domingo, 1 de diciembre de 2019

Un paso adelante.

   La repetición de las elecciones generales del pasado 10 de noviembre, dejó a Ciudadanos al borde de la irrelevancia. Si a ello sumamos el progresivo declive de Podemos y el vertiginoso ascenso de Vox, parece forzoso concluir que los partidos surgidos del movimiento de los indignados de 2011, ha dejado paso, casi diez años después, a los airados. No obstante, descendiendo al detalle, la cosa queda menos clara. En la izquierda, a Podemos le han ganado terreno una serie de pequeñas formaciones mucho más apegadas a las reclamaciones concretas de colectivos ciudadanos y que, en cualquier caso, auguran un futuro cada vez menos halagüeño para los morados. En la derecha, sin embargo, ha habido un trasvase, voto por voto, desde Ciudadanos al PP y del PP a Vox. Los populares andan llenos de alegría, pensando que, más pronto que tarde, acabarán recuperando de la extrema derecha a los que son sus electores. Motivos para tanta alegría no tienen demasiados, pues bien podría ocurrir que en ese intento perdieran precisamente lo que han ganado ahora por el centro. De todos modos, en un gesto inusual en este país y que le honra, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, presentó su dimisión nada más conocidos los desastrosos resultados. Decir que con él se va el partido quizás sea precipitado, pero sí que se va alguien capaz de ganar apoyos más allá de los platós de televisión, de los mítines y de todo lo que habitualmente se ve; una persona que sabía qué inconfesables reuniones había que mantener para conseguir ciertas cosas; y, sobre todo, alguien, pese a ello, capaz de asumir las propias responsabilidades por el fracaso. Ahora Inés Arrimadas ha dicho que “en situaciones difíciles es cuando hay que dar un paso adelante” y se ha postulado como segura sucesora de su mentor. 
   No sé cuántas veces he escuchado el manido tópico de que “en situaciones difíciles es cuando hay que dar un paso adelante”, pero todas ellas tienen para mí un regusto a déjà vu. La señora Arrimadas, que tan valerosamente da en esta oportunidad un paso adelante, no lo dio cuando se convirtió en sorprendente ganadora de las últimas elecciones en Cataluña. Como líder del partido más votado tenía la responsabilidad de intentar formar gobierno. Todos sabíamos el resultado final de esta gestión, pero podría haber retratado el barro con el que se han forjado los pies de los independentistas; podría haber propuesto, no sé, un documento marco, por ejemplo, con los diez problemas que afectan a los catalanes de a pie más allá de la independencia y haber retado al resto de partidos a ponerse de acuerdo sobre él; podría haber obligado a PSOE y PP a dejar clara su intención de no sacar tajada de la crisis... Nada de eso se hizo. Corrían tiempos en los que Ciudadanos se veía ya en la poltrona, en los que Albert Rivera soñaba con redecorar la Moncloa, en los que el sorpasso al PP parecía a la vuelta de la esquina y la señora Arrimadas, en circunstancias verdaderamente difíciles, no dio ningún paso adelante. Soltó algunas frases memorables en el Parlament y comenzó a alejarse de las difíciles circunstancias de Cataluña para aparecer en los carteles de la formación naranja por  el resto del país. Al final parece que también ella, como todos los políticos autonómicos españoles (y aun los alcaldes), tenía prisa por tomar su tren a Madrid. ¡Hasta los de la CUP han demostrado su interés por cogerlo!
   En las difíciles circunstancias de 2011, cuando los indignados manifestantes rodeaban el Parlament y la justicia lo acosaba por corruptelas múltiples, también Artur Mas decidió dar un paso adelante y tapar sus trapos sucios con la estelada, librándose así de la cárcel, el linchamiento o ambas cosas. Pero las circunstancias no mejoraron, se pusieron todavía peores y Mas se retiró a vivir la miserable vida de represaliado político, con apenas 9.600€ mensuales que llevarse a la cuenta, y a la espera de que se cumpla su condena y alcance los 65 años, momento en el que, además, cobrará 100.000€ de pensión como ex-President de Catalunya. Cedió el testigo a alguien dispuesto a dar pasos adelante en circunstancias difíciles, otro que, cuando las cosas se pusieron verdaderamente difíciles, no dudó en quitarse de en medio, para disfrutar de unas cómodas vacaciones indefinidas en Bruselas.
   Realmente, la política española está plagadas de gente dispuesta dar pasos adelante en circunstancias difíciles. Hace unos días se decía en Le Monde que las últimas elecciones demostraban el fin del consenso constitucional en España. La Constitución española nació en un momento en que los políticos temían ser desbordados por la calle. Desde entonces han pugnado duramente por conseguir un marco legislativo, en el que no haga falta casos como el Gürtel para financiarse, en el que no haga falta casos como el ERE para regalarle dinero a los amiguetes, en el que no haga falta jugarse una acusación por sedición para rebasar los límites de lo legalmente establecido. Casi se dan ya las circunstancias para proponer un nuevo pacto constitucional y la impaciencia brota por doquier. Esta semana lo ha demostrado la sección catalana del PSOE, inventándose una definición del Estado español, un paso adelante más en estas difíciles circunstancias.
   Pero ¿cuáles son esas circunstancias difíciles que obligan a dar pasos adelante? La señora Arrimadas lo ha mostrado muy claro, las circunstancias difíciles consisten en que todo el mundo dentro de su partido está dispuesto a ofrecerle el cargo de Albert Rivera. Dicho de otro modo, lo que los políticos llaman “circunstancias difíciles” es lo que el resto de nosotros llamaríamos “una oportunidad” o, mejor aún, “la” oportunidad. Y ya sabemos el nombre que merecen quienes se aprovechan de ellas. No, la política española no necesita más gente que de pasos adelante en circunstancias difíciles. Nadie necesita nunca de gente así. Lo que este país necesita, lo que todos reclamamos cuando llegan momento duros, es gente que no se quite de en medio para irse a dorados retiros sin asumir sus responsabilidades cada vez que la cosa se pone tan negra como se va a poner. 

domingo, 24 de noviembre de 2019

Precipitados y prevenidos.

   Según Descartes hay dos vicios que debemos evitar si queremos obtener algo que merezca la pena en la vida. El primero de ellos consiste en la precipitación, es decir, aceptar como verdadero algo sobre lo que no hay pruebas suficientes de que lo es. El segundo consiste en la prevención, exactamente al contrario, negarnos a aceptar algo como verdadero pese a la existencia de hechos comprobados que apoyan su veracidad. Aunque Descartes no lo explicaba, lo peor de estos dos vicios consiste en que uno conduce con frecuencia al otro, de tal modo que la persona que ha incurrido, digamos, en la prevención, cuando tiene que decidirse sobre un asunto parecido, acaba, para compensar, en la precipitación. Y a la inversa, aquel que se precipitó un día, suele pecar al día siguiente de prevenido. El resultado es que vamos rebotando entre ambos vicios sin saber pararnos nunca en la posición justa que nos permitiría acertar y perdiendo, progresivamente, el sentido de la realidad. Un ejemplo de este ir y venir de un vicio en otro sin obtener el socorro ofrecido por la certeza, lo podemos encontrar en las últimas decisiones de Pedro Sánchez, “El Renacido”. Durante la primavera, el secretario general del PSOE, se aferró a la idea de gobernar en solitario, rechazando una y otra vez el acuerdo con Unidas Podemos. Tras las elecciones de  noviembre, sin embargo, bastó un día y una reunión de una hora para llegar no ya a un acuerdo de gobierno, sino, directamente, al reparto de cargos, como si la supuesta coalición tuviera algo garantizado con la firma de dicho acuerdo, esto es, incurriendo en la pérdida de realidad de la que hemos hablado. 
   Otro ejemplo de cómo estos vicios conducen a la pérdida de realidad lo tenemos en el inenarrable y muy precipitado president de la Generalitat, Quim Torra. Sentado ante el Tribunal Supremo de Cataluña ha declarado, nada menos, que desacató las instrucciones de la Junta Electoral Central porque él las consideró “ilegales” y que los políticos sólo pueden ser juzgados por el correspondiente parlamento al que pertenecen. Le ha faltado añadir “la ley soy yo”, pero denle la independencia y ya verán como acaba haciéndolo.
   De precipitado puede calificarse también comenzar las reuniones para formar gobierno negociando con ERC, a estas alturas, un partido tan opuesto a la constitución vigente como VOX. En el PSOE no se cansan de repetir que la moderación ha llegado a los independentistas de ERC, que se puede hablar con ellos e incluso que se les puede arrancar un pacto. Claro, esto es como todo, comparado con Donald Trump, Joe Biden también parece un ángel y Elizabeth Warren la reencarnación de Lenin. Pero ERC no se ha moderado, simplemente, están más tranquilos. Vienen maniobrando para conseguir la carambola que casi tienen a la mano. Después de que El Renacido les echara la cruz por hacer caer su gobierno, buscaron alguien en el PSOE lo suficientemente cerca del presidente y lo suficientemente creído de sí mismo como para engañarlo con facilidad. Dicho de otro modo, entraron en contacto con Carmen Calvo. La han convencido de que tiene acceso directo a las entrañas de ERC, información de primera mano de lo que realmente se cuece dentro de dicha formación y El Renacido piensa que acude a la mesa de diálogo con el partido independentista con la baraja marcada. Y, desde luego, está marcada, pero no por él. ERC lleva semanas diciendo que un requisito para la independencia consiste en sumar a las fuerzas nacionalistas partidos no nacionalistas y ahora se requiere su apoyo para que gobierne Sánchez. El quid pro quo parece claro: apoyar la investidura del Renacido, provocar unas elecciones anticipadas en Cataluña y alcanzar la presidencia de la Generalitat con el apoyo del PSOE. A Carmen Calvo le han dicho que Ferraz tendrá la garantía de su lealtad porque la caída del gobierno de Madrid provocaría la caída del gobierno catalán, pero no le han explicado, ni le van a explicar que, en realidad, piensan proclamar la independencia de Cataluña y dejar a España sin gobierno simultáneamente. El PSOE quedará con las nalgas al aire ante sus electores y los socios nacionalistas de ERC no los dejarán en la estacada en semejante tesitura por más los hayan traicionado en el camino hacia la culminación del procés. Después les espera el paraíso de una república independiente con una élite política a salvo de la judicatura de acuerdo con lo expuesto por Torra.
   Como digo, todo esto parece evitablemente precipitado. Desde el PSOE pretenden que partidos como el PNV o Coalición Canaria, cuyo apoyo resulta imprescindible para la investidura de Sánchez, se traguen, no ya un acuerdo cerrado con Unidas Podemos sino un pacto, más o menos secreto, con los nacionalistas catalanes. Recordemos que hace unos días, formaciones independentistas de todas las partes de la península firmaron el manifiesto de Llotja, en el que suscribían cada uno de los dislates que forman parte de la narrativa independentista. Tras la firma, el president de la Generalitat recibió cordialmente hasta a los antiguos defensores del terrorismo etarra de Bildu, agradeciendo esta muestra de apoyo “internacional”. Pues bien, El Renacido ha dicho que pedirá el voto de todos los partidos con representación parlamentaria, salvo Vox y Bildu, lo cual deja a éstos como los únicos firmantes de dicho manifiesto con los que no se va a hablar. ¿Se imaginan qué pensarían partidos minoritarios como los antes citados si Bildu votase a favor de la investidura de Sánchez? Y con estos mimbres se pretende formar un gobierno capaz de afrontar los retos por venir, incluyendo la reciente advertencia de Bruselas de que o los próximos presupuestos españoles comprometen partidas para reducir la deuda o van a seguir el mismo camino que los que presentó inicialmente Italia. 

domingo, 17 de noviembre de 2019

"Puede ser cualquiera" (2 de 2)

   A un recién llegado al mundo del fútbol americano le llama profundamente la atención la naturaleza de las estadísticas que aparecen con regularidad durante las trasmisiones. En un momento concreto del partido puede mostrarse un cartelito que informa, por ejemplo, de que uno de los equipos ha perdido 18 de los 19 partidos en los que se ha encontrado por debajo en el marcador en ese minuto de encuentro. Otro informa de que uno de los quaterbacks ha ganado 12 de los 17 partidos que se han celebrado con temperaturas por debajo de los 20º F. Incluso los hay más rebuscados, del tipo de cuántas yardas de carrera ha conseguido un equipo jugando en cierto tipo de estadios cuando ha llevado un récord concreto de victorias y derrotas. En la NBA puede encontrarse algo semejante. De modo general, no aparece el porcentaje de aciertos en el tiro libre de un jugador, como ocurre en las ligas europeas, sino su porcentaje de tiro en esas circunstancias concretas de juego (minuto, cuarto, diferencia en el marcador). Los pivots tienen porcentajes de tiro en campo superiores a los aleros, pero eso no significa nada, pues juegan más cerca de la canasta. Eso sí, lo hacen de espaldas a ella. Normalmente los pivots no tienen el mismo porcentaje de acierto cuando se giran hacia la derecha o hacia la izquierda para tirar. Conocer ese detalle resulta determinante para defenderlos. Los hermanos Gasol han hecho de ese tipo de estudios buena parte del secreto de su éxito y año tras año han conseguido dominar a pivots más fuertes, más rápidos y más jóvenes. Al tratamiento de los datos de este modo se lo llama “estadísticas avanzadas”, proporciona, obviamente, más información que el burdo porcentaje de victorias y derrotas del equipo. Puede discutirse si otorga o no poder predictivo sobre lo que va a ocurrir, pero, con independencia del resultado de semejante discusión, deja muy claro el intento por buscar datos verdaderamente relevantes, apegados a los hechos y que otorguen información “real”.
   Si el nivel socioeconómico no sirve para predecir quién acabará agrediendo a una mujer o buscando el martirio mediante un atentado, si su dominio del idioma tampoco sirve, si el hecho de haber contraído matrimonio o no resulta útil, si el éxito en su vida profesional o estudiantil no mejora la cosa, la consecuencia obvia que hay que sacar de semejantes fracasos, la consecuencia “científica”, consiste en que ninguno de ellos constituye un hecho relevante. Los datos relevantes no se hallan ahí y da igual cuanto se diga de ellos porque ellos no dicen nada. Y, desde luego, extraer de ahí la conclusión de que “cualquiera puede ser”, constituye un buen indicador del grado de paranoia de quien saca semejante conclusión o, todavía mejor, del grado de paranoia que se quiere crear en la población. Que un hombre se case joven como único medio de acceder a mantener relaciones sexuales permitidas por su religión, naturalmente, no constituye el menor indicador de su grado de arraigo en una sociedad dada. Que un hombre se case joven pese a tener acceso a todas las relaciones sexuales que desee, sí puede demostrarlo. Dejarse barba descuidada en un país con temperaturas habituales por debajo de cero grados no muestra el menor grado de islamización. Dejarse crecer la barba en plena canícula con 45º a la sombra, sí puede implicarlo. Pasar horas mirando vídeos radicales en un día cualquiera de la muy lluviosa ciudad de Hamburgo, puede no significar nada. Pasar una hermosa tarde de primavera mediterránea mirando vídeos radicales, tiene un significado indudable.
   Comparemos ahora el uso de las estadísticas en el deporte norteamericano con un informe típico del análisis antiterrorista, por ejemplo, “Terrorismo, redes y organizaciones: facetas de la actual movilización yihadista en España”, firmado nada más y nada menos que por el ínclito especialista español en el tema, Fernando Reinares y financiado por el Real Instituto Elcano. En sus 24 páginas sólo aparecen cifras globales en las tablas. El resto lo constituyen porcentajes. Los análisis se extraen de porcentajes, las conclusiones se extraen de porcentajes y, en definitiva, a los porcentajes se los considera “datos” a tomar en consideración. Partiendo de semejantes “datos”, se concluye un notable incremento en el número de mujeres dispuestas al martirio, un incremento hasta situarnos en la media europea de conversos afiliados al islamismo más radical y una situación explosiva en Ceuta y Melilla. Eso sí, el universo de discurso lo constituyen 120 personas, con lo que el hecho de que media docena de ellas de unas características u otras hayan acabado ante el juez por terrorismo aparece a los ojos del analista como “un cambio de tendencia”. Precisamente eso encontramos en el caso de las mujeres, porque su irrupción en el panorama del yihadismo español hace referencia a seis casos. Y algo no muy diferente encontramos en los conversos, el “significativo” 14% de los casos, corresponde a 16 personas, que ni siquiera queda muy claro en qué período de tiempo se inmolaron o acabaron detenidos. “Tres cuartas partes de los yihadistas o presuntos yihadistas detenidos desde 2013 hasta el 15 de noviembre de 2015 en España son naturales de Ceuta y de Melilla” se afirma en la página 8, pese a que en la página 5 se nos había afirmado que sólo el 45% de los detenidos tenían nacionalidad española. Hay que suponer, por tanto, que se trata de las tres cuartas partes del 45% del total, quiero decir, hablamos de 40 personas. Teniendo en cuenta que entre Ceuta y Melilla hay más de 70.000 musulmanes, nos referimos del 0,05% de la población, porcentaje, desde luego, muy por debajo del que puede hallarse en algunas localidades del entorno de Barcelona. Naturalmente, este porcentaje se desliga de los índices de delincuencia habituales en este grupo de población, no vaya a poder extraerse la consecuencia de que la población musulmana de Ceuta y Melilla necesita medidas sociales que la aparten de la marginación y no medidas antiterroristas. En definitiva, un maravilloso compendio de cifras recopiladas de modo inútil, analizadas incapazmente, para conseguir, tras esfuerzos denodados, la ansiada conclusión de que terrorista “puede serlo cualquiera”.
   Resumiré de un modo muy simple lo que hemos visto en estas dos entradas: los datos que habitualmente se vienen recogiendo no sirven para predecir el comportamiento sexualmente intolerable, identificar maltratadores o prevenir el terrorismo, aunque sí puedan servir para extender medidas destinadas a controlar al grueso de la población. Por tanto, la teoría que ha conducido a centrarse en estos datos, por más que se halle en el núcleo mismo de esa pretendida ciencia llamada “sociología”, debe considerarse inválida, al menos en este campo y al servicio de intereses políticos nada disimulados. 

domingo, 10 de noviembre de 2019

"Puede ser cualquiera" (1 de 2)

   Desde 1993 operó en España un atracador conocido como “el solitario”. Meticuloso en la planificación de sus golpes, frío en su ejecución y de fácil gatillo, cometió más de 30 atracos, mató a dos guardias civiles e hirió a varios empleados de banca. El perfil que la Guardia Civil transmitió a los medios de comunicación mostraba a un tipo ataviado con barbas y pelo postizos, alguien, se nos dijo, que llevaba una vida aparentemente normal, sin levantar la menor sospecha, pasando desapercibido. Podía tratarse de un vecino cualquiera, de la persona al otro lado de la puerta, de alguien con quien nos tropezamos habitualmente sin reparar en él. En 2007, un chivatazo permitió, por fin, la detención de Jaime Giménez Arbe, “el solitario”, cuando se disponía a atracar una oficina bancaria en Portugal. Pocos habían logrado cruzarse con él sin darse cuenta de su presencia. Nadie podía haberlo tenido por vecino sin sospechar que se hallaba envuelto en actividades poco lícitas. Su vida no tenía nada de normal. Rechazado para servir en el ejército por trastorno paranoide de la personalidad, quienes lo conocieron lo describieron como un histriónico, deseoso de llamar la atención y destacar. Tenía prohibida la entrada en varios países europeos por sus trapicheos con droga y su conducta violenta. Llevaba tiempo fichado por la policía española debido a los mismos motivos. Sus vecinos descansaron cuando lo detuvieron. Había tenido altercados con casi todos ellos. Denunció a varios y recibió denuncias de otros tantos. Lo mismo ocurrió en el polígono industrial en el que tenía una nave donde preparar sus armas y vehículos. 
   ¿En qué se basó el perfil publicitado por la Guardia Civil? ¿De qué hechos, de qué datos, de qué teoría, extrajeron la conclusión de que se trataba de “una persona cualquiera”? Y si no hubo tales datos, ni hechos, ni teoría, ¿por qué lo hicieron?  No se le puede echar la culpa a la Guardia Civil. El discurso según el cual un agresor sexual “puede ser cualquiera”, un violador “puede ser cualquiera”, un maltratador “puede ser cualquiera”, un terrorista “puede ser cualquiera”, se repite ad nauseam no ya en los medios de comunicación, sino incluso en publicaciones de pretendido carácter “científico” o, al menos, “objetivo”. Al parecer, hallarse adscrito al género masculino predispone a cualquiera para cometer crímenes contra las mujeres y hallarse adscrito a la religión musulmana predispone a cualquiera para cometer crímenes contra los occidentales. Desde luego, no pondría la mano en el fuego por muchos hombres, pero sí por algunos a los que conozco bien y, por supuesto, la pondría por Gandhi o por Kant. De hecho, no creo que los alumnos de una guardería ni que los internados en un geriátrico esperen, cada día, el momento oportuno para agredir sexualmente a una mujer. Por tanto, no se trata de todos los integrantes del género masculino, ni de cualquiera. Y lo mismo cabe decirse de los musulmanes. Quedé absolutamente convencido de ello cuando escuché un dislate paradigmático de quienes exhiben este tipo de discurso. Cierto jovenzuelo, de prometedor futuro académico, declaró en unas jornadas sobre terrorismo yihadista a las que asistí este verano, que “cualquiera de los presentes podría sufrir un proceso de radicalización islámica”. “Los presentes”, aparte de un puñado de académicos descarriados como yo, incluía una amplísima representación de todos y cada uno de los cuerpos de seguridad del Estado español y de su ejército. Casi suelto una carcajada imaginando a los guardias civiles que me rodeaban intentando decidir si se ponían el turbante encima o debajo del tricornio. Una vez más, ¿en qué datos, en qué hechos, en qué teoría se basaba nuestro preclaro ponente para largar semejante sentencia?
   Los datos, los hechos, la teoría aparece nítidamente a la luz si nos fijamos en “el grado de arraigo”, por ejemplo, de los presuntos yihadistas detenidos en los últimos años en nuestro país. Si se lee la literatura especializada sobre el tema, podrá observarse que casi toda ella describe este “grado de arraigo” como “sorprendentemente bueno”. A continuación, este discurso único, desgrana los rasgos de ese “sorprendente grado de buen arraigo”: dominio bastante fluido del idioma, matrimonio, paternidad, trabajo más o menos estable, etc. Otro tanto ocurre con los indicadores socioculturales. Los hay con nítidas carreras profesionales, bien considerados en sus trabajos, con esperanza de ascenso próximo, con niveles de estudios básicos, medios y universitarios, etc. Exactamente lo mismo se puede decir de los agresores sexuales y de los maltratadores. Así que ya tenemos los “hechos”, los “datos”, la “teoría”, que respalda semejantes afirmaciones. Puesto que el nivel económico no predice quién puede convertirse en terrorista o no, puesto que el grado de conocimiento del idioma no predice quién puede convertirse en terrorista o no, puesto que el nivel de estudios no puede predecir quién puede convertirse en terrorista o no, puesto que la paternidad no predice quién se convierte en terrorista o no, resulta impredecible quién pueda llegar a convertirse en terrorista, así que “cualquiera puede sufrir un proceso de radicalización islámica”. ¿De verdad se puede considerar ésta una conclusión “científica”, “objetiva”, “basada en los datos”?
   Supongamos que queremos predecir dónde lloverá mañana. Para hacerlo vamos a recopilar datos sobre cuánto ha costado el kilo de café en los últimos 25 años en Madagascar, cuánto peso medio ganan a lo largo de sus vidas los habitantes de Tasmania, qué números han aparecido en la lotería en los últimos 1000 sorteos y cuántos puntos se consiguieron en la pasada temporada de la NBA. A continuación tratamos de correlacionar estos datos con la lluvia en diferentes localidades de la península ibérica en los últimos años. Después de muchos intentos, probablemente, llegaremos a la conclusión de que no existe correlación alguna. ¿Qué conclusión “científica” debemos extraer de semejante procedimiento? ¿que puede llover en cualquier parte en cualquier momento o que hemos tomado en consideración datos irrelevantes para lo que queremos averiguar?

domingo, 3 de noviembre de 2019

Elogio del olvido.

   De entre todos los regalos que los dioses otorgaron a los hombres ninguno merece tanto nuestro agradecimiento como el olvido. Platón afirmó que nuestro conocimiento consistía en el recuerdo, que, en realidad, no existía nada nuevo que aprender o que inventar, que no había creatividad alguna reservada a los seres humanos más allá de recordar lo que un día “fue”, lo que siempre ha “sido” y lo que siempre “será”. Desde entonces al olvido se le culpa de accidentes, desgracias y castigos. A Platón se le ha achacado con frecuencia haber denigrado al cuerpo, al mundo sensible, a lo cambiante y pasajero, pero nadie le ha echado en cara nunca haber convertido al olvido en una especie de maldición que nos ataca y contra la que habría que combatir, ¡hasta ese punto logró convencernos a todos de su error! Amparándose en su autoridad, los filósofos y, con ellos, la cultura occidental, inició la paradójica senda de alabar la memoria, de encumbrar nuestra capacidad rememorativa y de agasajar a los recuerdos. Un ejemplo muy típico consiste en entregarle a la memoria la garantía absoluta de nuestra identidad personal. “Somos lo que somos”, se nos afirma, “porque recordamos lo que fuimos”. A partir de aquí se han montado todo tipo de bonitos chiringuitos a la búsqueda de recordar una y otra vez aquello que “fuimos” para fundamentar lo que “somos” y cimentar las bases de lo que “seremos”, convirtiendo a la historia en una disciplina subvencionada, sometida a la reiteración de los lugares comunes, de los hechos consabidos, de las mentiras repetidas de carretilla. A la historia viva, canalla, la guía el olvido, el olvido de las andaderas, de las fuentes que cita todo el mundo, de las narraciones que todos conocen, de los lugares comunes. 
   Supongamos que Platón tiene razón, supongamos que quienes entregan la identidad personal a la memoria tienen razón, supongamos que los estómagos agradecidos que buscan el origen mítico (Ursprung) de nuestro pueblo tienen razón. Hagamos ahora un experimento mental. Trate de unir todos sus recuerdos, todo aquello que ha retenido de su paso por la vida, los fragmentos de su acontecer vital, en definitiva, vaya sumando momentos, instantes, horas y días. ¿Cuánto de lo que ha vivido recuerda? ¿Cuánto tiempo suman en total sus recuerdos? ¿Un puñado de días? ¿Algunas semanas? Vamos a exagerar, digamos que todos sus recuerdos puestos juntos suman los minutos equivalentes a un año. ¿Ha vivido Ud. un solo año? ¿En qué se fundamenta su identidad personal? ¿en un mar de lagunas interminables? ¿en una sucesión de agujeros negros en los que no sabría decir qué hizo, qué ocurrió en su vida, ni siquiera si realmente vivió? ¿No ocurrirá precisamente lo contrario, que su identidad personal aflora como consecuencia de una serie de circunstancias externas y que, después, busca una excusa para su existencia en un puñado de recuerdos de por sí inconexos? Desde luego, la identidad de los pueblos se construye de esta forma, ¿qué quedaría de la conciencia nacional catalana sin el olvido de la corona de Aragón? También puede decirse que el sistema inmunitario mantiene nuestra identidad gracias al olvido, pues reconoce lo ajeno, los linfocitos que reconocen lo propio mueren antes de llegar al torrente sanguíneo. 
   Borges lo sabía bien. En "Funes el memorioso" nos presenta a un ser humano atacado por la maldición de la hipermnesia, la capacidad para recordar cada instante, cada detalle, cada acontecimiento por nimio que pudiera parecer. Funes no podía entender que se llamase “el mismo perro” al chucho visto por la mañana y al visto por la tarde. Sus gestos, su comportamiento, la tersura de su pelaje, la cantidad de baba de su lengua, su forma de jadear, no coincidían para nada. No habría conceptos, no habría conceptos universales, no habría identidad alguna de no mediar el olvido. Y, por supuesto, Funes vivía aislado. ¿Se imagina recordar cada afrenta, cada comentario hiriente recibido, cada desprecio sufrido? Pero no se trata sólo de los hechos. Recordaría, exactamente, la emoción que despertó en Ud. con la misma intensidad, de modo perpetuo... ¿Podría perdonar algo, podría perdonar a alguien en estas condiciones? ¿Cuántos de sus vecinos, de sus conocidos, de sus amigos, superarían la prueba de no haberle hecho daño jamás? ¿Podría tener pareja? El tiempo, lo sabemos bien, lo cura todo, porque se olvida la intensidad del sufrimiento, porque se pueden recuperar los hechos, pero no volvernos a sentir como nos sentimos, porque todo dolor pasa. Aún más, ¿se imagina lo que significaría para nosotros los humanos poder olvidar las cosas a capricho? Simplemente, cada vez que vivimos algo que no queríamos que figurara en nuestra vida, diríamos: “lo olvido”, y se acabó, habría desaparecido como si jamás hubiésemos vivido nada semejante. Frente a todas las veces que ha deseado recordar algo y no ha podido, que su memoria le ha jugado una mala pasada, que ha olvidado la sartén en el fuego, el lugar donde ha aparcado el coche o su contraseña en Internet, ¿qué posibilidad le parece que contribuiría más a una buena vida, poder recordarlo absolutamente todo con detalle u olvidar las cosas a capricho?
   Ahora ya sabemos qué debemos hacer frente a quienes, como Heidegger, acusan a uno u otro de haber olvidado alguna tradición milenaria y venerable, simplemente, encogernos de hombros y exclamar: ¡pues, bendito él!

domingo, 27 de octubre de 2019

Reflexiones sobre Parménides (2 de 2)

   Para evitar el engorro al que conduciría admitir la existencia de regiones dentro del ser, se le atribuye a Parménides la propuesta de que el ser “es equidistante del centro”. Dicho de otro modo, el ser “es como una esfera”. Naturalmente, si el ser “es como una esfera” y hay una equivalencia entre ser y pensar, entonces, el pensamiento, el pensamiento del ser, el pensamiento que nos dice lo que el ser es, no puede hacer otra cosa más que girar sobre sí mismo. Este pensamiento aferrado al ser, que presupone la transparencia del ser cuando habla del propio ser, se limita a dar vueltas, sin ir a ninguna parte. Y la demostración absoluta de que esta consecuencia se halla inevitablemente encerrada en lo que llamamos “Parménides”, puede encontrarse en el hecho de que la interpretación tradicional, en lugar de ver lo obvio, ha señalado la equivalencia entre la esfera y la perfección en el pensamiento griego. Terminar siempre donde comenzó, la incapacidad para atisbar cualquier posibilidad que no conduzca al mismo camino de siempre, en esa ceguera autoinducida, ha creído palpar la interpretación habitual “la perfección”. Pero aquí no hemos terminado. Cuando levantamos la vista del camino tantas veces recorrido, cuando nos arrancamos las anteojeras que nos impiden ver la noria a la que se nos ha atado, rápidamente aparecen otras cuestiones.
   Parménides ha definido la esfera no por su radio, ni por su área, ni por su volumen. Ha definido la esfera por su propiedad topológica básica, la equidistancia respecto del centro. Por tanto, Parménides no nos habla de una esfera, sino de cualquier esfera. El ser, nos dice Parménides, es como cualquier esfera. Ciertamente, la equidistancia respecto del centro constituye una característica definitoria de las esferas embebidas en un espacio de no importa cuantas dimensiones. Vale, por supuesto, para las esferas de un espacio tridimensional (lo que habitualmente llamamos una esfera o, propiamente, una 2-esfera). Vale, igualmente, para esferas en un espacio bidimensional (ó 1-esfera, el círculo). Y vale, por supuesto, para las esferas en un espacio monodimensional (ó 0-esfera). Una 0-esfera se puede definir más concretamente como dos puntos situados a ambos lados de un centro. Ahora bien, dado que hablamos de dos puntos equidistantes del centro, no hay otro punto de la esfera entre ellos. De hecho, se suele identificar la 0-esfera con dos puntos disjuntos. Ciertamente podemos considerar a uno de ellos el comienzo de un camino y al otro el fin, pero, dado que no hay puntos entre uno y otro, realmente, topológicamente hablando, no se puede hablar de que haya un camino entre ellos. Dicho de otro modo, la 0-esfera constituye la única esfera no conectable a través de un camino. Si retomamos a Parménides nos encontramos entonces con que la forma más simple de esfera, en analogía con el ser más simple, no tiene caminos, lo cual puede interpretarse de muchas maneras, pero en todas ellas conduce a que el ser más simple o no resulta pensable o no resulta narrable o ambas cosas. Tal vez haya “pensamiento”, tal vez haya narración del ser más simple, entendidos como la simple yuxtaposición de “esto” y “esto”, pero, una vez más, no consistirá en algo que lleve de aquí hasta allí, algo que implique un discurso, ni una deducción, ni un recorrido. En la 0-esfera, en el ser más simple si hemos de seguir el isomorfismo establecido por Parménides, se rompe la equivalencia entre pensamiento y ser. Ahora ya podemos entender por qué Parménides se entretiene en contarnos la vía del error, el camino del engaño. Del mismo modo que hay un ser que no se puede narrar y/o que no se puede pensar, aparece ahora como posibilidad abierta la narración, el pensamiento, del no-ser, algo que previamente Parménides había excluido.
   Resumamos, pues. Hemos partido de la identidad entre ser y pensar, de que podíamos hablar de lo que el ser era y nos hemos visto llevados a la conclusión de que hay un tipo de ser que carece de caminos para pensarlo y/o para narrarlo. Por otra parte, respecto del resto del ser, nuestro pensamiento, nuestra narración no va a hacer otra cosa más que dar vueltas alrededor de lo mismo. Tanto en un caso como en otro nos hemos topado con las limitaciones y contradicciones a las que conducen los supuestos adoptados por la interpretación tradicional. Limitaciones y contradicciones que parecen sólidos argumentos para abandonarlos. Nos queda la opción de arrojar por la borda la idea de la equidistancia del centro y admitir que hay regiones diferentes dentro del ser, cada una con sus características, lo cual conduce a la indómita dificultad de cómo, incluso de si, podremos manejarlas con precisión cuando se trate de utilizarlas sobre ellas mismas. Nos queda, sin embargo, otra opción, la de dejar de decir lo que el ser es. No obstante esta posibilidad conduce a algo todavía más aterrador: pensar de nuevo.

domingo, 20 de octubre de 2019

Reflexiones sobre Parménides (1 de 2).

   Frecuentemente, dentro del pensamiento occidental, se señala a Parménides como el nombre en el que podemos encontrar ya algo en lo que nos reconocemos, como aquél con el mérito de haber introducido un cierto giro en la historia de la filosofía. Suele subrayarse esto diciendo que a él se le atribuyó el adjetivo “filósofo” por primera vez o que creó la metafísica misma. En Parménides, reconocemos un cierto salto a otro nivel, un cierto trascender, una relación privilegiada con algún problema filosófico de primer orden. A destacar tal relación privilegiada dedicó Heidegger un notable libro de 234 páginas. Notable, digo, como ejercicio de interpretación, pues sólo a base de interpretar, y mucho, se pueden sacar 234 páginas del centenar corto de versos que nos han llegado como “texto” de  Parménides. Reconstruir el pensamiento de un filósofo a partir de un porcentaje no sabemos cómo de exiguo de sus escritos, resulta tarea en la que no vamos a adentrarnos aquí. Más bien llamaremos “Parménides”, a lo que habitualmente se entiende por el pensamiento de dicho filósofo, a lo que forma parte del acervo habitual de saber por parte de quienes practican tal disciplina, a lo que figura en cualquier libro de historia de la filosofía al uso y que, por tanto, constituye el suelo sobre el que ha brotado nuestro modo occidental de entender las cosas.
   Tradicionalmente se le atribuye a Parménides la afirmación de que “sólo queda un camino narrable: que es”. Se suele vincular este fragmento con este otro: “es necesario decir y pensar lo que es”. Habría, por tanto, una identidad entre pensamiento y ser en Parménides. Sólo el ser resulta pensable y, en consecuencia, sólo se puede hablar del ser. Del no-ser, por contra, no se puede decir ni pensar nada. En estos dos fragmentos hay también otras cosas, pues contienen tres términos cuya relación no parece clara de entrada: camino, narración y pensamiento. 
   ¿Significa lo mismo pensar y narrar? ¿constituye el pensamiento una narración? ¿debemos hacer sinónimos al camino, la narración y el pensamiento? ¿pueden narrarse cosas que no pueden pensarse o pueden pensarse cosas que no pueden narrarse? Parménides, desde luego, según el modo habitual de interpretarlo, ha hecho lo primero, pues nos contó cómo se hallaba conformado el camino del error, pese a que, se nos dice, todo lo que ahí nos cuenta no forma parte de su pensamiento. Podríamos especular indefinidamente con las respuestas más adecuadas a tales cuestiones, pero, por fortuna, dichas especulaciones, no van a modificar sensiblemente lo que aquí tenemos que decir.
   Hay, no obstante, algo incluido en las afirmaciones anteriores que la interpretación tradicional de ellas no clarifica, a saber, la posibilidad de emplear el ser para referirse a sí mismo. En efecto, la idea de que “sólo queda un camino narrable: que es”, parece haber implicado que podemos hablar despreocupadamente acerca de lo que el ser es. A partir de este punto nos encontramos una y otra vez con afirmaciones acerca de que el ser es esto o aquello. Resulta lógico que la interpretación tradicional no se pare a mencionar este hecho pues forma parte de una tradición, precisamente la nacida con Parménides, que acepta esta posibilidad como presupuesto básico de nuestro pensamiento occidental. Desde este momento, el pensamiento occidental pasará a considerar que se puede decir lo que el ser es, que la aplicación reflexiva del ser a sí mismo resulta aproblemática, todavía más, que señalar qué es el ser equivale a mostrar el ser, e, incluso, que la filosofía no puede tener otro deber más que hablar acerca de lo que el ser es. Y, sin embargo, en el propio Parménides tal supuesto cortocicuita, mostrándose como extremadamente cuestionable, cuando no directamente aporético. Sin embargo, este carácter aporético no aparece allí donde la interpretación tradicional ha querido encontrarlo. De lo contrario, tendría que haber puesto en tela de juicio sus propios cimientos. De este modo, se le reprocha a Parménides su desprecio de los sentidos o la ingenuidad de identificar pensamiento y ser, sin atreverse a denunciar la tremenda cesura entre uno y otro a la que conducen los planteamientos parmenídeos.
   Decíamos que a partir de estas dos afirmaciones, el modo habitual de interpretar a Parménides se dedica a señalar todo aquello que el ser es y así tenemos que el ser es eterno, inmutable, único, ingénito, incorruptible y homogéneo. Pero, para otorgarle un sentido unívoco a estas atribuciones, necesitamos también concluir que todas ellas se realizan del mismo modo y en el mismo sentido, quiero decir, que no hay regiones en el ser. Si hubiese tales regiones el ser podría mantener su carácter homogéneo en la medida en que unas podrían transformarse en otras por deformaciones continuas. Eso sí, cada región tendría características propias, con lo que el ser de una cosa no coincidiría con el ser de otra. Todavía peor, si hubiera regiones en el ser, entonces hablar de cómo es el ser resultaría extremadamente complicado pues habría que aclarar y justificar qué región concreta del ser se utiliza para hablar de qué región concreta del ser, dicho de otro modo, no habría modo de hablar del ser “en general”. Tan terribles complejidades introduce esta posibilidad que nadie ha asumido el reto de emprender este camino planteado en estos términos. Obviamente nos hallamos ante una demostración de que decir lo que el ser es no conduce tal cual a mostrarlo, de que la aplicación del ser a sí mismo no lo hace transparente, sino que lo convierte en un abigarrado ejercicio de justificaciones continuas que harían impracticables el discurso mismo.