domingo, 3 de junio de 2018

El nuevo biopoder (8)

   El 17 de mayo de este año, la agencia norteamericana encargada de aprobar los medicamentos (FDA), dio el visto bueno a Aimovig, marca bajo la cual se va a comercializar Erenumab un anticuerpo humano capaz de inhibir un péptido vasodilatador, al parecer, relacionado con los trastornos que origina la migraña. Quince días después de esta aprobación, una búsqueda de “Aimovig” en Google arroja la nada despreciable cifra de más de 292.000 resultados. A esta sorprendente explosión digital han contribuido, sin duda, tres artículos. El primero de ellos, “New migraine drug: A neurologist explains how it works”, apareció ocho días después de la aprobación en The Conversation, The Chicago Tribune, Bussines Breaking News, y The Fort Bend Herald, un día más tarde en Knowledge Science Report y US Science News y el 1 de junio, entre otros medios, lo tradujo El País. El título del artículo original en inglés, no parece sugerir la autoría del único nombre que figuraba en él, el de la Dra. Yulia Orlova, que, en cualquier caso, muestra enorme habilidad periodística en este su primer artículo para tal medio, colocando el nombre y las ventajas del medicamento en cabecera y escondiendo sus aspectos más problemáticos en el final del texto.
   El segundo, “F.D.A. Approves First Drug Designed to Prevent Migraines”, firmado por Gina Kolata, resulta aún más sorprendente. Se publica el mismo día de la aprobación en The New York Times, y un día después se reproduce en US News, USA Today y cientos de otros lugares en Internet. Este artículo no tiene desperdicio. Cito la primera línea:
“The first medicine designed to prevent migraines was approved by the Food and Drug Administration on Thursday...”
Con una celeridad vertiginosa en el seguimiento de la noticia, el mismo día de su aprobación, la Sra. Kolata se las apaña para recopilar opiniones sobre el tema, escribir el artículo y publicarlo. Tan intenso resultó su trabajo que piensa hallarse ya en el día siguiente y escribe el jueves 17 de mayo que este medicamento “fue aprobado” el jueves. Por supuesto, hay una explicación alternativa de los hechos, que el artículo se escribió antes de la aprobación, en cuyo caso habría que preguntar quién y por qué le dijo que debía mantenerse atenta a esta noticia. ¿Alguien de la FDA? Eso, probablemente, viola alguna normativa al respecto. ¿Alguien de Novartis, la empresa que lo fabrica? El artículo que publicó justo una semana después, da algún indicio sobre cuál de las dos explicaciones podría considerarse adecuada a los hechos. Se trata de una especie de FAQs sobre migraña que incluye bonitas preguntas del tipo: “¿por qué los médicos no se dan cuenta de que los dolores de cabeza de una persona son migraña?” además de arrojar la curiosa estadística de que hay casos de migrañas “en uno de cada cuatro hogares”. Y si aún le quedan esperanzas de la bondad del personaje, le recomiendo que lea lo que dice Goozner de él en The $800 million pill.
   Con todo, los artículos de Kolata y Orlova debieron parecerles demasiado tibios a alguien, así que ya hay circulando una noticia de agencia en la que se habla de prevención de la migraña para quienes sufren, “al menos”, cuatro episodios al mes, se califica a éste del “primer tratamiento preventivo” y se nos informa de que
“Novartis ha creado un programa de acceso para 'Aimovig', como parte del compromiso de la compañía de proporcionar a los pacientes un acceso seguro e inmediato”.
Por supuesto, tales afirmaciones se fundamentan en datos extremadamente interesantes. En primer lugar, cuatro estudios clínicos sobre 2.600 pacientes en los que el medicamento “redujo el número de días con migraña al mes” hasta la mitad o más, “un porcentaje significativamente más alto comparado con un placebo”.  “En estudios clínicos en los que participaron más de 3.000 pacientes”, los que tomaron una dosis de 140 mg, “tenían tres veces más probabilidades de reducir sus días de migraña a la mitad o más, en comparación con placebo”. Espectacular, ¿verdad? Depende. “Tres veces más probabilidades” puede significar que los pacientes que tomaban el placebo lo reducían en un 1% y los que tomaban Aimovig lo hacían en un 3%, dicho de otro modo, 90 de cada 3.000. ¿A qué corresponde la cantidad de pacientes que "multiplican por tres su mejoría" tomando Aimovig? Consultemos la Wikipedia. Casualmente, Aimovig, pese a sus escasos 15 días de existencia, ya posee una entrada en ella en la edición inglesa y una pulcra traducción en su versión española. Allí se nos informa de que en la fase III del ensayo clínico, un grupo formado por 955 pacientes sufrieron, de promedio 3,2 menos episodios de migraña con una inyección de 70 mg; 3,7 menos con una inyección de 140 mg; y 1,8 menos con un placebo. Así pues, la dosis de que habla la noticia de agencia, el doble de lo que se va a recomendar, no mejora en nada a los pacientes. Incluso con la dosis estándar, la mejoría apenas se sitúa en 1,4 episodios menos respecto del placebo. ¿Dónde figura la multiplicación por tres de la mejoría?
   En cualquier caso nos sigue faltando algo, nos faltan todos los pacientes que van desde los 955 de que habla la Wikipedia hasta los 5.600 de la noticia de agencia. ¿Dónde se han metido?  La nota de aprobación de la FDA lo aclara. Se habla allí de tres ensayos clínicos. El ya reseñado sobre 955 pacientes, un segundo ensayo sobre 577 y un tercero con 667. En el supuesto de que haya habido más ensayos, la FDA no tiene noticias de ellos o no los ha considerado relevantes. Las cifras de estos dos ensayos no citados por la Wikipedia resultan enormemente significativas. En el llevado a cabo sobre 577 pacientes, los tratados con Aimovig sufrieron un episodio menos de promedio que los que recibieron un placebo. En el de 667 pacientes (en realidad un ensayo de fase II, cuyo interés central debe hallarse en la seguridad del fármaco), los que tomaron el medicamento sufrieron de promedio 2,5 menos episodios que los tratados con placebo. Y todo ello sin que se nos indique si el placebo también se inyectó o se administró por vía oral y sin tener en cuenta que estas cifras apenas si mejoran las de otros medicamentos ya existentes en el mercado. Por otra parte, el ensayo clínico más largo ha durado 24 semanas para un trastorno definido como crónico.
   Así pues, ¿como podemos resumir todo lo anterior? Pues de un modo absolutamente simple y fácil: Aimovig ha salido al mercado al "módico" precio de 6.900 dólares anuales. Si tenemos en cuenta que la migraña aparece en la primera juventud, multipliquen y hallarán los méritos reales de este nuevo milagro de las ciencias biomédicas.

domingo, 27 de mayo de 2018

Ciudadanos, Juntos, Podemos.

   Dicen los sesudos analistas que las encuestas auguran un espectacular vuelco electoral en las próximas elecciones generales, pero yo las miro y veo lo mismo de los últimos años, que el BBVA aumenta su número de escaños sobre el Banco Santander. Eso sí, ya no gracias a su buque insignia, sino a su marca blanca. Al fin PP y Junts pel Sí (al que nosaltres diguem), descubren que sus respectivas estrategias les han conducido a tener un enemigo común, Albert Rivera, quien ya mira al sillón presidencial y canta "Te miro y tiemblo". De hecho corren rumores de que Puigdemont le ha ofrecido un cuarto en su mansión de Bruselas a Don Tancredo Rajoy por si se tiene que exiliar tras la sentencia del caso Gürtel. El análisis, tan rico en matices, que muchos seguidores del independentismo catalán hacen, a saber, que no se trata de independencia o no, sino de franquistas contra republicanos, se ha mostrado certero. Una vez más, los inquisitoriales jueces franquistas han cargado contra los santos varones republicanos: Correa, Gürtel, Bárcenas, Turrull, Torra, Torrent, Torrim y Turròn. Yo, como buen franquista, sólo puedo sentir simpatías por el Turròn y por Torrent. Alguien que ha creado un gestor de descargas tan bueno no puede ser mala persona.
   La cuestión es qué pareja de baile elegirá el Sr. Rivera llegado el caso. El pasado indica que, probablemente, se inclinará por una coalición interbancaria entre su partido y el PSOE. Funciona muy bien. En Andalucía llevamos ya varios años disfrutando de una cosa así y a ellos les va tan ricamente. Los ciudadanos de verdad, los de a pie, seguimos igual que siempre, que es de lo que se trata. No obstante, también podría optar por un acuerdo a la italiana con Podemos. Los transalpinos, nos han mostrado por dónde van los tiempos, uniendo en un abrazo fraternal a los vástagos de esos dos cómicos entrañables que fueron Beppe Grillo y Umberto Bossi. La fórmula es muy simple: olvidarse de nimiedades tales como las ideas o los programas políticos y atornillarse a la poltrona con un personaje de consenso como Giuseppe Conte, cuyo equivalente español sería Cristina Cifuentes, ahora disponible.
   Desde aquí yo quiero romper una lanza en pro de esa formación, en horas tan bajas, como es Podemos. No sólo las cosas les iban mal, sino que las encuestas dicen que les irá peor y la realidad puede demostrar que todavía se quedaron cortas cuanto todos los criptosocialistas que los apoyan acaben ejecutándolos, como a tantas formaciones de izquierda, con un puñal llamado “voto útil”. ¿Qué quieren que les diga? Uno tiene su corazoncito y cuando me enteré de que había al menos una pareja en Podemos que hacía el amor y no la guerra, me puse tierno. Los envidiosos de turno dicen que si poner a tu novieta de número dos del partido es nepotismo, que si tanto criticar a la casta y somos como ellos, que si patatín, que si patatán. Vamos a ver, Daniel Ortega nombró vicepresidenta a su mujer; sucesor en la presidencia del país a su hijo Laureano; Rafael, otro hijo, está a cargo de la empresa petrolera nacional; y sus hijas dirigen el emporio comunicativo estatal en el que también trabajan otros dos hijos más de la pareja, ¿por esas menudencias ha pasado a formar una casta? ¿ha dejado por eso de ser menos revolucionario? ¿ha perdido el favor de esa vanguardia izquierdista mundial llamada Venezuela? Pues entonces, ¿por qué no puede la pareja Iglesias-Montero compartir, además de felicidad, las riendas del partido?
   Y ahora se buscan un nidito, cuatro paredes, un techito, donde fundar una familia y todo el mundo carga contra ellos. Es que no se enteran, que ellos no querían, que por ellos se hubiesen quedado en el piso de estudiante del Sr. Iglesias, pero es que en esa zona hay un colegio tan bueno... ¿Han leído las declaraciones de la directora del colegio? Háganlo, son geniales. Dice poseer un alumnado poco menos que elitista por su nivel sociocultural y, gracias a las pedagogías más innovadoras, obtener de ellos resultados "en la media de la comunidad". Ese colegio se va a convertir en cantera de los futuros ministros de educación del país. A continuación, sin ningún miedo, afirma, que a su colegio, en esta zona de chalecitos de 600.000€, van los hijos de “varios miembros del partido”. De manera que tener chalets de lujo se ha convertido en habitual en Podemos sin que nadie diga “esta casta es mía”, pero en cuanto se compran uno Iglesias y Montero, ¡hale! todo el mundo a despellejarlos. Afortunadamente Podemos no es como otros partidos. Una formación que tiene como referentes éticos a Nicolás Maduro y Evo Morales, podrá ser muchas cosas, pero ni tienen apego al cargo, ni son personalistas. Los términos de la hipoteca de Iglesias y Montero lo dejan bien claro, planean estar en la poltrona 30 años nada más, el tiempo justo de completar su programa político. Y ¡ojo! las bases tendrán la palabra, podrán votar libremente en un referendum con una pregunta clara: ¿estáis conmigo o contra mí? ¿Acaso puede haber algo menos personalista?

domingo, 20 de mayo de 2018

Capitalismo e inteligencia (2 de 2)

   A mediados de los 60 del siglo pasado, Beldoch y Leuner introdujeron el concepto de “inteligencia emocional” sin conseguir atraer la atención de la mayoría de los psicólogos. Estos habían quedado escaldados por lo ocurrido con los test de inteligencia, así que prefirieron hacer como si no hubiesen oído nada. Además, el intento  parecía un suicidio conceptual, pues había unido dos agujeros negros de la psicología, la inteligencia y las emociones. El Tratado sobre las pasiones del alma de Descartes, aparecido en 1649, abrió, en efecto, una de las más largas y aburridas contiendas de la psicología, la de cuántas emociones hay, cómo pueden clasificarse y cuáles pueden considerarse básicas, elementales o primarias. En los años 80 una acertada elección de colores en las ilustraciones que acompañaban una clasificación de las emociones, permitió cierto acuerdo por desgaste, al menos, entre los psicólogos no daltónicos. 
   Sin embargo, en 1985 Goleman se atrevió a publicar un libro titulado, precisamente, Inteligencia emocional. Conocía muy bien a su público objetivo y se dedicó a llamar a las puertas de las grandes empresas para explicarles que sí, que, desde luego, sus directivos carecían de inteligencia entendiendo por tal cosa  algo vinculado al razonamiento lógico, pero que destacaban en otro tipo de inteligencia, la inteligencia emocional. Hábilmente descrita como la inteligencia de la que hacen gala los líderes y las personas con influencia social, resultó que casualmente, el concepto encajaba como un guante con el modo genérico en que se veían a sí mismas las élites políticas y económicas. El dinero comenzó a afluir a los cursos que se impartían en las empresas sobre inteligencia emocional y, siguiendo su fino instinto científico, los psicólogos acudieron en tropel. De hecho, hallaron la forma de ampliar el mercado, pues, aun con los test de Goleman, creados ex post, muchos directivos y dirigentes seguían sin poder destacar de la media. Toda la palabrería golemaniana acerca de la identificación de las emociones, del reconocimiento de las mismas y su manejo, se diseñó para dejar fuera del campo visual el hecho de que la emoción básica que recorre muchas empresas, especialmente, muchas empresas líderes en su sector, por no hablar de los organismos oficiales, se llama miedo. Saber a quién aterrorizar, cómo, cuándo y en qué medida, constituye la habilidad fundamental que debe manejar quien aspire al mando en las sociedades capitalistas. Y si no me creen, pregúnteles a los empleados de Steve Job o de Travis Kalanick. Ciertamente, si muchos jefes destrozaran cuerpos con la misma asiduidad con que destrozan vidas, los psicólogos que ven en ellos las características definitorias de los líderes, los etiquetarían como psicópatas. 
   Las ideas de Goleman, desde luego, tienen un inmenso poder explicativo. Si, efectivamente, nuestros líderes han llegado a los puestos que ocupan gracias a sus habilidades emocionales, eso permite entender por qué nuestras sociedades capitalistas parecen encarriladas hacia el precipicio, pues las emociones, frente a la razón, se caracterizan por su incapacidad para tener en cuenta el medio o largo plazo. Las emociones constituyen respuestas a lo inmediato, a lo presente aquí y ahora, procurando una salida para dentro de un instante, no pregunten por los resultados que acarrearán mañana. Ahora podemos ver, además, el motivo último de ese empeño en aterrorizarnos de modo continuo, de bombardearnos con noticias de atentados, asesinatos y enfermedades. Atraparnos en el temor y la ansiedad, además de incentivar el consumo como ya expliqué, nos condena a “elegir libremente” líderes muy duchos en manejar nuestros miedos, pero carentes no ya de inteligencia, sino de los más elementales conocimientos que se les suponen a los escolares. En fin, no hay más que observar quiénes dominan el panorama político contemporáneo para entender de qué modo las emociones, las emociones primarias, configuran nuestras democracias mucho más allá de la libertad de voto. Pero, claro, describir esto con todas las letras, conducía a los psicólogos a hablar acerca de la realidad, trago por el que pocos querían pasar, así que rescataron del olvido un sucedáneo mucho más edulcorado de las teorías de Goleman, la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, que, como decía, les permitió, además, ampliar el mercado para sus sermones.
   Un Gardner, ya más allá del bien y del mal, confesaba a cierto programa de televisión que en los primeros borradores de sus escritos hablaba de “talentos múltiples”, pero, como nadie le echaba cuenta, utilizó la función “buscar y reemplazar” de Word para cambiar “talento” por “inteligencia”. A partir de entonces le quitaron los libros de las manos. Para los psicólogos resultaba algo genial, habían encontrado una razón de por qué no se habían puesto de acuerdo acerca de en qué consistía la inteligencia. El problema no radicaba en que hicieran ciencia del mismo modo que los autores de ciencia ficción, que nunca se ponen de acuerdo sobre las características que tienen los marcianos, el problema radicaba en que había muchos tipos de inteligencia. Aún más, ahora ya podemos entender por qué nos dirige quien lo hace: Puigdemont tiene inteligencia delirante; Rajoy, inteligencia inactiva; Donald Trump, inteligencia degradante, etc. etc. etc. Quien manda lo hace porque tiene una inteligencia especial. Dicho de otro modo, la teoría de las inteligencias múltiples no permite hacer predicciones, pero sí justificar los hechos una vez han sucedido. Todavía mejor, permite justificarlos “científicamente”. Nos hallamos, pues, ante un ejemplo palmario de lo que Marx llamaba una ideología, un conjunto de ideas destinadas a justificar lo dado. ¿Entienden ahora toda la presión existente para convertir a la inteligencia emocional y a la teoría de las inteligencias múltiples en el eje vertebrador mismo de los sistemas educativos?

domingo, 13 de mayo de 2018

Capitalismo e inteligencia (1 de 2)

   La mayor parte de lo que suele llamarse “darwinismo social”, no se encontrará en las páginas escritas por Charles Darwin, sino en las de su primo Francis Galton. Galton, decidido a medirlo todo, recopiló una de las más extensas colecciones de cráneos del momento, sentando las bases de la craneometría, la “ciencia” que habría de suministrar exactos datos empíricos a la frenología. Estos estudios le llevaron a concluir que la sociedad victoriana se hallaba al borde del colapso porque los incapaces tenían más hijos que los hidalgos británicos (él mismo no los tuvo). Evitar tal colapso, sin embargo, resultaba posible. El genio, como cualquier otra característica se heredaba y correspondía al Estado incentivar el matrimonio precoz de los dotados intelectualmente, los cuales, como mostraban todas las medidas cranométricas, coincidían, casualmente, con las élites sociales y económicas del país. A este tipo de prácticas, las etiquetó con un nombre que cobraría fama: eugenesia. Pero Galton no se quedó aquí.
   Obsesionado con medir, desarrolló toda una batería de pruebas para medir la inteligencia. Las pruebas de Galton tenían un pequeño defecto: no servían para nada. Cuando la frenología y la craneometría se hundieron en el ridículo, Simon, Binet y otros se agarraron al clavo ardiendo de las pruebas de inteligencia y, por sucesivas comparaciones entre modelos de preguntas y respuestas de personas que se consideraban  intelectualmente “normales”, “retrasados” y “brillantes”, consiguieron aproximarse a una correlación entre las personas que suelen caer en una u otra categoría y los resultados que obtenían en sus test. El gobierno francés hizo política de Estado de semejantes pruebas y rápidamente aumentó la lista de países interesados en seguirle. Llegados hasta aquí no había motivo para no volver a Galton y a eso se dedicó Cyril Burt. 
   Desde su cargo como presidente de la Sociedad Psicológica Británica, Burt impuso el determinismo genético de la inteligencia como regla elemental para diferenciar lo psicológicamente “científico” de lo que no podía entrar en esta categoría. Su test de inteligencia decidió la vida de generaciones enteras de niños británicos hasta los años 70. Si alguien quiere encontrar estudios sobre gemelos que despejan cualquier duda acerca del carácter genético de la inteligencia o pruebas palmarias de que los test de inteligencia miden capacidades innatas, no tiene más que leer sus libros. En ellos se halla toda la base científica de la aplastante superioridad de los genes sobre el medio a la hora de decidir qué va a ocurrir con nuestras vidas. Lamentablemente, tras la muerte de Burt, se descubrió que había falsificado la práctica totalidad de sus estudios. Del medio centenar largo de gemelos que decía haber estudiado, no se pudo localizar jamás a ninguno y los intentos por replicar dichos estudios condujeron a resultados exactamente contrarios a sus conclusiones. Pero, bueno, ningún determinista que se precie sentirá incomodidad por estos pequeños detalles sin importancia. Al fin y al cabo, nadie defendería el determinismo si se fijase en los detalles. Incluso aquellos que accedan a contar esta bonita historia omitirán un matiz crucial: ¿por qué alguien se sintió interesado en indagar los fundamentos últimos de toda una autoridad como Burt?
   Hacia finales de la década de los 50, los test de inteligencia se toparon con un problema extremadamente grave. Por supuesto no tenía nada que ver con que mujeres, negros y demás sectores excluidos de las élites sociales del siglo XIX dieran resultados sistemáticamente bajos en ellos. El problema consistía en que directivos, empresarios, políticos y altos cargos de la administración también daban resultados sistemáticamente bajos, en algunos casos inferiores a la media. El supuesto de Galton, el supuesto con el que comenzó todo esto, a saber, que las élites políticas y sociales habían alcanzado tal lugar por su brillantez intelectual, demostraba carecer de la menor base empírica. El capitalismo no funciona porque encumbre a los mejores, bien al contrario, el capitalismo funciona, precisamente, porque los que mandan apenas si se elevan intelectualmente por encima de la media. De hecho, dada la universalidad que presentan estos resultados, podría afirmarse que el capitalismo se halla diseñado para impedir que los mejor dotados intelectualmente alcancen puestos relevantes de mando. Los psicólogos, que por aquel entonces ya se veían con plaza de aparcamiento reservada en las grandes empresas, se pasaron en masa al conductismo, una psicología para accionadores de palancas y botones, quiero decir, para trabajadores manuales y que corría un tupido velo sobre las aptitudes de los directivos. Casualmente, el descubrimiento de las cortas luces que orientaban el devenir del capitalismo corrió paralelo a una oleada de críticas contra los test de inteligencia. Se “descubrió” justo entonces, que maltrataban a mujeres y negros, que se hallaban corroídos por la ideología victoriana del XIX, que estigmatizaban y categorizaban, etc. etc. Una turba de mentes liberales y bienpensantes, herederas de aquéllas que habían puesto a los test de inteligencia como determinantes de la vida de los ciudadanos, gritó a los cuatro vientos entonces la injusticia de sentenciar, en base a ellos, a niños... y directivos...

domingo, 6 de mayo de 2018

Cervera, la genealogía, los males de España (y 3)

   ¿Han leído las biografías de Cervera que han venido apareciendo desde que la Sra. Colau abrió la boquita? ¿En cuántas de ella se narran las circunstancias que rodearon su dimisión como ministro? ¿por qué? ¿Porque en España resulta normal que los ministros dimitan cuando sucede algo que va contra sus principios? ¿O porque todavía a nadie le interesa recordar que en este país también ha habido políticos que siempre conservaron un a modo de integridad? ¿Acaso hay alguna relación entre esta integridad moral y el hecho de que políticos en ejercicio lo hayan llamado “facha” y “represor de republicanos anticolonialistas”? ¿Quizás tengamos que encontrar en semejante integridad imperdonable la razón última de que se lo nombrara Comandante General de una Escuadra que no contaría con los acorazados más modernos del momento, pero sí con un número suficiente de buques “con o sin cañones”, según promesa del Ministerio?
   Cita nuestro opinante de Público el juicio según el cual Cervera “fue incapaz de idear una estrategia militar coherente y estructurada”, juicio extraído del manual de combate naval más profundo que nuestro opinador ha alcanzado a manejar: la Wikipedia. Craso error, el almirante Cervera desarrolló la única estrategia militar coherente y estructurada con los objetivos que se había marcado. La cuestión, la cuestión clave fácilmente comprensible por quienes hayan tenido la paciencia de llegar leyendo hasta aquí radica, precisamente, en qué objetivos tenía en mente Cervera en aquellos momentos. Su correspondencia de esa época deja patente que sabía que lo habían mandado a una muerte cierta, a morir como un héroe y sacrificar en nombre de un imperio feneciente la tripulación de sus navíos. ¿Por qué tenía tal convencimiento? Aquí caben dos posibilidades. Una, considerar que el valiente marino de Filipinas, con el transcurrir de los años, se había convertido en un pusilánime ancianito, cuestión que arroja serias dudas sobre la capacidad mental de quienes lo pusieron al mando de nuestra flota. La otra, que, dado su conocimiento de las entrañas de nuestra Armada, desde las falúas utilizadas en Mindanao hasta los acorazados construidos en Francia, pasando por los despachos del ministerio, sabía perfectamente qué podía y qué no podían hacer ya los barcos españoles. Y Cervera, que se había jugado la propia vida innumerables veces por el imperio, decidió que ya no merecía la pena seguir adelante, que había llegado la hora de decirle la verdad al mundo, a los españoles y a sí mismo, que una sucesión de gobiernos preocupados, ante todo, por sus cuentas corrientes había conducido a un callejón sin salida en el que la única opción digna consistía en evitar que muriese demasiada gente.
   El Almirante Cervera, despedido como heroico vencedor de los imberbes americanos, regresó como traidor a la patria. Se le formó un consejo de guerra y no faltó parlamentario alguno, de cualquier adscripción política, que no pidiera su cabeza y todas sus medallas a voz en grito. Pero la lentitud de la justicia hizo que en Nueva York, en Bruselas, comenzara a publicarse la documentación que había caído en poder de los americanos cuando capturaron a Cervera: la naturaleza de sus barcos, su exacta potencia de fuego, el carbón que alimentaba sus calderas, la falta de instrucciones concretas de Madrid, el caos organizativo de Cuba... Poco a poco, el clamor mundial a favor de los soldados españoles y contra la clase política acabó por llegar a nuestro país. Su resumen se puede encontrar en La escuadra del almirante Cervera, libro publicado en 1899 por Víctor M. Concas y Palau, comandante del Teresa en Santiago de Cuba:
“Si España estuviera tan bien servida por sus hombres de Estado y empleados públicos, como lo ha sido por sus marinos, ¡todavía sería una gran nación!”
A Cervera lo dejaron en paz, permitiéndole pasar al retiro, pero él siguió peleando, primero para que dejaran también tranquilos a sus subordinados y, después, para que les concedieran reconocimiento militar a los muertos y heridos en la bahía de Santiago de Cuba. No obstante, los políticos seguirían dando vueltas a su alrededor, como polillas atraídas por cierto género de brillo, otorgándole cargos y prebendas, a la vez que tratando de colocarle en puestos desde los que no pudiera molestar demasiado. Los “republicanos anticolonialistas cubanos” represaliados por Cervera, curiosamente, le recordaron siempre con cariño, por lo menos dos de ellos, un tal Fidel Castro que no cesó de llamarlo “héroe” y un tal Raúl Castro, que inauguró un monumento dedicado a él en 2005. O su labor represora tuvo mucha menos envergadura de lo que los papanatas actuales nos quieren hacer creer, o existe una cierta solidaridad internacional entre los represores. En España, por supuesto, nunca tuvo monumentos, que yo sepa, pero sí una calle. Cabe preguntarse cómo y por qué. La respuesta duele en su simplicidad, cierto ministro franquista quiso homenajear no al personaje histórico sino a un barquichuelo con su nombre que intervino en el bombardeo de malagueños indefensos durante la guerra civil.
   Desde el pasado mes ya no hay calle con su nombre en Barcelona y no porque se haya querido borrar un triste acontecimiento de nuestro pasado reciente, sino porque, una vez más, la zafiedad de unos políticos que dedican el poco intelecto del que pueden disfrutar a engrandecer sus rentas, ha vuelto a cargar contra él. Cervera ha perdido una calle con su nombre por el mismo mal que corroe a este país desde que nos obligaron a conquistar un imperio y nos condenaron a perderlo, no porque haya motivo alguno para calificarlo de “facha” o de “represor”.

domingo, 29 de abril de 2018

Cervera, la genealogía, los males de España (2)

   No resulta fácil ponerse en el lugar de un militar que, tras jugarse la vida por el imperio en sus confines selváticos de Mindanao, regresa a su patria chica para enfrentarse a tiros con sus conciudadanos defendiendo un arsenal. Probablemente pensaba por aquellas fechas algo muy parecido a lo que le dijo una vez el contralmirante Miguel Lobo, el hombre que, sable en mano, había disuelto el Comité de Salvación Pública de Cádiz:
"cuando llegue a Madrid, verá cómo el Ministro le comienza a pronunciar un discurso sobre política, sobre sus deberes y sus compromisos de partido, etc. etc. Pues bien, va a prometerme ahora que, cuando salga él por el registro, le contestará de parte mía, ha de ser de parte mía, pero con todas sus letras, que yo me cago en toda la política".
   Cervera pudo entrar en política bien pronto, cuando su pariente, el Almirante Topete, se enroló en las huestes revolucionarias de 1868, pero éste, conociendo quizás su descontento con las idas y venidas de los asuntos públicos por aquella época, lo envió a Cuba. Allí Cervera obtuvo su primera medalla al mérito naval, no por apiolar “republicanos anticolonialistas cubanos”, mucho menos visibles por aquel entonces de lo que llegarían a serlo treinta años más tarde, sino por salvar del naufragio dos buques de vapor en condiciones verdaderamente difíciles. Por supuesto, como siempre, podemos interpretar la salvación de vidas humanas y el no oponerse a que le dieran una condecoración como demostración de su irreductible facherío, pero, insisto, aquí no vamos a interpretar. Nos limitaremos a constatar lo que dicen los documentos de la época y que no dejan de atestiguar su desmoralización, el lamentable estado de ánimo en el que sus enfermedades y los acontecimientos políticos lo habían colocado. De hecho, cuando Cánovas gestionó un puesto para él en el Ministerio de Marina como asesor para asuntos filipinos, Cervera acariciaba la idea de pedir el retiro y pasar el resto de sus días con su familia.
   La carrera política de Pascual Cervera permite explicar muchísimas cosas, sobre su persona y sobre tanto “progre” cuyo único mérito progresista consiste en tachar de facha a todos los que no hacen genuflexiones ante sus componendas. Como miembro de la Comisión de Justicia y Recompensas, por ejemplo, tuvo que lidiar con el expediente de cierto político, por lo que se ve, antepasado de Cifuentes, que solicitaba nada menos que la Gran Cruz del Mérito Naval por algo más que haberse mojado los tobillos en la playa. Como Inspector de las obras del acorazado Pelayo, se opuso a todas las componendas, artimañas y chapucerías que concurren en cualquier obra de envergadura de este país desde la construcción del teatro romano de Cadiz y que, temía Cervera, acabarían dando un disgusto el día en que la nave tuviera que entrar en combate. Incluso se atrevió a remitir un informe a sus superiores dando cuenta de que la mayoría de operarios civiles a sueldo de la Armada, carecían de los conocimientos y habilidades para reparar las más simples averías de los barcos, pero, eso sí, sabían perfectamente a quién tenían que votar en las próximas elecciones. Cuenta el anecdotario familiar que cuando don Práxedes Mateo Sagasta le nombró ministro, poco menos que a traición, la hija pequeña de Cervera se puso a llorar desconsoladamente porque “a papá se lo llevan a Madrid para hacerle Gobierno” (sic).
   Y aquí tenemos, en 1892, mucho antes de los hechos históricos que se asocian habitualmente al nombre de Cervera, la exacta medida de la catadura moral de este “facha”. Recordemos, se salvó por muy poco de la muerte en la desembocadura de Río Grande, enfermó durante su estancia en Joló, tuvo que pelearse con todo el mundo para que los barcos de la marina no se hundieran el día mismo de su botadura... ¿Qué haría cualquier hijo de vecino si se encontrara, por fin, en un despacho ministerial, con buen sueldo y poco trabajo? Pues lo que han hecho todos los que han pasado por allí, llevarse hasta los ceniceros. ¿Qué hizo Cervera? Dimitir a los tres meses. ¿Dimitió porque un juez amenazaba con encarcelarlo? ¿Dimitió porque tenía un máster sin haber hecho exámenes ni haber ido a clase? ¿Dimitió porque le pillaron robando un kit de afeitado de 40€? No, dimitió porque le pidieron que recortara, una vez más, el presupuesto de la marina, pese a haber defendido su aumento. 
   Cervera conocía los datos:
“En 1788 disponía la marina española de un presupuesto de 75.056.514 pesetas. En 1887 a 88, se había disminuido a pesetas 44.572.322. Al estallar la guerra con los americanos, el presupuesto de ese año era de 28.344.971 pesetas. El de Italia en el mismo año era de 96.899.646 más un extraordinario de 4.276.00 liras. Chile, con tres millones de habitantes en 1899 dispuso de 42.734.919 pesetas. Argentina con 58.131.593 pesetas y Brasil con 132.196.232 pesetas”.
Presentó un presupuesto que rebajaba en cuatro millones el anterior eliminando partidas superfluas, gastos innecesarios y taponando fugas de dinero a los bolsillos de los de siempre. Cuando “su” presupuesto llegó al Consejo de Ministros, había perdido casi dos millones más y, naturalmente, la línea de los recortes se había desplazado hasta los gastos esenciales. Así que no se lo pensó, dio un portazo y se marchó a su casa, convenciendo a todo el mundo político de la época de que “había que darle una solución a lo de Cervera”.

domingo, 22 de abril de 2018

Cervera, la genealogía, los males de España (1)

   Foucault calificaba de gris a la genealogía. En ella no existen el blanco ni el negro, sino gamas de gris que van desde el color de la nieve al oscuro azabache. El gris que tenemos que enseñar a manejar a nuestros escolares si no queremos que se traguen todos los eslóganes que se fabrican para ellos. Por eso, cuando los palmeros habituales acuden a tapar la estulticia de quien ha calificado a Cervera de “facha”, acusándole de “haber participado en la represión del movimiento cantonalista gaditano, durante la I República, haber combatido a los republicanos anticolonialistas filipinos y cubanos”, y de que “fue incapaz de idear una estrategia militar coherente y estructurada” en la bahía de Santiago de Cuba, el genealólogo no interpreta tales afirmaciones como símbolo de la penosa miseria intelectual que atenaza nuestro país, sino que lee sobre el tema. Y cuando uno lee, a diferencia de lo que ocurre cuando uno interpreta, descubre cosas.
   Descubre, por ejemplo, que Filipinas constituye un mosaico de islas, etnias, culturas y, por si no bastara, partido por dos religiones. La presencia española resultó aplastante en las grandes ciudades e inexistente en muchísimos territorios. Hubo grupos étnicos muy receptivos a su presencia y grupos que le cortaban la cabeza a cualquier extranjero que pisara sus tierras, entendiendo por “extranjeros” también a los filipinos no nacidos en su isla. En la isla de Mindanao (a 1300 Kilómetros de Manila, algo más de la distancia que separa Madrid de París), menudeaba la piratería y el tráfico de esclavos, pues la agricultura sólo se practicaba de modo intensivo en la parte norte de la isla. Como consecuencia, los habitantes del sur nunca vieron con buenos ojos la presencia de una marina que impedía el normal desarrollo de sus negocios. En 1861, cierto  dato (sultán) se declaró en rebeldía de un poder que no aparecía por allí desde hacia tiempo y sus secuaces se dedicaron a atacar poblaciones vecinas. Los españoles se resistieron tanto como les resultó posible a intervenir pues se sabía que el dato rebelde tenía más de 1000 piratas atrincherados en la fortaleza de Pagalungan, cerca de la desembocadura del Río Grande. Las reiteradas quejas de los filipinos hizo inevitable una intervención militar que se llevó a cabo con éxito y por la que recibió su ascenso a teniente Pascual Cervera y Topete. Ya como capitán de navío, Cervera intervino también en la toma de Joló, isla nominalmente bajo poder español, pero en la que el dato local daba cobertura a piratas, esclavistas y traficantes que suministraban armas a unos y otros igual que si el poder español terminara en Finisterre. Lo que sabemos del resto de sus andanzas filipinas abunda más en trabajos administrativos, hidrográficos y cartográficos que en imperialismo represivo. Ciertamente, las expediciones punitivas contra piratas bajo el mando de sultanes y los trabajos cartográficos pueden interpretarse como “represión de los republicanos anticolonialistas filipinos”, igual que puede interpretarse como expresión de sentimientos homófobos o como violento genocidio de marcianos, pues la regla básica de la interpretación dice: todo vale.
   Algo muy parecido encontramos en la “represión del movimiento cantonalista gaditano”. Citemos, como hace nuestro anónimo opinador a Salvochea, quien acusaba a la marina de: “tiranizar al pueblo, concluir con las libertades patrias y obtener ascensos y condecoraciones a costa de nuestra sangre”. Si uno lee, en lugar de interpretar, se entera de que esta declaración del Comité de Salvación Pública de Cádiz, no pertenece al momento en que Pavía llega a la ciudad y se inicia la represión, sino a la apertura de hostilidades entre los cantonalistas y los soldados fieles al gobierno republicano, asediados en el arsenal de la Carraca, entre los cuales se hallaba Cervera. Durante once días, 1.500 voluntarios cantonalistas y 600 soldados republicanos intercambiaron 6.200 cañonazos, causando más muertos y heridos que la toma de Cádiz, durante la cual hubo que lamentar 13 muertos y un centenar de heridos. El fin del asedio del arsenal de la Carraca se produjo el mismo día de la caída de Cádiz, el 3 de agosto de 1873. Aquí podríamos anotar muchos detalles, por ejemplo, que los “insignes representantes del republicanismo libertario” gaditano decidieron declararse cantón independiente porque, a su juicio, eso les permitiría enriquecerse más rápidamente que cargando con el entorno agrícola de las localidades vecinas (a este respecto, resulta aleccionador seguir la lógica crematística tras las proclamas revolucionarias en las actas de la discusión acerca de qué territorios debían considerarse integrados en el naciente cantón), O podríamos constatar que ninguna ciudad de Cataluña apoyó el levantamiento cantonal. Pero nos alejaríamos del tema. Y el tema, una vez más, consiste en que, para el genealólogo la defensa de un enclave y la represión de un movimiento insurreccional implican actividades diferentes, diferencias que, obviamente, se laminan cuando de interpretar se trata.