presente no puede encontrar su causa en la propia serie temporal. La capacidad para introducir innovaciones, la causa de lo que ha llegado a acontecer, no radica en el tiempo mismo. Es Dios, quien, al conservar el mundo, produce las modificaciones que considera oportunas en él. Conservar, mantener y crear son, para Descartes, sinónimos. En este sentido, la creación continua no es, en realidad, un proceso continuo. Lo que de continuo tiene es la dependencia del mundo respecto de Dios, pero el "proceso" de creación y recreación no tiene nada de continuo. Nosotros sólo podemos comprenderlo como una fulguración seguida de una caída en la nada y una nueva fulguración. Desde el punto de vista de Dios ni siquiera es un proceso, ya que, insistimos, no hay diferencia entre creación y conservación. 
   La concepción cartesiana entronca curiosamente con una visión cosmogónica tradicional, a la que ya me referí en una entrada anterior, a saber, que el tiempo, el mundo, para ser mantenido, tiene que ser re-creado al término de cada ciclo. Ciertamente en Descartes, el tiempo se caracteriza por su linealidad, pero ésta sólo contribuye a que haya de ser creado continuamente a cada instante en lugar de una vez al término de cada ciclo. Esta concepción atávica, que Descartes recupera para la modernidad, ha adquirido múltiples formas en nuestros días a manos de muchos que se creen no ya modernos, sino postmodernos e incluso postmodernísimos. 
   Asistí a un Macbeth que no sé si decir de Shakespeare o de Calixto Bieito, en el que el rey escocés cantaba Mamma Maria, Banquo tenía frenillo y algún personaje resultaba asesinado con una botella de Coca-Cola de dos litros. Todavía me acuerdo de la señora que se marchó a mitad del espectáculo gritando “¡mamarrachos!”, aunque nunca me ha quedado claro si era parte del montaje. Más recientemente, el muy progre consistorio de Madrid, decidió entregar la cabalgata de los reyes magos a cierto “artista alternativo” que la había calificado de “casposa” (curiosamente, ni los progres del consistorio ni el postmodernísimo “artista alternativo”, consideraron que hubiera nada de “casposo” en encargar a dedo que un amiguete organizara un evento así). Tras manifestarse dispuesto a apechugar con un reto (y unos emolumentos) de este género, el modelnísimo artisa vistió a los reyes con las antiguas cortinas de su piso de soltero y los rodeó de espermatozoides impacientes por hacer el mayor spoiler de la historia. Aún estamos por ver cómo, en el último y decisivo acto de mantenimiento de la Constitución y la unidad de España, ésta será re-creada, es decir, re-actualizada, por obra y gracia de todos estos que muestran cada día estar más interesados por su sardina que por gobernar.
   La idea de que conservar y crear son lo mismo, la idea de que para mantener algo hay que (re)actualizarlo, es interesante y merece la pena ser pensada, pararnos a degustar su reflexión. Eso es una cosa y otra cosa muy diferente despreciar como insignificante la trampa que encierra. Porque si las reglas que explican el choque no dejan lugar a casos intermedios, si la intuición es instantánea y si para Dios conservar el mundo y crearlo son lo mismo, entonces el movimiento es algo ajeno a la materia, el pensamiento ajeno al cuerpo y Dios está radicalmente separado del mundo, del mismo modo que Calixto Bieito pretende presentársenos como alguien a quien no le ha dicho nada el Macbeth de Orson Welles, nuestro ya adinerado “artista alternativo” pretende hacernos creer que ha superado el trauma que le supuso saber quiénes eran los reyes de Oriente y los padres del próximo Estado nacional y su Constitución no dudarán en colocarse más allá de las leyes. La trampa de la re-actualización es el disparate de que quien reinterpreta a su antojo el pasado, eo ipso, queda libre de él. 
   No somos creadores de la tradición por mucho que nos empeñemos en ello. Quien conserva, quien trasmite, quien re-crea el pasado, adquiere por ello mismo un papel ambiguo porque no se puede decir propiamente que esté dentro de la tradición que está intentando conservar ni fuera de ella. Pero ese ambiguo papel es el único que nos puede corresponder precisamente porque cada uno de nosotros, al incorporar a nuestra historia personal y, aún más, al transmitir la herencia del pasado, la estamos transformando. Ahora bien, si esos cambios que todos introducimos de un modo más o menos consciente, más o menos deliberado, no hallan su justificación última en la letra de lo que intentamos transmitir, entonces no merecemos otro calificativo que el de impostores. Por eso, si se quiere ser verdaderamente creativo no hay truco mejor que desempolvar el original que se trata de transmitir para dejarlo tal y como fue escrito, estratagema mediante la cual, con mucha frecuencia, queda claro cuánto hay de extraño, de ajeno, en lo que reconocemos como propio.      

2 comentarios:

  1. Buenas Manuel, me llamo Manuel y sigo si blog desde hace tiempo. Le confieso que me llaman la atención algunos de sus tweets y entradas. En concreto hay una que intento comprender pero no la entiendo y es la siguiente: "Sería materialista si no fuese porque no tengo ni idea de qué hay de material en la materia" ¿Sería tan amable de explicarme un poco que ha querido decir con dicha frase?

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    1. De acuerdo con la física, la materia está constituida por ondas y, últimamente, para entender la interacción entre determinadas partículas, hay que introducir una serie de "partículas virtuales" cuyo estatuto ontológico es fascinante. La idea de que algo "material", en el sentido decimonónico del término, es el fundamento último de las cosas me parece insostenible hoy día.

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