Nunca he sido muy de Disney. Yo me crié con los dibujos animados de la Warner. Me lo pasaba genial viendo al pobre coyote sufrir todo tipo de desgracias mientras el correcaminos pasaba un kilo de todo y me tronchaba de risa cada vez que al pato Lucas se le caía el pico. Hacia la década de los noventa vino la moda de lo políticamente correcto. Al parecer, mi generación, que protestó contra todas la guerras y contra la propia obligación de ir al ejército, estaba inevitablemente contaminada por un espíritu violento. No me canso de despotricar contra lo inauditamente noños que se han vuelto los dibujos animados desde entonces. El resultado ha sido la aparición de unos personajes y unas tramas cada vez más extrañas.
Tomemos el caso del buque insignia de la Disney, Mickey Mouse y sus amiguitos. ¿Se acuerdan Uds. del pato Donald? Era un tipo gruñón y pendenciero, a quien el menor roce ponía al borde de un ataque de ira. Parte de ese carácter podía atribuirse a sus problemas sexuales. Aunque presumía de su heterosexualidad, lo cierto es que vestía de marinerito y no usaba pantalones. Fuera de cámara debía beber como un cosaco porque rara vez se le entendían los diálogos. Si observan hoy día al pato Donald que aparece en Canal Disney, podrán comprobar que sigue sin entendérsele nada, pero creo que el motivo ahora es otro. Donald debe haber ido a un psiquiatra que lo tiene sometido a un fuerte tratamiento con litio. Tratamiento que, sin duda, ha sido un éxito en lo referente a su carácter agresivo y colérico. Pero ahora, el pobre animal se limita a hacer lo que le mandan, como aturdido, sin fuerzas para tomar ninguna iniciativa. Así está Daisy. En realidad, a ella le ponían las malas purgas de Donald y desde que forman parte de su pasado, casi ni le dirige la palabra. No hablemos ya de darle un piquito. Claro que la relación entre Daisy y Donald no es la única que se ha deteriorado con la llegada de lo políticamente correcto. ¿Se acuerdan de que Mickey estaba deseando coger su coche y llevarse a Minnie al campo? Es fácil imaginar en qué empleaban su tiempo una pareja de ratones en plena naturaleza. En un episodio relativamente reciente, todos los amiguitos se fueron de acampada. La distribución en tiendas de campaña fue la siguiente. Daisy con Minnie, para hablar de sus lacitos y Donald y Mickey durmieron con los perros (Pluto y Goofy). A mí que me dejen de tonterías, si tú prefieres dormir con tu perro mejor que con tu novia es que tu relación con ella no va como debería. Yo creo que esta gente está ya como los de Pink Floyd, en cuanto se apagan los focos, ni se miran.
Más extraño aún es el giro realista que han tomado algunas de las series de Disney. Un caso es el de "Manny Manitas". A los neorrealistas italianos les hubiese encantando porque es casi un documental. La serie va de la vida cotidiana de un chapuzas de la América profunda. Naturalmente es hispano. Sus padres no pudieron cruzar la frontera, así que sus vínculos familiares se restringen a su abuelo (que sí lo consiguió). En cualquier caso, él vive el sueño americano, porque el tío ha conseguido hacerse con un utillaje high tech de herramientas que hablan y flotan. Y aquí aparece el primer toque de realidad, lo de la inteligencia artifical va más lento de lo que se pensaba porque todas las herramientas son bastante tontorronas. Los capítulos tienen siempre la misma estructura. Comienzan con Manny haciendo el ganso con sus herramientas. Entonces recibe una llamada explicándole la existencia de una avería en una cinta de transporte de ropa, en un columpio, en un timbre o algo así. A partir de aquí la trama es como la vida misma. Para empezar ¿creen Uds. que Manny se lanza a toda velocidad calles abajo para llegar al hogar de su angustiado cliente? Nada de eso. Tras departir un rato con su vecino, el Sr. Lompard, Manny emprende un tranquilo paseíto hasta la casa de la persona en cuestión. Llega allí, observa el problema y dice algo así como "este timbre está estropeado" o "este columpio está roto". Su desolado cliente lo mira y, aunque no dice nada, piensa lo mismo que pensamos todos en esta situación: "ya te lo dije por teléfono, tontito". En realidad, los tontitos somos nosotros, porque aturdidos con semejante obviedad, nos olvidamos de la obligación que Manny tiene de darnos un presupuesto. Ahora se abren dos opciones. La primera es que, como es natural, Manny no ha traído lo que necesita para hacer la reparación. La segunda es que sí lo ha traído, pero sus herramientas causan algún destrozo. De una manera u otra, Manny acaba volviendo sobre sus pasos hasta la ferretería de su novieta con la que pelará la pava un rato antes de volver al trabajo. Y entonces sí, en un periquete todo queda arreglado. En consideración a la tierna edad de su público objetivo, la serie no nos muestra el momento en que Manny presenta su factura. Empleando como emplea herramientas high tech, hay que suponer que sus facturas son high cash. El hecho de que pocos clientes repitan con él demuestra que éste es el caso. Realmente sólo hay dos que lo llaman con insistencia. Uno es su abuelo. El otro lo hace porque no paga con su dinero. En varios episodios puede verse cómo la alcaldesa del lugar le adjudica contratos a dedo sin mediación de un concurso público. O bien a Manny no le importa inflar las facturas y repartirse el sobrecosto con la alcaldesa o bien ésta va con segundas pues, pese a ser una mujer ya entradita en años, no vean Uds. qué trajes más ceñidos se pone cada vez que tiene que entrevistarse con Manny.
Pero el realismo de "Manny Manitas" no es nada comparado con "Los héroes de Higglytown". Gorki se hubiese comprado el pack con todas las temporadas de estos dibujitos. En sí mismos los personajes son un tanto raros. Esencialmente son huevos que, en lugar de llevar las cosas dentro de los bolsillos, las llevan dentro de la barriga. Pero lo que llama la atención es que "los héroes" de que habla el título de la serie no son otros que trabajadores comunes, cuya labor es exaltada presentando su vida y trabajo como algo admirables. Los capítulos son todos iguales. El grupo de niños-huevo protagonista encuentra u organiza alguna trastada que hay que resolver. Tras una serie de idas y venidas y el encuentro con el chico de las pizzas que siempre pasa por allí (hay que suponer que la Asociación Americana de Pizzeros financia la serie), una de las niñas propone alguna solución fantástica. Según ella, los campos los siembran, pongamos por caso, hurones bailarines, la basura la recogen los rinocerontes albinos y las vacas paren gracias a la ayuda de pingüinos voladores. Entonces, una ardilla que tiene toda la cara de Trotsky le dice algo así, como "mira niña, déjate de rollos que lo que necesitamos es..." un agricultor, un barrendero o un veterinario. Acto seguido los niños comienzan a cantar "... un héroe ¿quién podría ser?" Y aparece el obrero de choque en cuestión cantando en qué consiste su trabajo y cómo lo realiza. Es cierto que, a veces, no son obreros de choque sino profesionales liberales, tales como médicos. No obstante, incluso en estos casos, lo que se ensalza es la actividad manual que desarrollan y no sus conocimientos teóricos.
Es relativamente frecuente citar el nazismo de Walt Disney. Su interés por la conservación de la naturaleza me inclina a pensar que, más que nazi, Disney fue admirador del más famoso de los filósofos nazis, Martin Heidegger. Siempre me ha parecido que Mickey Mouse tenía algo de arrojado, de eyectado, en el contexto de sus filmes. Como el Dasein de Heidegger, Mickey, parecía el centro (el kentron, diría Heidegger), de una historia que, sin embargo, no controla ni domina. Sin duda aquí hay material para una tesis doctoral mucho más interesante que las que se suelen escribir sobre el alemán. Por eso el hipertecnológico Mickey actual, que vive en un casa que es el prototipo de la domótica y con un iPad circular que le soluciona todos los problemas (hay que suponer, vía Amazon) junto con el giro realista que han tomado otras series salidas de la factoría, deben hacer que Disney se revuelva en su escarcha. Pero, al fin y al cabo, la empresa no ha hecho más que seguir la política de su creador, adaptarse a los tiempos conforme iban llegando o, como se suele decir, la pela es la pela.