“Atentados meticulosamente planificados” podía leerse en la prensa. Sin duda, para el nivel hasta el que puede llegar el intelecto de un terrorista, es un calificativo adecuado. El común de los mortales no podría decir tanto. A Abdelhamid Abaaoud, “cerebro” de los atentados de París y hombre de peso en la cúpula del Estado Islámico, se le atribuye, entre otras cosas, ser el instigador del ataque contra una iglesia en Villejuif el pasado 19 de abril. Probablemente pensó que estaría bien atacar la iglesia de una “Villa judía” llena de cristianos. Las cuatro ancianitas que, con seguridad, acudieron al servicio aquel día, se salvaron gracias a que el valeroso soldado de Alá se pegó un tiro en la pierna a sí mismo antes de entrar. Hasta qué punto llegaba lo que este cerebro era capaz de maquinar lo demuestran los ataques contra el Estadio de Saint Denis. Al parecer, el primer atacante debía inmolarse para provocar la evacuación del estadio, el segundo se haría explotar en medio de la gente que salía y el tercero, cuando hubiesen acudido los equipos de emergencia. Las neuronas de Abaaoud, chico criado delante del televisor y, para más inri, belga, tan críticas con occidente, su modo de vida y su hipocresía, ni siquiera llegaron para atisbar uno de los principios básicos de nuestro mundo imagen, a saber, que un gol vale más que cuarenta vidas humanas. El 29 de mayo de 1985, en el estadio de Heysel, precisamente en la Bruselas que tan bien conocía Abaaoud, 39 hinchas de la Juventus resultaron muertos y más de 600 heridos por una avalancha humana provocada por los hooligans del Liverpool. La muerte por aplastamiento contra las vallas del campo fueron retransmitidas en directo por televisión para dar paso, sin interrupción, a la ansiada final de Copa. ¿De verdad pensaba este genio del terror que un bombazo iba a lograr lo que los hinchas ingleses no lograron? Su “meticulosa” preparación llevó a que tres heroicas lumbreras se suicidaran, uno tras otro, sin saber improvisar nada mejor, destrozando, eso sí, a una persona y unas cuantas barandas del enemigo.
Con todo, lo más patético del terrorismo no es el rosario sin fin de acciones disparatas, ridículas o erradas por la propia incompetencia. Lo más patético es su pretensión de que una acción, un atentado, una intervención puntual, por más simbólica que sea, va a cambiar algo, algo importante, algo de modo permanente y, todavía más, algo que favorezca los intereses que el descerebrado de turno dice defender, como si los símbolos sirvieran para algo más que para parlotear. ¿Se han dado cuenta que ya solo yo escribo acerca de los atentados de París?
Lo único que cambian los atentados son las vidas de sus víctimas, muertos, vivos y heridos, la vida de esas personas que se han quedado sin un ser querido, sin un conocido, la vida de esas personas que han perdido un ojo, un brazo, una pierna, un dedo o, simplemente, han recibido heridas que arrastrarán penosamente durante meses, años o toda su existencia. Para ellos sí que nada será igual, para ellos sí que todo ha cambiado para siempre y no para mejor. Y lo más divertido de todo es que su sufrimiento no significa nada, no representa nada para unos símbolos que seguirán ondeando tan impávidos como los detentadores del poder. No hay gobierno ni político que quiera de ellos algo más que una oportuna foto en la que la víctima, obviamente, no podrá hablar. No basta el destrozo que han sufrido en sus vidas, además, deben padecer en silencio, pues nada podría haber más devastador para asesinos y políticos que el que tuvieran palabras de perdón o reconciliación.
Lo único que cambian los atentados son las vidas de sus víctimas, muertos, vivos y heridos, la vida de esas personas que se han quedado sin un ser querido, sin un conocido, la vida de esas personas que han perdido un ojo, un brazo, una pierna, un dedo o, simplemente, han recibido heridas que arrastrarán penosamente durante meses, años o toda su existencia. Para ellos sí que nada será igual, para ellos sí que todo ha cambiado para siempre y no para mejor. Y lo más divertido de todo es que su sufrimiento no significa nada, no representa nada para unos símbolos que seguirán ondeando tan impávidos como los detentadores del poder. No hay gobierno ni político que quiera de ellos algo más que una oportuna foto en la que la víctima, obviamente, no podrá hablar. No basta el destrozo que han sufrido en sus vidas, además, deben padecer en silencio, pues nada podría haber más devastador para asesinos y políticos que el que tuvieran palabras de perdón o reconciliación.
Estoy siendo injusto. No se les puede pedir a nuestros políticos mucho más que posar monos en una foto. También ellos son patéticos cuando intentan cambiarlo todo, cambiarlo de golpe, con la intervención puntual e instantánea de una ley, de una declaración simbólica. Nuestro queridíssssssssssssssssssssimo y amadíssssssssssssssssssssimo Sr. Presidente del gobierno en funciones, Don Tancredo, lo ha dejado patente. Intentó chupar cámara a propósito de los atentados de París ofreciendo a nuestro ejército para sustituir al ejército francés en sus operaciones al sur del Sáhara, incluyendo Malí. ¿Es que no hay nadie en este gobierno en funciones que tenga unos mínimos de sensatez y cordura? ¿Acaso no hay nadie en este gabinete, ningún asesor, ningún becario, que tenga la más remota idea de dónde está Malí y qué está ocurriendo allí? ¿Es que nadie ha caído en la cuenta que un presidente de gobierno debe aparentar saber lo que dice? ¿Malí? Un país con un tamaño como toda Europa, en guerra, en el que un movimiento que se dice súbdito de Al-Qaeda se alió con los tuaregs, permanentemente en estado de sublevación, y llegó hasta las puertas mismas de la capital mientras el Estado se desmoronaba, un territorio que las tropas francesas han tenido que reconquistar a sangre y fuego y que, ni de lejos, puede decirse que esté controlado, ¿allí vamos a enviar nuestras tropas especializadas en misiones de paz? Apenas unas horas después, el asalto a un hotel, saldado con la carnicería habitual, hizo que a nuestros gobernantes se les comiera la lengua un gato y la ciudadanía ha asistido, abochornada, al lamentable espectáculo de que España se convierta en el primer país en ofrecer apoyo a Francia y el último en concretarlo, si es que algún día se llega a hacerlo. ¿Qué político español, de estos que lucen tan seguros de sí mismos en las pancartas, tendrá el coraje de ofrecerle a Francia la ayuda que, por historia y por justicia, tenemos el deber de ofrecerle?