La diferencia entre un estadista y un politicastro del tres al cuarto es que un estadista prefiere ser ciudadano anónimo en un país rico que presidente del gobierno en un país arruinado. Políticos de este segundo género los ha habido siempre, el problema es que en este siglo XXI sólo parece haber políticos así. Por comenzar desde lo más cercano e inmediato, la Sra. Susana Díaz es un excelente ejemplo de lo que acabo de enunciar. Llegó a la presidencia de la Junta de Andalucía por la puerta de atrás, se “legitimó” en unas elecciones europeas en las que, como viene siendo habitual, la gente votó no a favor de ella sino en contra del gobierno. Cuando hubo de dar la cara por sí misma, obtuvo los peores resultados de la historia del socialismo andaluz. En sus declaraciones mostró cierto titubeo por tan bochornosos resultados, declarando ora que la culpa la tenían los dirigentes de su partido en Madrid ora que en Andalucía habían ganado las “fuerzas progresistas”. Eso sí, inmediatamente pactó con Ciudadanos, compartiendo con los votantes de dicha formación el espejismo de que Albert Rivera lidera algo así como un partido de izquierdas o, al menos, de centro. El pacto nunca fue explicado ni a los votantes de una formación ni a los de la otra, simplemente, “era lo que tocaba” y a callar que no mandáis nada. Desde entonces la política andaluza no ha existido, ni se han aprobado leyes novedosas, ni se han hecho esos gestos grandilocuentes que tanto gustan a los políticos, ni ha ocurrido nada que merezca la pena reseñar en el parlamento autonómico. La Sra. Díaz se ha limitado a escudriñar el horario de trenes hacia su sillón en Madrid, deseo último de cualquier político andaluz que se precie. Para encontrar su oportunidad no ha dudado en socavar uno de los dogmas del PSOE al menos desde los tiempos de Suresnes, a saber, que la federación andaluza, pese a ser la más numerosa y disciplinada dentro del partido, nunca ha puesto sobre la mesa la ley de los números y ha hecho como si hubiese cierto equilibrio regional en las decisiones adoptadas. Desde el mismo momento en que asumió las riendas de dicha federación, la Sra. Díaz dejó claro su intención de utilizarla como palanca para alcanzar el poder. La propia gestora que ahora preside el partido lo pone de manifiesto. Hasta cuatro federaciones se han quedado fuera de ella, pero el PSOE-A tiene dos representantes, de hecho, el infeliz del Sr. Fernández Fernández tiene que confiarle sus espaldas nada menos que a la mano derecha de la Sra. Díaz en el parlamento andaluz, por si acaso le dan veleidades de pensar que manda algo. El está ahí para llevarse las bofetadas y, a su debido momento, ser defenestrado, precisamente, por la razón por la cual ha sido elegido para el cargo: entregarle el bastón de mando a Rajoy.
Con el PSOE-A como ariete, la Sra. Díaz se lanzó a derribar la puerta del anterior secretario general aún a costa de conducir al partido al borde del abismo y a poner en duda la inteligencia de sus votantes. Resulta que el PSOE se obstinó en mantener su no a Don Tancredo, pese a que todo el mundo alertaba contra la catástrofe de mantener al país sin gobierno. Sin embargo, ahora que lo que peligra no es el país, sino las poltronas de los gerifaltes socialistas, a punto de sufrir el sorpasso de Podemos, ahora sí que están dispuestos a permitir que gobierne Rajoy, Donald Trump o el demonio en persona. A quienes votan socialista se les pretende hacer creer que es “un mal menor”, como si no estuviese pendiente la aprobación de un presupuesto, que Bruselas quiere que incluya sustanciales recortes, y que necesitará el favor del PSOE si no desea ver convocadas nuevas elecciones antes de la fecha elegida por la Sra. Díaz para el próximo congreso extraordinario del partido. Muy torpes habrán de ser los muchachitos de Podemos si no aprovechan la coyuntura para presentarse como la auténtica alternativa de izquierdas.
Pero si el “cuanto peor, mejor”, se ha convertido en el emblema de las izquierdas del nuevo milenio, ¿qué decir de la derecha? El Sr. Mariano Rajoy ya ha demostrado, en activo y en funciones, su absoluta incapacidad para hacer nada, para tomar ninguna iniciativa, para encarar ningún proyecto, su absoluto talento para precipitar la catástrofe y sobrevivir a ella. Ahora, sin embargo, se ha planteado un nuevo reto, tampoco decir nada. Si la inoperancia le ha servido en bandeja la reelección, el mutismo puede hacerle entrar en los libros de historia. Que esta línea de (in)acción haya conducido a que la situación en Cataluña se pudra hasta límites inauditos no le ha importado lo más mínimo, siempre que sirviese para apresurar su puesta de largo. Pero en este desgraciado ranking de despropósitos, sin duda, son los políticos catalanes los que se llevan la palma. Realmente me pregunto si hay alguien lo suficientemente inocente como para creer que se están arriesgando a ir a la cárcel por el bien de la nación catalana y no por el bien de sus propios bolsillos. Ciertamente, de haber alguien así, sería una demostración palpable de la terrible malignidad de la inocencia.