Ha llegado la hora de tomar decisiones. Podemos decidir que, efectivamente, hemos logrado definir de modo completo y concluyente qué debe entenderse por filosofía. Podemos decidir que la filosofía sí tiene un método, el método seguido por todos y cada uno de los filósofos habidos hasta el momento, el método que consiste en buscar alguna manera de separar en ámbitos o por condiciones los términos de cada problema. Podemos trazar de un modo todavía más nítido semejantes definiciones, caracterizar de un modo mucho más claro ese método por un procedimiento de exclusión y decidir que queda excluida de la filosofía cualquier reflexión sobre el futuro, cualquier prospectiva, cualquier procedimiento para construir mundos posibles, que la filosofía debe hablar únicamente de este mundo, del mundo ya creado por los poderes fácticos. Incluso podemos interpretar los textos de Schleiermacher, Heidegger, Gadamer, Ricoeur y demás para anunciar que ellos ya sabían que en el círculo hermenéutico obra y fragmento no se encontraban al mismo nivel, sino al nivel de la linealización y la comprensión, que hay un modo retorcido de leer lo que en esos textos no figura por ninguna parte para eludir el hecho de que, según la hermenéutica, ningún explorador podría haber avanzado un solo paso sin conocer previamente la orografía del territorio que se proponía explorar, del mismo modo que Platón pretendía que no se podía enseñar lo que no se supiese ya de alguna manera. En definitiva, podemos seguir obstinándonos contra los hechos y afirmar la imposibilidad del ars inveniendi, la inexistencia de un hilo de Ariadna que nos saque de cualquier laberinto, la incapacidad de los modelos, de los bocetos, de los esquemas rudos y provisionales para guiar eficientemente a los exploradores.
No hay nada de malo en semejantes decisiones. Debemos respetar a quienes se aferran al pasado, a quienes protegen los intereses de sus estómagos, a quienes han acumulado ya riquezas suficientes para que no les entusiasme lo que significa la exploración filosófica, la prospectiva, los mundos posibles. Hay que mostrar comprensión por quienes padecen fobia a la novedad, por quienes afilan los cuchillos de la envidia cada vez que se enfrentan a alguien verdaderamente innovador, quienes tiemblan y sudan cuando se amplían los horizontes, quienes vomitan cuando se abandona la navegación de cabotaje, quienes viven inmensamente felices practicando una disciplina sin futuro. Esas actitudes, insisto, merecen comprensión y respeto. Si TRIZ entra en la filosofía, desde luego, no lo hará pidiendo permiso, confianza ni fe. Mostrará resultados o, simplemente, no entrará en la filosofía. Quienes cierren sus ojos ante esos resultados, quienes se tapen los oídos ante lo que proclaman, quienes se tapen la boca para no dejarla abierta y quienes, la inmensa mayoría, digan, "sí, está muy bien, pero en la cita de la página 20 falta una coma", todos ellos, seguirán formando parte de la filosofía hasta cuando las futuras generaciones hayan encerrado sus gigantescos logros en lo que llamarán "la filosofía de una de las épocas más oscuras de la historia". No renegamos de los timoratos, no renegamos de los despreciadores, no renegamos de quienes utilizann el poder de sus cátedras para sepultar cualquier verdadera novedad. Pero, debe quedar perfectamente claro que definir la filosofía por el principio de separación en ámbitos, definirla por la exclusión del futuro, constituye una decisión. No puede discutirse de ninguna de las maneras, que TRIZ nos muestra otras decisiones posibles.
Desde luego, los filósofos pueden seguir sonriendo con superioridad cuando los ingenieros demuestran que poseen cuatro veces más procedimientos que ellos para resolver los problemas, pueden seguir considerando que ese nutrido catálogo de heurísticas, que deja en ridículo el propio de la filosofía, indica que ellos, los ingenieros, no han captado la esencia de las cosas, no han escuchado la voz del ser, no han penetrado plenamente en el círculo hermenéutico. También pueden mostrar humildad, reconocer los propios errores, quiero decir, aprender. Descubrirán cómo utilizar todas las versiones del principio de separación. Descubrirán, por tanto, que el 75% de las respuestas a cada problema filosófico aún no se ha enunciado. Descubrirán que no existe motivo para que la filosofía se dedique a describir o a transformar un mundo, sino que puede crear series enteras de mundos. La filosofía, entonces sí, tendrá futuro, aún más, habrá que considerarlo el tiempo propio de la filosofía, un tiempo que, a diferencia del pasado y del presente, no tiene centro, idioma o cosmovisión privilegiada porque la tarea consiste, precisamente, en recorrer de modo sistemático todas sus posibilidades. Abrirán, por fin, los ojos a la realidad y reconocerán, con 50 años de retraso, que existen, al menos, dos formas de ars inveniendi, funcionales y exitosas y que tenemos el deber de intentar traerlas al campo de los estudios filosóficos. Abandonarán entonces el furgón de cola de las disciplinas que han ocupado desde los tiempos de Kant y volverán a su lugar natural, muy muy cerquita de la locomotora. Desde luego, quienes opten por este camino podrán encontrar multitud de argumentos para sostener que han tomado la decisión correcta. No creo que quienes opten por el otro se molesten en argumentar, limitándose a ejercer su poder represivo en la parcelita que se les ha otorgado. Pero hay una cosa que TRIZ, quiéranlo o no, ya ha cambiado: ha dejado claras las minúsculas dimensiones de esas parcelitas, porque ya no controlan los mecanismos últimos para la toma de esa decisión. En efecto, no se trata de lo que ellos decidan, no se trata de lo que decida "la filosofía", ni "nuestra época" y, ni siquiera "la Academia". Se trata de lo que decidamos cada uno de nosotros. Cada licenciado, cada investigador, cada interesado en la materia, cada estudioso, cada aficionado, cada lector, se ha convertido a partir de ahora en sujeto último de prueba y decisión, en piedra de toque, absolutamente clave, del futuro de la filosofía.