Probablemente en la entrada anterior me fui demasiado lejos sin necesidad. En las últimas elecciones andaluzas, Vox, el partido ultraderechista al que las encuestas le dan ya un asiento en el Parlamento, realizó una campaña de buzoneo equiparable a las grandes formaciones nacionales. ¿De dónde obtuvo su dinero? Mirando sus listas resulta claro. El Opus Dei, tras concurrir a las elecciones bajo marcas blancas, como el PP o el PSOE (sí, el PSOE, ¿no se acuerdan de José Bono? ¿cuántos cargos de este partido han recibido títulos de capacitación en la Fundación San Telmo?) ha decidido ocupar el espacio público con su propio partido. ¿Qué tenemos aquí, una vez más? Pues no resulta difícil adivinar, el odio al extranjero, el nacionalismo y, cómo no, la defensa del cristianismo que conforma nuestra cultura frente a la “islamización que propone Podemos” (sic).
Pero si alguien cree que trato de demostrar el carácter antidemocrático del cristianismo debería leer las palabras de Galagoda Aththe Gnanasara Thero, líder del Bodu Sala Sena o Fuerza del Poder Budista (BBS), actualmente en la cárcel por intimidar a la esposa de un dibujante de cómics desaparecido para que cesara en su campaña de acusaciones contra el servicio secreto. Gnanasara proclama que Sri Lanka pertenece a los cingaleses y que los extranjeros, blancos, tamiles y musulmanes, han creado todos los problemas que azotan su isla. "Estamos tratando de devolver el país a los cingaleses. Y vamos a pelear hasta que lo consigamos". No se trata de una metáfora, la ocupación de centros musulmanes, los escraches a sus escuelas, han degenerado en incidentes violentos como los que dejaron tres muertos en Aluthgama en 2.015. El BBS invitó por esas fechas a Sri Lanka a Ashin Wirathu, autodenominado “el Bin Laden birmano” y líder del Movimiento 969. Sus soflamas, fáciles de conseguir en los mercados del país y que se ponen como música de fondo en los autobuses militares, han provocado numerosas acciones violentas contra los musulmanes en Myammar, incluyendo la limpieza étnica de Meiktila. En la región de Bago, al sur del país, personas vestidas con túnicas anaranjadas y la cabeza rapada han participado, colaborado y apoyado ataques contra la población musulmana, mientras el ejército detenía a miembros de ella acusándolos de provocar los ataques. La violencia que ha desencadenado el Movimiento 969 ha puesto en entredicho al primer gobierno democrático de Myammar, cuya cabeza visible, la otrora Premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, ha tenido que mirar hacia otro lado mientras el ejército masacraba a los rohingya entre el aplauso generalizado de los budistas. Esta deriva violenta del budismo que, como vemos, comparte discurso con el nacionalismo característico de otros países muy lejanos, tampoco constituye un fenómeno nuevo. El militarismo japonés de principios del siglo XX se abrió paso gracias a la simpatía y la colaboración de diferentes sectas budistas del país.
En definitiva, hemos repasado a lo largo y ancho del globo multitud de hechos que conducen a una única conclusión. Conclusión, por otra parte, que se puede extraer fácilmente de un razonamiento en abstracto: religiones basadas en la fe, la autoridad y la jerarquía, en ningún caso pueden llevarse bien con un sistema político que debiera encontrar su fundamento en la argumentación, la crítica racional y la igualdad. El que dicha religión diga basarse en el Coran, la Biblia, o las obras de Buda, no quita ni pone nada sobre el hecho de que, para cualquier religión resulta más importante su propia existencia que el mantenimiento de un régimen democrático, con el cual puede hallarse en estado de no beligerancia, pero nunca de paz.