Como ya he dejado claro, soy un apasionado del fútbol americano, que es una especie de ajedrez viviente. No obstante suelo ver los partidos sin sonido. La mayor parte de comentarios en español no me aportan nada y los comentarios de la televisión norteamericana tampoco van mucho más allá. Es normal que, al comienzo de los partidos, aparezca una presentación de los jugadores, en la cual ellos mismos dicen su nombre y la universidad de la que proceden. Aunque frecuento también el mundo del fútbol americano universitario, dado el acento de la mayoría de los jugadores, me resulta difícil adivinar dónde demonios jugaron y si no fuera por el cartelito que les acompaña, tampoco reconocería sus nombres. El otro día, sin embargo, mientras preparaba el almuerzo, tenía puesto un partido con sonido. Me sorprendió lo que decía cierto jugador. No me era desconocido, es casi imposible ver un partido de los Pittsburgh Steelers sin fijarse en él. Primero por su estatura, segundo porque las cámaras lo toman reiteradamente como objetivo. Se llama Alejandro Villanueva, juega de Left Tackle y lo que me llamó la atención de él en la presentación es que pronunció su nombre tal y como yo lo hubiese hecho. Me picó la curiosidad y me puse a buscar información. Comprendí por qué pronuncia como lo hace, su padre es de El Puerto de Santamaría y su madre de Motril, ambos miden más de 1,80. Él nació a orillas del Mississippi porque su padre es oficial del ejército español adscrito a la OTAN. En El Puerto se aficionó por el rugby, deporte en el que destaca su hermano, Ignacio, segunda línea del Club de Rugby Cisneros y de la selección española. Pero en otro destino de su padre, en Bélgica, descubrió el fútbol americano. Con nacionalidad norteamericana, interesado por el este deporte y con la profesión de su padre, era lógico que su siguiente destino fuese West Point. Jugó en el equipo universitario del ejército haciendo un poco de todo, desde los equipos defensivos hasta el ataque. Varias franquicias de la NFL se fijaron en él, pero una regla de las academias militares es que todo jugador que pase por ellas tiene que cumplir dos años de servicio. Teniendo un contrato de la NFL a la vista y destacando en uno de los deportes nacionales, podría haber buscado algún género de apaño o, al menos un puesto en alguna oficina que le permitiese seguir estando cerca de un mundo en el que si desapareces un mes de los titulares es como si nunca hubieses existido. Pero nada de eso entraba en la mentalidad del personaje.
Como teniente de infantería fue destinado un año en Afganistán. Una vez más, podía haber buscado un rincón seguro donde dejar pasar el tiempo. En lugar de ello, recibió la estrella de bronce por rescatar a compañeros heridos bajo el fuego enemigo. Volvería otras dos veces a Afganistán, licenciándose con el grado de capitán. Corría el año 2014, hacía cuatro años que nadie mencionaba su nombre y seguía con la ilusión de jugar en la NFL. Los Philadelphia Eagles decidieron darle una oportunidad pero, en un ejemplo del tipo de decisiones que se toman en esa franquicia, lo cortaron antes de comenzar la temporada. Pasaron pocos días antes de que recibiera una oferta de los Steelers. No provenía de sus ojeadores, el propio entrenador en jefe, Mike Toulmin, se había fijado en él.
Un LT es el jugador encargado, literalmente, de proteger las espaldas del quaterback, no es por tanto, una posición que se suela dejar a un jugador de primer año, pero la lesión del LT titular le abrió las puertas a Villanueva. Su juego no es perfecto. Comete errores, algunos de ellos garrafales, y tiene problemas de comunicación con sus compañeros. Eso sí, nunca comete dos errores consecutivos. Sus declaraciones muestran bien a las claras su procedencia. Rodeado de jovenzuelos que se sabían millonarios antes de que les creciera la barba y con un ego a la altura de su cuenta corriente, Villanueva habla de su necesidad de mejorar, de que tiene que ser más inteligente en el campo, de trabajo duro, de que admira a los jugadores que más tiempo se pasan practicando. Su equipo sabe que su potencial no tiene límites. Es un secreto a voces que le están preparando jugadas de ataque pues un jugador con sus 2,08 y sus 154 Kg es imparable por cualquiera de los defensas de la liga. Está creciendo partido a partido y sus fallos son cada vez más puntuales.
Un jugador de línea ofensiva como él tiene por misión mantener apartados a los defensas del sitio en el que se decide la jugada. Por definición, son jugadores que quedan fuera de plano, además de que sus acciones no son fácilmente recogibles en las estadísticas del partido. Ningún niño mencionará a un jugador de línea ofensiva como el modelo que lo llevó a practicar este deporte. Lo mejor para ellos es pasar desapercibidos. No es el caso de Alejandro Villanueva. A la televisión norteamericana se le cae la baba con él, no dejan de enfocarlo cuando está en el campo, de repetir sus acciones, de marcarlo en la explicación de cada jugada. Es comprensible, la mayor parte del tiempo resulta espectacular ver cómo mantiene alejados a los jugadores rivales, pero no es sólo eso. Es un español que, en lugar de quedarse en El Puerto de Santamaría, con lo bien que se vive allí, se fue a luchar en los confines del imperio, volvió victorioso y condecorado, cumplió su sueño de ser profesional en el fútbol americano y, si las lesiones le respetan, podría acabar siendo una estrella del mismo. Es la viva imagen del sueño americano. A poco que se descuide, Clint Eastwood podría hacer una película sobre él. Con todo, hay algo que no encaja en este manido cliché y es que Villanueva ya ha declarado que prefiere Motril a New York.