domingo, 5 de mayo de 2019

Cuando se abren las urnas.

   Cuando se abren las urnas, cada cual queda en su lugar, como Pedro I “el renacido”, que después de ganar unas primarias inciertas, después de que echaran abajo la puerta de su despacho para que dimitiera, después de volver a ganar unas primarias contra pronóstico y de alcanzar la Moncloa de modo inesperado, ha conseguido que un partido al que hace menos de un año le faltaba fuelle para seguir existiendo se convierta en el más votado. Al otrora cadáver político la prensa internacional lo presenta en los últimos días como icono de una socialdemocracia europea que, tras los últimos espaldarazos en Dinamarca, Portugal y España, afronta con repentino optimismo las próximas elecciones. Felipe González sintetizó la esencia de la socialdemocracia en el grito “¡que viene la derecha!” y eso le sobró para ganar comicios durante más de una década. La nueva socialdemocracia parece asentada en el grito “¡que viene la ultraderecha!” y, visto lo visto, podría servirle también para ganar unas cuantas elecciones. Problema diferente será qué venga después. Después de Felipe González vino la tan anunciada derecha... Pero, bueno, nada de eso le importa a un político que, para entonces, ya estará disfrutando de su sueldo vitalicio.
   La lógica indica que en el primer año de mandato tendremos muchas menos noticias del gobierno que en los últimos meses. Ahora toca poner orden en un partido en el que ni las viejas glorias ni los barones regionales lo han visto nunca con buenos ojos. Hay otra vez poltronas a repartir, así que no debería costarle demasiado esfuerzo convertirlo en instrumento a su servicio. A poco que sepan hacer las cosas, la legislatura debería ser igualmente cómoda. El primer test de importancia lo tiene dentro de un par de semanas. La inercia lógica y, en el peor de los resultados, la apelación a que ni siquiera se ha constituido el gobierno y, por tanto, no se le puede echar la culpa de nada, le bastará para superarlo. Otra cosa será la investidura. Necesita la abstención de alguien o el apoyo explícito de otros grupos parlamentarios. Ciudadanos ha advertido que se opondrá y son los únicos que podrían salir realmente beneficiados de una repetición de las elecciones. Tras los resultados en Cataluña, los independentistas harían mal en pedir el cielo para facilitar el camino a Pedro I “el renacido”. Ciertamente ERC se ha convertido en la fuerza más votada allí, pero, el socialismo catalán, otro muerto viviente, anda pisándole los talones. Con Podemos, PNV, Bildu y los canarios, las negociaciones deberían ser muchísimo más fáciles. Superado este escollo, el resto será tan difícil como sus propias capacidades lo haga pues, en cada situación concreta, no tienen más que amagar el pacto ora con Ciudadanos ora con los independentistas y si les obligan a aprobar cualquier enmienda no pactada siempre podrán tumbarla en el Senado donde el PSOE ha obtenido mayoría absoluta.
   El “valor seguro” del PP, está ahora seguro de que el partido al que llegó a ofrecerle carteras en su gobierno, Vox, es de ultraderecha. Ha despedido a los asesores de campaña que le mantuvieron confundido sobre este tema y que le convencieron de que debía tratar a Ciudadanos como un amigo y a Vox como un caladero de votos, cuando la realidad es exactamente la contraria. Resulta que el bueno de Casado era tan de centro que ahora anda hablando de pactos con los socialistas. Pese a lo lamentable de su liderazgo, su situación no es tan desesperada como pudiera parecer. Van a conservar un puñado de alcaldías importantes y siguen teniendo el gobierno de la Junta de Andalucía. Una gestión eficaz podría utilizarse como suelo firme para ir recomponiendo el partido. El problema es que tras seis meses de gobierno, los andaluces siguen contemplando exactamente el mismo paisaje. Uno pasa por el Palacio de San Telmo, por Torre Triana, por el Parlamento o por cualquier otro centro de poder y, en lugar de ver las ventanas abiertas para que, por fin, se airee todo lo que allí había, puede atisbar funcionarios que echan otra capa de silicona en las rendijas para que no se escape nada del hedor acumulado. El PP andaluz, que debería liderar el gobierno y atraer la atención sobre su partido, se halla en la tesitura de emprender políticas que no suenen ni a propuestas de Ciudadanos ni a disparates de Vox, pero que ambos tengan que apoyar y, claro, su imaginación no da para tanto.
   Albert Rivera ya se ha proclamado líder de una oposición que no lidera por número de escaños y ha comenzado a decir “no” a todos los pactos que todavía nadie le ha ofrecido. Sabe que los líderes de la oposición, más tarde o más temprano, gobiernan y sabe que le ha arrebatado al PP todo el centro y parte de la derecha, pero su éxito, está empezando a generar algunos problemas de crecimiento. Para empezar, cuanto más lidere la oposición, menos comprensible resultará su permanencia en el gobierno andaluz donde, por si fuera poco, va de la mano de los ultras. Además, su decisión de presentar a Arrimadas a todas las elecciones existentes, los ha dejado estancados en una Cataluña en la que encabezaron los recuentos en las autonómicas. 
   La historia de los asientos en el Parlamento más allá del PSOE parece el eterno retorno. Cuando llegó la democracia el PCE ocupaba una buena parte de la bancada y parecía cercano a asaltar el poder. Poco a poco, las disputas internas lo hicieron caer en una crisis y en resultados cada vez peores hasta llegar al borde de la irrelevancia. Entonces se refundaron como Izquierda Unida que pareció cerca de asaltar el poder, pero las disputas internas les hicieron caer en una prolongada crisis que casi les llevó a desaparecer. Entonces se refundaron como Podemos que pareció asaltar el poder, pero las disputas internas les han hecho caer en una crisis que puede llevarles a desaparecer si tratan de solucionarla con más disputas internas. Eso sí, Santiago Carrillo pertenecería a la “casta”, pero se murió en su piso y nunca pidió una hipoteca de 20 años para comprarse una mansión.
   La llegada de Vox al Congreso no por anunciada, ha dejado de tener matices, algunos de los cuales llevan a la esperanza y otros a negros augurios. Primero, su propia existencia ha activado al electorado socialista, lo cual, como dije antes, podría servir para mantenerlos al borde de la marginalidad durante un tiempo. Segundo, tras tontear con ellos, el PP parece haberse dado cuenta de que tiene poco que ganar y mucho que perder intentando recuperar un electorado que nunca fue el suyo. Vox no sólo vive de los desencantados del PP y de los ultramontanos, también se alimenta de un sector importante de votantes de otros partidos hartos de que los llamen tontos a la cara. Son sectores éstos que se irían a la abstención si Vox no existiera y que ningún partido, sea de la tendencia que sea, puede recuperar por mucho que acepte discutir los temas que plantea la ultraderecha. De hecho, ese electorado fue el último en acudir a las urnas y la mayoría de las papeletas de Vox aparecieron en los primeros instantes del recuento. Si echamos mano de la psicología electoral eso indica que su electorado, al menos de momento, no manifiesta convicción ni fidelidad. Han votado a Vox para probar a ver qué pasa y ya veremos qué hacen en las próximas elecciones con su voto si es que van a alguna parte. Pero si todo esto parece un consuelo, ahí van dos datos que pocos han apreciado: allí donde ya estuvieron, quiero decir, en Andalucía, Vox ha obtenido casi el doble de votos que en las elecciones autonómicas y, por si fuera poco, han conseguido un escaño en Barcelona.
   Más allá de Tabarnia, ganó ERC. Junqueras ha tenido que pasar por el martirio para conseguir una victoria, poco menos que moral. En buena lógica debería dejar de apoyar a Junts pel Sí, provocar un adelanto de las elecciones y alcanzar la tan deseada poltrona catalana. Dudo que siga esta línea. Los republicanos están hartos de aparecer en cabeza en esta y aquella votación, en este y aquel sondeo para terminar en un chasco cuando llega la hora de la verdad. Además, para hacer la cosa menos fiable, tienen que contar con el resurgir de los socialistas y el asentamiento de Ciudadanos, porque, la gran lección de estos comicios en Cataluña, es que, ni alcanzando un resultado histórico, los independentistas logran convencer ni al 40% de los votantes.

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