En cuanto se produce el atentado de Las Ramblas, los Mossos d’Escuadra ponen en marcha la “operación jaula”, que no impide que el conductor de la furgoneta, se baje de ella y, paseando tranquilamente, desaparezca sin dejar rastro. La “jaula” era tan eficaz que esa tarde, un vehículo se salta un control policial hiriendo a un agente. Será tiroteado, abundantemente, con posterioridad y aparecerá, al fin, abandonado, con un cadáver en su interior. Cadáver que, primero, es el del conductor, muerto por los disparos de la policía en un incidente que no había tenido nada que ver con el atentado. Después resulta que “el conductor” apareció en el asiento de atrás y que no había sido alcanzado por los disparos sino apuñalado. Finalmente resulta que sí, que se trata de algo relacionado con el atentado. A estas alturas, los Mossos d’Escuadra ya han recalificado el “accidente” de Alcanar como algo relacionado con lo ocurrido en Las Ramblas. Ramblas que la policía se ha molestado en desalojar, mientras los terroristas van y vienen por media Cataluña con un número indeterminado de vehículos sin que nadie sea capaz de interceptarlos.
Reaparecen cinco de ellos a la una y cuarto de la madrugada en Cambrils, 118 kilómetros al sur de Barcelona y 89 al norte de Alcanar, paseando tranquilamente por el paseo marítimo, apretujados cual sardinas en un Audi A3. Se topan con un control policial rutinario que, una vez más, no es capaz de detenerlos. Arrollan el vehículo policial hiriendo a uno de los agentes, la otra agente desenfunda su pistola y mata a cuatro de ellos parece que sin muchos problemas ni miramientos, aunque no puede evitar que una mujer sea apuñalada en el intervalo. El quinto será abatido poco después en un vídeo que ha dado la vuelta al mundo. En él, un tipo, obviamente, fuera de sí, parece querer decir algo y hace caso omiso de las instrucciones policiales. Se oyen disparos para dar y repartir, pues si algo ha quedado demostrado es que los Mossos d’Escuadra, preparación no, pero munición tienen en abundancia. Uno de ellos parece impactar en el terrorista. “Ya está”, se oye nítidamente. El sujeto vuelve a levantarse, cruza la carretera por el paso de cebra y la policía le suelta dos o tres disparos más. La escena ha sido grabada a pocos metros de distancia por parte de alguien de habla inglesa.
Veamos, el manual al uso de la policía dice, o debe decir, que ante un presunto terrorista con un cinturón explosivo hay que dispararle, lo más pronto posible, a la cabeza, sin más historias. De haber llevado un cinturón explosivo de verdad, los policías y el sujeto de la cámara habrían saltado por los aires antes de empezar a grabar. Por tanto, tenga o no un cinturón explosivo, ningún ciudadano, turista o curioso en general, debe estar a esa distancia de los hechos bajo ningún concepto. Y si los policías estaban seguros de que el cinturón explosivo era de pega tenían que hacer lo que hizo la policía de Finlandia al día siguiente en unas circunstancias semejantes: disparar a las extremidades para desarmarlo. Entre otras cosas, porque, en contra de la creencia popular, algunos de estos tipos tan convencidos y tan fanáticos, cambian sorprendentemente de actitud cuando llevan 48 horas en el calabozo.
Por si acaso el vídeo no hubiese dejado claro que las fuerzas del orden público no están preparadas para circunstancias como estas, los Mossos d’Escuadra, se dedican a escribir un auténtico manual de desinformación. Difunden fotos de presuntos integrantes del comando huidos, algunos de los cuales ya están muertos. Al autor “sin duda” de la matanza de Las Ramblas, que “permanece huido”, se lo identifica horas después como uno de los que cayó en el asfalto de Cambrils. Dado que no hay manera decente de explicar que escapase de la “jaula perfecta" tendida por la policía, “pierde fuerza” la hipótesis de su participación en el atentado de Barcelona. El imán, jefe del grupo, “activamente buscado”, entre otros sitios, en su casa, aparece bajo los escombros de Alcanar, donde había no un muerto, como se dijo inicialmente, sino dos. El Consejero de Interior de la Generalitat, que todavía no sabe si la célula ha sido desarticulada o no, si el conductor de Las Ramblas ha sido identificado o no, si hay terroristas circulando por ahí o no, se ha molestado en averiguar que en el atentado murieron, desgraciadamente, “dos personas catalanas” y algunos miembros “del país vecino”, información ésta que ignoramos si la obtuvo directamente de los apellidos de cada cual o si desvió recursos humanos de la investigación antiterrorista en curso para verificar realmente sus lugares de residencia. Ya que explicar cómo hasta doce terroristas con explosivos, armas y deseos de matar transitaron sin problemas por media Cataluña antes y después del atentado de Las Ramblas provocaría sonrojo ajeno (ellos son incapaces), se alude “a que habían recibido un exhaustivo entrenamiento”, lo cual no hace sino arrojar más leña al fuego de la inoperancia policial. Hasta qué punto el entrenamiento fue “exhaustivo” puede verse en el vídeo, donde, de no indicársenos qué estamos viendo, confundiríamos al terrorista con un borracho o drogadicto más de los que pululan por las noches costeras españolas. Hasta qué punto el ISIS puede proporcionar un entrenamiento “exhaustivo” nos lo muestra su reivindicación de un atentado, que las autoridades rusas tratan como el acto de un enfermo mental, ¡en Siberia! De hecho, un periodista alemán que no tuvo muchos problemas para entrar en contacto con ellos por Internet haciéndose pasar por candidato al “martirio”, narra que le pidieron actuar “cuanto antes”, “contra no importa qué” y que si dejaba algún testimonio de su acción, que dijese que “se lo había ordenado el emir del califato”.
Cuatro días después, el que ahora es señalado como “autor material con toda seguridad” de la matanza de Las Ramblas, es identificado en Subirats, a 50 Km de Barcelona. Tiene muchas cosas que contar. Tiene que contar cómo si a las autoridades “no le constaba” que estuviese armado al bajarse de la furgoneta, pudo apuñalar a una persona. Tiene que contar cómo pudo escapar de la “jaula”, de los controles policiales y de una auténtica balacera. Tiene que contar si de verdad él conducía la furgoneta o no. Tiene que contar dónde consiguió un cinturón explosivo que no se aprecia en ninguna de las grabaciones que nos han mostrado. Tiene que contar dónde y con quién ha estado esos cuatro días. Pero, sobre todo, tiene que contar cómo un imán que hizo sonar todas las alarmas en Bélgica nada más puso el pie en el país, convenció, reclutó y dirigió a un grupo de jóvenes en Cataluña, moviéndose a sus anchas sin despertar la menor sospecha. Como digo, “no consta” que estuviese armado. Si lleva un cinturón de explosivos, con toda seguridad, será tan falso como el que llevaban los de Cambrils. Y, por encima de todo, tiene muchísimas cosas que contar, así que, según la versión oficial, la policía lo rodea y lo mata disparándole un número indefinido de veces.
Después del despropósito informativo que hemos vivido, después de quince víctimas inocentes y un centenar largo de heridos que volverán a revivir cada día los atentados, después de tanto papanatas como puebla los cargos de responsabilidad de este país y, todavía más, los del futuro país vecino, hay algo que podemos tener claro: si no hemos vivido una cosa así antes, ha sido por suerte; si no hemos vivido una catástrofe mayor, ha sido por pura suerte; y si el futuro no nos depara algo que deje lo ocurrido en poco más que una anécdota, se deberá o bien a que, por fin, habremos mandado al paro a tanto inepto como nos gobierna, o bien a la lisa y llana suerte.