El día de elección del delegado de curso es uno de los días de fiesta en cualquier grupo de cualquier centro escolar. A nada se dedican con mayor entusiasmo y concentración los alumnos que a la elección de su delegado. Con dificultad se puede contener la euforia mientras se les desgranan las funciones y deberes de quien adquiera la responsabilidad. En ocasiones se postulan candidatos, algunos de los cuales llevan ya varios días haciendo campaña por lo bajinis o por boca de sus adláteres, que van convenciendo a los demás. Otras veces hay que sacarlos poco menos que por la oreja porque nadie quiere afrontar el riesgo de quedar en ridículo al no obtener voto alguno. En más de la mitad de los casos las elecciones las gana “Manolito” por mayoría más o menos aplastante respecto de alguien cabal y responsable. El “Manolito” elegido en un grupo es el calco del “Manolito” elegido en los demás. Se trata de un modelo que parece prefabricado y que se repite año tras año, curso tras curso, con escasísimas variantes de una generación a otra. Creció con la sensación de que en su casa no le prestaban la atención que merecía. A veces es verdad, se trata de familias semidesestructuradas en las que la apariencia de un hogar normal pende cada día de un hilo. El padre, ausente, en el paro de larga duración o violento cada vez que bebe, parece como si no estuviera o se desea que no esté. La madre tiene que arreglar los desmanes del marido, aportar medios de subsistencia y, con frecuencia, cuidar de padres ancianos. La atención de los progenitores se logra sólo en situaciones extremas. Ese rato en el que te acompañan para que el Jefe de Estudios comunique el último motivo de expulsión es, con frecuencia, el único momento en que se comparte algo con ellos y se anhela su repetición. A veces, la sensación de desamparo es puramente subjetiva, algo muy frecuente entre los miembros más pequeños de la familia, que siempre buscan algún modo de destacar. A veces, sin embargo, es muy difícil apreciar qué falla, porque el agotamiento moral con el que los padres vuelven del trabajo o la creencia de que teniendo dinero todo lo demás va de suyo y no hace falta pensar demasiado en los demás, sólo podría detectarse viviendo día a día lo que ese joven va absorbiendo de su entorno. En todos los casos, que el profesor se aprenda tu nombre antes que el de cualquier otro, que te dedique la mayor parte de su tiempo cada día, aunque sea para abroncarte, el paseillo triunfal camino de la jefatura de estudios, constituye un plus de atención mucho más fácil de conseguir en el aula que en casa. En cierto modo, nada de esto es culpa suya, "Manolito" es "Manolito" y eso no tiene arreglo.
Pues bien, este “Manolito” al que todos los profesores conocen aunque no le hayan dado clase, acaba siempre como delegado o como uno de los candidatos más votados del curso. En el acto final de elección, entre aplausos al recién nombrado delegado, si no se controla mucho a los alumnos, alguien acaba gritando “¡Manolito presidente!¡Manolito presidente!” Después, "Manolito", obviamente, está siempre expulsado o falta o no acude a las reuniones importantes o acaba dejando que el subdelegado, la persona cabal y responsable, haga todo el trabajo. Nada de eso impedirá que al año siguiente vuelva a ser uno de los candidatos preferidos o, directamente, el elegido.
Es fácil decir que los jóvenes son irresponsables, que se delega en ellos el aprendizaje del ejercicio democrático y que lo arrojan por la borda entre guasas, que no actúan con cordura o sensatez, que les falta conocimiento de lo que realmente constituyen sus intereses. Desde luego, puede considerarse que se permite que los jóvenes elijan a “Manolito” y que después se acostumbran a votar únicamente a “Manolitos” cuando devienen adultos. Pero también cabe el razonamiento inverso, que los jóvenes ven a los adultos votar a Donald Trump, a Abascal, a Berlusconi, a Boris Johnson y, claro, no hacen más que seguir dicha pauta con las copias que tienen más cercanas. Incluso puede argüirse que nos hemos vuelto todos tan descerebrados como los jóvenes que votan a "Manolito". En cualquier caso, lo cierto es que estamos acostumbramos a que nos dirijan “Manolitos” de toda índole y su inoperancia ante las crisis de un cuatrienio no impide que volvamos a votarles para el siguiente… a menos que aparezca en liza un “Manolito” más “Manolito” que el anterior. Soltamos continuamente pestes de políticos que son esto o aquello, políticos que son todos iguales, políticos que no son capaces de hacer una a derechas. Pero es que, como "Manolito", son descerebrados que no van a dejar de ser descerebrados por mucho que su cargo tenga cada vez más responsabilidad. Por tanto, la solución al problema no está en ellos, ellos no pueden solucionar nada porque no son capaces más que de estropear las cosas. La solución al problema está en una pregunta muy simple y muy elemental: ¿por qué no dejamos de votar a “Manolito”? ¿por qué no castigamos con nuestro voto a todo aquel que sabemos que ha mentido, que está mintiendo o que nos mentirá a las primeras de cambio? ¿por qué no votamos a quienes hayan probado suficientemente su integridad moral, su capacidad para dar soluciones que beneficien a todos? Si votásemos únicamente a quienes encarnaran modelos de sensatez y probidad, a nuestros políticos no les quedaría otra opción que cambiar si quisieren seguir ejerciendo cargos... Pero, claro, entonces ya no tendríamos motivos para quejarnos de ellos.