domingo, 16 de diciembre de 2012

NBA (1)


  Me gustan todos los deportes que no se me ocurriría practicar. El baloncesto es uno de ellos. Mi madre me hizo ver los primeros partidos internacionales del Real Madrid. De ahí pasé a la liga nacional, a los partidos de la selección y, finalmente, a la NBA, mucho antes de que Ramón Trecet nos dejara pegados al televisor las noches de los viernes. Yo no diría que la NBA es la mejor liga que existe y, desde luego, cada día que pasa está menos claro que quien la gane sea “campeón del mundo”. No obstante, es una competición que me fascina porque, como me ocurre con otros deportes, cuanto más partidos veo, menos entiendo. Y veo muchos partidos. Todavía no comprendo por qué todos los equipos rotan a sus jugadores igual. Vayan ganando o perdiendo, lo estén haciendo bien o mal, los titulares sólo juegan la primera mitad de los cuartos impares y la segunda mitad de los cuartos pares.  El resultado está claro, uno mira las estadísticas de cualquier superestrella y sí, es espectacular, 25, 30 puntos por partido. Pero ¿con cuántos tiros? ¿con qué porcentaje de acierto? Un Kobe Bryan sigue en pista en la parte decisiva del encuentro aunque su porcentaje no supere el 30% de aciertos. En cualquier equipo europeo de medio pelo Bryan no haría otra cosa más que chupar banquillo durante casi toda la temporada. Hay otro aspecto de la misma cuestión. ¿Alguien les ha explicado a los entrenadores de la NBA que el baloncesto es un juego de equipo? ¿Cuántos pases se dan antes de efectuar un tiro en un partido cualquiera? ¿Qué estrategias existen para jugar la última posesión cuando se va perdiendo, salvo que el chupón de turno se la juegue a falta de nueve segundos? Dicho de otro modo ¿cuál es el sistema de ataque básico de cualquier equipo de la NBA? ¿existe tal cosa? Si han pasado el balón dos veces después de atravesar la mitad del campo, parece como si ya quemara en las manos y hubiese que lanzar como fuese. Por supuesto eso contribuye a que el juego sea más vivo, más rápido, más brillante... siempre que se acierte, porque, volvemos a lo mismo, cuando los porcentajes de tiro no acompañan, cosa que suele ser la tónica en la Conferencia Este, todo es un ir y venir sin orden ni concierto.
Insisto, ¿a qué se dedican los entrenadores de la NBA? Tomemos algunas de las leyendas vivas de los banquillos norteamericanos. Phil Jackson, por ejemplo. El más laureado de los entrenadores de la NBA, el mítico entrenador de los Bulls de Chicago, de los Lakers... Vamos a ver, Phil Jackson, aparte de llegar a unos equipos plagados de megaestrellas y mirar cómo éstas maduraban por sí mismas, ¿ha hecho algo más? ¿Cuántos equipos ha sacado Phil Jackson de la nada? ¿Qué hubiese hecho Phil Jackson con un equipo como el Limoges? Bozidar Maljkovic (que no es santo de mi devoción) consiguió hacerlos nada menos que campeones de Europa. Después de mucho observar cómo jugaban sus estrellas y racionalizarlo a toro pasado, a Jackson se le atribuye el famoso “tridente ofensivo”, “innovación táctica” que consiste en ponga Ud. tres cracks en pista y déjeles que hagan lo que quieran.
Popovich, el odiado aunque admirado entrenador de los San Antonio Spurs ha logrado, ahí es nada, que su equipo esté sistemáticamente entre los mejores de la Conferencia Oeste, hacerlo campeón varios años y que, en el peor de los casos, cualquier equipo tema vérsela con ellos. Muy bien. Pero vamos a ver, si Ud. ha tenido en un mismo equipo a David Robinson y Tim Duncan (o Tim Duncan y Manu Ginobili), la cuestión no es si ha ganado o no algún título, la cuestión es: ¿por qué no los ganó todos? La brillantez de Popovich, la agudeza intelectual de este buen señor, su profundo conocimiento del juego se resume en una anécdota. Cuando Memphis traspasó a Pau Gasol a los Lakers a cambio, entre otras cosas, de los derechos sobre su hermano, un tal Marc Gasol, Popovich comentó que la NBA debía investigar este tipo de traspasos porque, más que traspaso, había sido un regalo de Memphis a los Lakers. No les voy a contar lo que me reí cuando Memphis eliminó a San Antonio en los play-offs.
No sólo hay tontos y tontos de relumbrón en los banquillos de la NBA. Marc Gasol llegó a los Grizzlies, cuando su plantilla era una nueva versión de los famosos Portland Jail Blazers, ¡hasta tenían a Zach Randolph! Nadie apostaba porque su futuro fuese muy diferente allí del que tuvo su hermano, aguantar mecha hasta que lo traspasaran. Al menos él entraba más dentro de lo que los americanos quieren ver en un pívot: altura, corpulencia y rebote. Y en esto colocaron a Lionel Hollins como entrenador principal. Hollins ha hecho algo muy europeo e infrecuente en la NBA, ha construido un equipo a base de coser, con enorme sensatez, un conjunto de retales. La dimensión real de su trabajo puede apreciarse en cada partido. Vayan bien o mal las cosas, los jugadores no tratan de resolver los problemas por su cuenta y riesgo. Aunque la desventaja en el marcador sea grande, echan mano de los sistemas que Hollins les ha inculcado, como si lo llevaran en los genes, como si tuvieran una fe infinita en lo que pueden hacer como equipo. A Hollins no le molesta que Gasol no tire todo lo que podría, que se dedique a dar pases desde la posición de cuatro, que acumule más asistencias que muchos bases. De hecho se puede decir que Hollins juega con dos bases, Conley y Gasol. No hay más que ver cómo estos dos se pasan los partidos hablando entre sí. Si se quiere entender dónde está la grandeza de Hollins, el secreto de Memphis este año, no hay más que comparar a Marc con su hermano. En realidad, hacen lo mismo, de hecho, tienen los mismos números. Por hacer eso Marc es un héroe en Memphis, un pilar de su éxito, alguien que contribuye con su juego a los triunfos del equipo porque no destaca mucho respecto de sus compañeros, todos están a lo mismo. Pau, por contra, es el chivo expiatorio favorito de todos los entrenadores que llegan a los Lakers, el clavo que sobresale y recibe todos los martillazos, el raro que juega como los demás no juegan.
Y si aún se están haciendo la misma pregunta que todo el mundo, la respuesta es: sí, Marc es un jugador tan bueno como su hermano y sí, Marc llegará, si las lesiones y la suerte le acompañan, a ganar, como mínimo un anillo. La única diferencia entre uno y otro es que Pau explotó con 18 años en aquella final de la Copa del Rey de 2001 y Marc no es un jugador de explosiones, sino de progresión. Simplemente, cada año juega mejor que el anterior.

domingo, 9 de diciembre de 2012

(e)Lecciones catalanas (y 2)


Yo creo que una nación debe ser, ante todo, un proyecto común. Históricamente, los Estados exitosos han sido precisamente eso. Tomemos el caso de España. España surgió como el proyecto común de castellanos, vascos y aragoneses para invadir y conquistar, primero la península ibérica y, después, medio mundo. Mientras el proyecto de invasión y conquista progresó adecuadamente, no hubo problemas. Castilla guardó las espaldas de la corona aragonesa durante su expansión mediterránea. Aragón hizo lo propio con castellanos y vascos mientras se aventuraron por los anchos mares del mundo y todos actuaron de consuno durante las diferentes guerras europeas. Los problemas surgieron en la segunda mitad del siglo XVII, cuando quedó claro que ya no se podrían invadir ni conquistar nuevos territorios. A lo largo de los dos siglos y medio posteriores, trató de redefinirse la idea de España de un modo progresivamente dramático, hasta el punto de que la propia corona de Aragón se fracturó durante el proceso entre un interior, fiel a los compromisos contraídos con Castilla, y un área más mediterránea, cuyos intereses, obviamente, no quedaban representados por lo que querían “los del interior”. Cuando resultó claro que todo lo conquistado se perdería, es decir, durante el siglo XIX, vascos y aragoneses mediterráneos comenzaron a plantear que la única cuestión pendiente era: “¿qué hay de lo mío?” En fechas más recientes, se han oído múltiples voces en Cataluña contra el pago de subsidios agrarios en Andalucía con dinero procedente de los impuestos catalanes. Dicho de otro modo, Cataluña ya no está dispuesta ni al sostenimiento económico de los territorios que contribuyó a conquistar. 
Una de las cosas más curiosas del capitalismo es que, cuando inventa algo que funciona bien, rápidamente la gente se olvida de que fue un invento que favorecía el status quo y trata de cambiarlo por algo que funciona peor. Hablo de lo que comenzó siendo “ayudas al desarrollo” de los países no industrializados y que, después, se aplicó dentro de los países industrializados en forma de “ayudas estructurales” o “fondos de compensación territorial”. La idea es muy simple, quien tiene más da dinero a quien tiene menos, a cambio de que compre sus productos. ¿Para qué? ¿No sería mejor subvencionar las exportaciones? Pues no. Veamos un ejemplo.
Supongamos un pueblecito remoto que recibe fondos estructurales de la UE para hacer una carretera. En realidad, no hay ningún sitio a dónde ir, de modo que la carretera no hace falta, pero siempre se puede asfaltar el camino a la ermita por donde transita la romería anual del pueblo. Por la tangente se desviará algún dinerillo con el que el alcalde, el concejal de urbanismo y el adjudicatario de la obra, podrán comprarse un Mercedes. En el pueblo todo el mundo iba en burro, excepto el que podía llevar una yegua blanca. Ahora circulan Mercedes. Aquí entra un principio básico del capitalismo, lo que decía Hannibal Lecter en El silencio de los corderos: codiciamos lo que vemos. Uno, dos, puede que hasta tres vecinos, queden deslumbrados con los vehículos que ven y no dudarán en hipotecar las cosechas de los dos próximos años para poder financiarse, ellos también, la compra de un Mercedes. Pero, claro, tanto Mercedes para ir del Ayuntamiento a la ermita, no mola. “A petición popular”, el alcalde se verá obligado a asfaltar dos o tres caminos más, aunque la financiación de estas obras implique subir los impuestos a los vecinos. ¿Quién ha salido beneficiado? Esencialmente quien concedió los fondos para construir la carretera inicial que ha vendido un puñado de Mercedes donde antes nadie soñó con vender uno y material para  hacer tres carreteras. Y, lo más divertido de todo, lejos de subsanar las diferencias económicas entre esa zona desfavorecida y la media europea, esos fondos han contribuido a hacer a los pobres más pobres y a los ricos más ricos, que es el meollo mismo de todos los mecanismos de funcionamiento del capitalismo.
Me parece a mí que la balanza fiscal es una de esas herramientas económicas que impiden hacer un cálculo a menos que uno introduzca en ellas una variable llamada “ideología”. Realmente no sé si la balanza fiscal es favorable o desfavorable a Cataluña. Sí sé que los fondos estructurales de la Unión Europea se gastaron en hacer carreteras para las romerías y cosas peores. ¿De dónde, si no, habría salido dinero para comprar tanto coche alemán como se ve circulando por las carreteras andaluzas? ¿Dónde iban a vender sus productos las empresas catalanas si la balanza fiscal no fuese desfavorable a Cataluña? ¿en EEUU? ¿de verdad Andalucía es capaz de generar suficiente riqueza por sí misma para consumir tanto cava como consumimos?
Ya lo he dicho, odio las fronteras, me parecen el más mortífero de los inventos humanos. Toda frontera es una forma de esclavitud. Si por mí fuera, las borraría todas. No obstante, los argumentos que se escucharon el mes pasado a favor de la sacrosanta unidad de España me parecieron tristes, aburridos, cuando no peligrosos. No quiero vivir en un país cuyo fundamento para seguir existiendo es que “no es el momento”, “los mercados nos están mirando” o “vuestros ricos lo van a pasar muy mal”. Un país debe ser un proyecto común y quien no quiera participar en ese proyecto debe tener derecho a irse (¡me pido primer!) Pero éste no es un razonamiento a favor de los independentistas, por más que ellos lo esgriman. El nuevo país también debe ser un proyecto común y “común”, significa “común a la mayoría”, a una clara mayoría. Hablar del derecho a decidir del 50% más uno de los votos, es algo digno de tahúres de las balanzas fiscales, de idiotas que no son capaces de comprender ni el sentido de la “ayuda” al desarrollo, de politicastros a los que sólo les importa conservar su poltrona y no de padres de la patria. 

domingo, 2 de diciembre de 2012

(e)Lecciones catalanas (1)


En el comienzo de esta crisis, un amigo me comentó que se nos venía encima una nueva oleada nacionalista. Yo le respondí que los nacionalismos se exacerban al olor del dinero y que, cuando las arcas están vacías, todo el mundo piensa en su bolsillo, no en su país. Craso error por mi parte. Obvié algo que nunca hay que subestimar: la estupidez del género humano, particularmente si de políticos se trata. El Sr. Arturo Mas, desde el helicóptero en el que llegó al Parlament huyendo de la ira popular, alcanzó a vislumbrar un nuevo miembro de la Unión Europea que estaba, ahí, al alcance de la mano. Creyó que usando la bandera catalana como capote, la ciudadanía olvidaría su política ultraliberal, el desmantelamiento del estado del bienestar, la  infinidad de vueltas de tuerca aplicadas a la sanidad, a la educación, a las ayudas sociales, que han permitido que Cataluña siga siendo un modelo, pero, ahora, de lo que jamás se debe hacer con una sociedad pujante. Quiso hacer creer don Arturo que cerrando ciento veinte hospitales más para abrir las ciento veinte embajadas nuevas que harían falta, ipso facto, del erial en que ha convertido Cataluña, se alzarían las doradas torres de Camelot.
Tuve la suerte de visitar Barcelona cuando era joven y he conocido un puñado de catalanes por esos mundos de Dios. En ningún momento me dieron la impresión de ser lo suficientemente tontos como para seguir a don Arturo en su viaje hasta la majestad. Los resultados de las elecciones lo han dejado claro. El viraje hacia el monte ha hecho que CiU perdiera 12 escaños. Don Arturo pasará a la historia como el primer político que, teniendo una mayoría holgada, disuelve el parlamento a mitad de legislatura para obtener unos resultados peores. Más de uno debe haber empezado ya a afilar los cuchillos en su partido. ERC se acerca a su tope histórico, pero con un mensaje que debería haberle quedado nítido: no tiene una base electoral propia. Vive de lo que pierden los demás y sus futuras subidas o bajadas dependerán del devenir de los otros partidos, no de lo que ellos mismos hagan. El PP gana un escaño, mostrando que, cuando un nacionalismo periférico se agita, el nacionalismo español también sale beneficiado. El PSC se acerca a la debacle, logro imputable a ser el partido que más tiempo lleva jugando a la historia de la independencia (del PSOE). Y, por supuesto, los grandes triunfadores, los partidos minoritarios de nuevo cuño, ajenos a los grandes bloques, sean independentistas o no, Ciutadans y CUP.  Ahora, hagan cuentas, señores.
Para empezar, los partidos independentistas son un 47% del  Parlament y ello pese a la enorme movilización. El resto de partidos está a dos puntos porcentuales de ellos. Ya me dirán qué ansias de independencia nacional reflejan estos resultados. Por otra parte, Don Arturo, como buen político, estará dispuesto a hacer cualquier cosa, salvo reconocer que se ha equivocado. Hablará de derecho a decidir, de tarea histórica, de la necesidad de estar unidos frente a los ataques de Madrid y otras zarandajas para garantizarse la investidura. ERC hubiese hecho bien en decirle que deje las palabras y hable de cifras, es decir, de cuántas Consellerías les va a dar. Habrá que ver las caras de los chicos de Unió Democràtica cuando se enteren de los términos en los que se está negociando con los republicanos (más afilar cuchillos). El problema es que hay un elemento en esta negociación que no habrá manera de cuadrar: los recortes. Ya lo he dicho, ERC no vive de votos propios, por tanto, no apoyará nuevos recortes. Gobernar, es decir, recortar, le exigirá a CiU, más pronto que tarde, un pacto muy claro, para alivio de esa Unió que tanto tiene en común con el gobierno o, por lo menos, con su ministro de justicia. Ese pacto se convierte en el único posible si seguimos otro razonamiento. No creo que Don Arturo sea lo suficientemente tonto como para no darse cuenta de que el futuro de su partido y, en especial, de su cuello, pasa por llevar a CiU a hacer lo que ha hecho siempre, esto es, gobernar en Cataluña e influir en Madrid.  ¿Adivinan de qué pacto estoy hablando? La otra parte del mismo ya ha dicho lo que quiere: “no pactaremos con Mas”, aseguran en el PP. El mensaje está claro, si CiU quiere un pacto para gobernar en Cataluña e influir en Madrid, tendrá que quitar de en medio a Mas. Don Arturo se investirá nacionalista, pero cuando los rigores del invierno pasen, con la llegada de la primavera, que la sangre altera, o puede que con los calores del verano, descubrirá que ERC no es un socio fiable... que las circunstancias exigen un cambio de rumbo... que Europa pide un acuerdo histórico para hacer Cataluña gobernable... y al final, al final, volveremos al principio, que es lo que Mas y Rajoy pactaron, tácita o explícitamente, en su ya famosa entrevista.

sábado, 24 de noviembre de 2012

Illusions (y 2)


El problema no es el Fallen Soldiers de Audiomachine, ni su Danuvius, ni siquiera Final Hope. El problema no es Audiomachine, ni  Immediate Music, ni X-Ray Dog. El problema empieza con Two Steps From Hell. Tomemos un "disco", cualquiera, Nero, por ejemplo, su audición es perturbadora. Es lo de siempre, épica impostada, una treintena de temas todos iguales, todos in crescendo, todos asegurándose apelar a emociones básicas por la contraposición entre los sonidos de los tambores y las voces femeninas, todos por debajo de los cuatro minutos. Pero la reiteración no produce cansancio, bien al contrario, el oyente espera ansiosamente el inicio del siguiente tema. Hay algo en ellos, algo que reclama eximirlos de la falsedad implícita en ser música para un producto aún no creado y hasta de la mercantilización. Y ese algo se llama Thomas Bergersen
Bergersen maneja las orquestas y los coros con la frescura con que los niños manejan sus espadas de madera. Sabe dónde debe ir cada cosa, conoce perfectamente qué está haciendo y a qué está jugando. Y, por encima de todo, Bergersen es como Dvorak, le crecen las melodías con la misma facilidad con que a los demás nos crece el cerumen de las orejas. En Nero hay melodías suficientes para toda la carrera de cualquier otro compositor y ello pese a que, según declara, desecha nueve de cada diez temas que se le ocurren. Vivimos en una época en que los musicólogos, empezando por Adorno, han condenado por estúpida cualquier cosa que suene melodiosa. Vivimos en una época en que todo género de papanatas se ha aprovechado de esta sentencia para convertir la música clásica en instrumento de su onanismo mental bajo la excusa de que, después de los conciertos de Schumann, se han agotado las posibilidades de hacer nuevas cosas dentro de la música tonal. Vivimos en una época en que las melodías que suenan por la radio apenas alcanzan la talla del soniquete de una lata cuando uno elimina el refuerzo de graves de su reproductor. Vivimos en una época en que el rock es demasiado viejo (y si no me creen, miren la cara de Mick Jagger), las vanguardias son pelucones empolvados, la música new age anestesia más que emociona y en el pop está permitido todo menos la originalidad. En un panorama tal, puede entenderse fácilmente que la música compuesta por Bergersen para traileres no tenga dificultades para llegar a los primeros puestos de iTunes.
Entre los especialistas, se esperaba de él un disco en serio, un álbum de verdad. Lo hizo el año pasado. Se llama Illusions. Son “sólo” 19 temas. Bergersen parece, una vez más, un niño. Quiere probarlo todo, quiere experimentarlo todo, quiere hacer las cosas muy rápido, añadir más y más condimentos al plato que está guisando. Se le nota demasiado el medio del cual proviene y aún no ha abandonado los convencionalismos que lo caracterizan. Le falta calma para desarrollar los temas, le falta perder el miedo a componer algo por encima de los tres minutos, le falta comprender que menos es más. Le sobra percusión, le sobran coros (dobles), le sobran efectos de estudio. No es un álbum de madurez. Pero esto, que en cualquier otro compositor podría ser una crítica demoledora, en Bergsersen es, simplemente, una promesa de futuro, pues aquí el muchacho tiene treinta años o, en términos musicales, es poco más que un bebé. Ahora bien, un bebé capaz de regalarnos este Gift of life. Escuchando este tema, como muchos otros de este disco, uno no puede evitar quedar atrapado en un dilema peliagudo. Sí, es una épica sin sentido. Sí, es música hecha para ser vendida. Por supuesto que son melodías, aunque no pueda haberlas después de Auschwitz. Pero es música hermosa, muy hermosa. Por tanto, ¿es arte?


domingo, 18 de noviembre de 2012

Illusions (1)

   Hace tiempo que Adorno denunció el hecho de que la música había dejado de ser una creación estética para devenir un simple producto del mercado. Todo cuanto pudiera haber en la música de originalidad, de esfera autónoma hecha por sujetos no sometidos a estándares, ha desaparecido. Ya no se trata de ofrecer alternativas a la realidad, es pura duplicación de la realidad, una copia tosca y embustera que no duda en autoproclamarse superficial y frívola porque lleva en su seno su inmediato recambio, otra copia no menos superficial y frívola, pero sutilmente modificada respecto de la anterior. La música de la industria resulta así inseparable de la moda. Como en todo mercado debidamente estandarizado, los consumidores no pueden dejar de pedir los mismos platos precocinados de siempre, si bien bajo envases distintos para impedirles caer en la abulia compradora, pues estamos convencidos de que el envase es el producto como el medio es el mensaje.
   El caso más típico de cuanto venimos diciendo, señala Adorno, es el de las bandas sonoras. La música, aplicada al cine, sólo tiene valor por su capacidad de estimular al espectador, de restablecer la continuidad rota con la sucesión de planos, de constituirse en un elemento dramático en el desarrollo épico y elemento épico en el planteamiento dramático. De hecho, la etiqueta "banda sonora" no designa tanto una parte común a todas las películas, como una cierta forma, muy común, de hacer música. Mientras las mejoras técnicas permiten películas inimaginables hace 50 años, esas mismas películas se siguen acompañando de la música de hace 50 años y con idéntica función: ocultar la absoluta vaciedad de los diálogos, la intrascendencia de la acción.
   La manera tradicional de entender la música cinematográfica está basada en una idea wagneriana. Cada pasaje de la partitura debe ser sobrecargado de significaciones para convertirlo en una representación simbólica de un personaje, una situación, o, más aún, una cualidad metafísica. Hay que hacer de la música mero instrumento intensificador de las imágenes, arrebatándole cualquier capacidad para enfrentarse a ellas. En la práctica, a lo que conduce la idea wageneriana, es a una inevitable mentira, pues, en las producciones al uso, el compositor puede sentirse feliz si logra ver una vez la película ya montada antes de componer la partitura.
   El devenir de los acontecimientos, medio siglo después de Adorno, ha convertido sus textos en un fiel reflejo de la realidad. Tenemos, por una parte, los intentos por hacer música de un modo diferente, asfixiados por una industria musical a la que su declive no ha privado de su capacidad para imponer gustos. Tenemos, por otra parte, músicos que componen con el único fin de que alguna empresa anunciante se ponga en contacto con ellos para licenciar una de sus piezas. Esto ha originado todo un subgénero musical, las músicas para los traileres de las películas. El trailer de una película se hace antes de que ésta se estrene y, con frecuencia, antes de que se le hayan dado los retoques finales. Por tanto, mucho antes de que ningún compositor haya sido contratado para su banda sonora. Por otra parte, las necesidades de la industria son muy diferentes en el caso de una banda sonora y un trailer. No es lo mismo la sucesión de imágenes de un par de minutos que, en la mayoría de los casos actuales, resumen fielmente la película, que la hora y media en la que este relato se amplía (sin, por supuesto, complicarse). Toda una pléyade de músicos se han embargado en la tarea de proporcionar a la industria música compuesta no para ese trailer, sino para cualquier trailer o para cualquier anuncio, o para cualquier juego. Música que tiene que fingir su adecuación a lo narrado del mismo modo en que una prostituta finge sus orgasmos para su cliente.
   El modo de hacerlo obedece a unos estándares perfectamente establecidos: una orquesta wageneriana, es decir, ampliada hasta el extremo; un coro, doble, de voces femeninas; un refuerzo doble o triple en la sección de timbales; y un crescendo de no más de tres minutos. Es recomendable una pausa, o dos, para acentuar la sobrecarga sonora que se aproxima hacia el final. El resultado es lo que se ha dado en llamar "música épica" y que se ha convertido en un género en alza. Dicho de otro modo, el pobre espectador termina apabullado, aplastado en su asiento por una contundencia musical que ya hubiese querido Bruckner para sus sinfonías. Sin saber muy bien qué se le ha venido encima, será incapaz de formarse una idea clara de si la película prometida merece el dinero que debe gastarse en ella, que es, precisamente, lo que se pretendía. Por lo demás, con unos mimbres como los mencionados resulta extremadamente fácil introducir pequeñas variaciones para fabricar centenares de títulos en el plazo de unos pocos años. Lógicamente, si uno tiene ciertas nociones musicales y un par de centenares de músicos a su disposición (o un medio electrónico para simularlos), al cabo de dos o tres cientos de pequeñas variaciones sobre el mismo tema, inevitablemente, acabará por fabricar alguna que otra pequeña joyita. No tienen más que escuchar el Fallen Soldiers (por supuesto, sin percusión), de Audiomachine. Pero si ésta fuese toda la historia, yo no me habría molestado en escribir una línea sobre ella.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El perroflautismo, una enfermedad contagiosa

   Hay enfermedades que han marcado épocas enteras. Fue el caso de la peste, de la tuberculosis, de la sífilis y del SIDA. El perroflautismo va camino de convertirse en la enfermedad de la nuestra. Los síntomas son bien conocidos. El sujeto que la padece desarrolla multitud de intolerancias y alergias, reaccionando con virulencia ante la policía, las órdenes, el trabajo y todo lo que huela a valores establecidos. Es una enfermedad típica de jóvenes y suele desarrollar en ellos ese característico gusto por las rastras, las flautas y los perros que le dan nombre. Más que un piso, una cuenta corriente y una hipoteca, estos jóvenes aman el nomadismo. Es bien conocido que todo imperio tiene como subproducto suyo una serie de pueblos nómadas que viven en su frontera exterior y/o en el interior de sus territorios. Son siempre lo otro, los no sometidos al sistema, aquello contra lo que hay que combatir y que, precisamente por eso, acaban por servir para que el imperio defina sus límites. Como tales, no son lo contrario a él, sino, precisamente, una de sus partes constitutivas, por lo que la presencia de estos perroflautas en las plazas públicas, en las calles, en las fiestas de los pueblos, no dejaba de ser una anécdota.
   Un día, unos opinadores profesionales de esos que llenan las radios españolas (¡si Platón levantara la cabeza!), ante la evidencia de que sus oyentes habían dejado de seguir las consignas predigeridas que acostumbraban poner en sus cabezas, diagnosticaron un perroflautismo generalizado en las manifestaciones populares del 15 M. Cierto que en ellas no sólo había jóvenes, no se escuchaban flautas y los perros brillaban por su ausencia. Sí había un regusto contra lo establecido, ese juvenil aire de querer cambiar las cosas, un deliberado intento de anteponer las personas a las cifras, las ideas a las monedas, la decencia a la conveniencia. Se trataba, desde luego, de la mutación del agente patógeno original, una mutación que lo convertía en mucho más peligroso. Primero porque se difundía de un modo exponencial por las calles y las redes sociales. Segundo porque ya no afectaba a grupúsculos nómadas, cualquiera podía resultar contagiado.
   Desde entonces, la lista de enfermos de perroflautismo no ha hecho más que incrementarse, produciendo un impacto social cada vez más grande. Ha habido de todo: sindicatos policiales, familias enteras que acudían a las manifestaciones como si fuesen fiestas, economistas, desde premios Nobel como Joseph Stigliz a peces gordos de Intermoney como José Carlos Díez... El 25 de septiembre vimos algo difícil de olvidar. Los usuarios de la estación de Atocha en Madrid sufrieron un súbito contagio a resultas del cual se lanzaron a golpear salvajemente las porras de los antidisturbios con sus cuerpos. El último colectivo que ha resultado afectado ha sido el de los jueces. Ya hemos mencionado en este blog el caso del juez Pedraz, que ha sido para esta enfermedad lo que Rock Hudson fue para el SIDA. Más recientemente, un vocal, por lo demás, conservador, del Consejo del Poder Judicial, reconocía públicamente ser un afectado al pedir en un informe, nada más y nada menos, que cambios en las leyes sobre desahucios para proteger a los más desfavorecidos. Después, hemos sabido de jueces a los que "les pica la toga", de decanos del mismo cuerpo que piden por escrito el cambio de la ley, de sentencias que buscan resquicios en el marco legal existente... Es una demostración palpable de hasta qué punto es peligrosa esta enfermedad.
   Las leyes para facilitar el desahucio de los propietarios de una vivienda parecen ser uno de los pilares centrales de la convivencia y el buen orden en nuestro país. Lo demuestra el hecho de que tienen más de un siglo de antigüedad. Ni la República, ni Franco, ni los sucesivos gobiernos democráticos, por mucho que se proclamaran "de izquierdas", han alterado una sola coma de ella, no vaya a ser que los españoles lograran sacudirse los pesados grilletes de las hipotecas, que mantienen sus pies bien pegados al suelo. Hace unos meses, ese ejemplo de simpatía y buen humor que es el Sr. de Guindos, sufrió un leve episodio de perroflautismo y lanzó un manual de buenas prácticas para las entidades financieras en el que les pedía un poco de consideración. Afortunadamente para los hombres de bien de nuestra patria, se recuperó pronto y, desde entonces, no ha movido una ceja ni por los ciudadanos que se han tirado por el balcón cuando las fuerzas para mantener la seguridad del Estado (de cosas), es decir, la policía, acudía a echarlos de sus casas.
   Lo último es todavía peor. La enfermedad ha llegado a Europa. Nada menos que la Comisión Europea ha hecho saber al gobierno español que los propietarios que no pueden afrontar el pago de una hipoteca son, ante todo, clientes de una entidad, no delincuentes, y que en el corazón mismo de la legislación europea está el hacer, por lo menos, como si se protegiese a los débiles de los todopoderosos.
   Los políticos españoles, que empiezan a sentirse como los protagonistas de The Walking Dead, rodeados de enfermos por todas partes, han decidido que, lo mejor para escabullirse, es hacer como si ellos también estuviesen afectados. Ahí tenemos el bonito espectáculo del PPSOE, mostrándose como lo que son, una panda de medradores, que no dudan en salvarse la cara unos a otros, porque tienen intereses comunes, pactando una ley que no soluciona nada, pero disimula un montón. Semejante mendacidad no podía dejar de tener émulos y CiU ya ha anunciado su intención de subirse al carro, por el bien de los ciudadanos, claro. Lo que no está tan claro es por el bien de qué ciudadanos, los que no tienen para pagar una hipoteca o los que se están enriqueciendo con el sufrimiento ajeno. En cualquier caso, quede como quede la ley, difícilmente va a impedir que el perroflautismo se siga extendiendo.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Hitos históricos

   El martes, es decir, el primer martes después del primer lunes de noviembre, como marca la tradición, será elegido el próximo gobernador del mundo por tres o cuatro años. Digo por tres o por cuatro años, porque si resulta reelegido Obama, siguiendo otra tradición, nadie le hará ni puñetero caso durante el último año de su mandato (dado que no puede ser elegido otra vez). En estas elecciones, los norteamericanos deberán optar entre un mormón y un negro. Alguien que no conozca demasiado la historia norteamericana las considerará unas elecciones con un resultado fácilmente previsible porque el negro, como en todas las series y películas, tiene que ser el primero en caer. En realidad, la cuestión es peliaguda. Optar entre Romney y Obama es algo así como elegir entre Zapatero (o Rubalcaba) y Rajoy, es decir, de ilusión nada de nada.
   Como decimos, Mitt Romney es mormón. En España eso suena a jóvenes altos y rubios, con impecables camisas blancas, que recorren la geografía peninsular sin ceder jamás el asiento en el autobús ni a las embarazadas. El hecho de que sólo vengan varones y que hayan conseguido con tanta facilidad permiso para construir un centro de culto nada más y nada menos que en el sevillanísimo barrio de la Macarena (nombre, por lo demás de una popular virgen), les da ya un cierto toque inquietante. A este respecto hay que recordar que los musulmanes siguen esperando permiso para hacer una mezquita en el mucho más periférico barrio de los bermejales.
   Pero si de verdad quieren que se les pongan los pelos de punta, busquen información acerca de la vida cotidiana en el Estado mormón por excelencia, Utah. La fachada es impecable: la menor tasa de delincuencia de los EEUU, parques y bosques a dos pasos de cualquier lado, leyes para regularizar a los inmigrantes ilegales... Tras la fachada las cosas cambian ligeramente. Si Ud. no es mormón y no tiene la menor intención de serlo, hará bien en visitar el consejo mormón de su localidad e informarles de ello. De lo contrario, sus compañeros de trabajo y sus vecinos, pueden hacerle un desagradable vacío. Niños y adolescentes no suelen tolerar bien a los que son diferenes, así que, normalmente, las cosas son más difíciles para ellos. Por lo demás, el consejo mormón es quien realmente toma las decisiones importantes siendo el gobernador del Estado su amanuense. Si se decide a escarbar aún más, encontrará que Utah no sólo está a la cabeza de las estadísticas que miden el bienestar ciudadano, también está a la cabeza en el consumo de pornografía y estupefacientes. Por si todo esto siguiera sin inquietarle, debería conocer las primeras etapas del movimiento mormón, las matanzas que sufrieron... y las que provocaron, dentro de lo que se llamó las "guerras mormonas".
   Pero la figura de Mitt Romney no se comprende únicamente sobre el trasfondo del mormonismo. Es lo más presentable que le quedó al partido republicano quitando a todos los candidatos tramontanos. Se dice de él que carece de principios. Sí los tiene o, más bien, lo tiene, en singular. Su actuación se rige siempre por el principio básico de cualquier buen político: lo que sea por pillar. Así se entiende su encendida defensa de la sanidad universal siendo gobernador y el famoso discurso en el que decía que su intención era gobernar para el 5% del país que producía riqueza y no para los que estaban acostumbrados a las subvenciones. ¿Por qué formó tanto escándalo este discurso? Muy fácil, en ese 95% de americanos perezosos, acostumbrados a vivir de las subvenciones, se incluyen los veteranos de guerra, las empresas dedicadas a la exportación, la gran industria aeronáutica y armamentística y la totalidad de campesinos de la América profunda, es decir, el 95% de los votos republicanos. ¿Le sorprende saber que los americanos que protestan contra una economía subvencionada son los que más subvenciones reciben? No es el único país en el que ocurre.
   La gran ventaja de Romney es que enfrente tiene a Obama. Todo el mundo esperaba grandes cosas de él y las hizo: fue elegido, ¿para qué más? Un presidente que por sí mismo es un hito histórico ya no puede hacer nada comparable a su propia presencia en el cargo. Obama forma parte de esa oleada de justicia histórica que ha llevado al poder a minorías marginadas desde que pasó a considerárseles ciudadanos, esto es, desde que dejaron de ser esclavos. Es el caso de los negros de Norteamérica y de los indígenas de Venezuela o Bolivia. El problema está en que quien llega al poder por un método suele ser desalojado de él de la misma manera. Obama que está ahí por ser un hito histórico, puede acabar fuera de la Casa Blanca por el hito histórico que sería el primer presidente mormón. Evo Morales, que llegó al poder por la vía de la agitación social, tiene émulos hasta en el movimiento cocalero que él dirigió. Mientras unos y otros se pelean por la poltrona y las leyes de memoria histórica para con los indígenas van y vienen, el país sigue durmiendo su miseria en un colchón de gas, cuya única salida natural, Chile, está vedada por resentimientos históricos. Desde luego, es estupendo ver a un negro en la Casa Blanca, como fue estupendo ver el jersey a rayas de Morales pasearse por la Moncloa. El problema es que detrás de la negritud, detrás del indigenismo, no hay más que el reemplazo de unas camarillas por otras.
   La omnipresencia del Estado en Venezuela no tiene su modelo en Bolívar y mucho menos en el socialismo cubano. El ideal que persigue Chávez está mucho más hacia oriente, en concreto, allí donde vive la monarquía saudí. Pero ni siquiera eso es una idea de Chávez, más bien se trata de la culminación de un proceso que empezó mucho antes de la gloriosa revolución bolivariana. La producción de petróleo, efectivamente, está en manos del pueblo o, más bien, de varios pueblos, pues  el número de empleados de PDVSA casi se ha triplicado al tiempo que la producción ha iniciado una significativa caída. El día en que el petróleo se agote o, más simple aún, el día en que los especuladores se salgan del mercado y hagan retornar los precios a lo que deben ser según la estafa de la oferta y la demanda, Venezuela estará al borde de otro hito histórico, el marcado por un espantoso abismo.